Juan Bosch: el último cuentista dominicano**
FERNANDO VALERIO-HOLGUÍN [mediaisla] Juan Bosch fue el último cuentista dominicano, en el sentido benjaminiano de “el cuentista” como Maestro y Sabio que “reaviva el fuego de la memoria colectiva. . . el transmisor de la sabiduría, las esperanzas y los deseos colectivos”
Walter Benjamin pensaba que “el cuentista” como tal había desaparecido después de la muerte de Nikolai Leskov (1831-1895). Según el filósofo alemán, el arte del cuento había llegado a su final, después de la Segunda Guerra Mundial, debido, entre otras cosas, a la incapacidad de intercambio de experiencias, unida a las transformaciones del mundo ético (112). Juan Bosch, quien se ufanaba de su “maestría” (dominio) en el arte de escribir cuentos, podría ser considerado como “el último cuentista dominicano”, si entendemos como cuentista a “alguien que reaviva el fuego de la memoria colectiva… el transmisor de la sabiduría, las esperanzas y los deseos colectivos” (Muñoz, 91. La traducción es mía).
“El cuentista” se caracteriza por el acopio que hace de las fuentes orales: cuentos, mitos, leyendas y narraciones. Existen dos tipos de cuentistas: aquellos sedentarios que, sin haber salido de su aldea y ligados al terruño, son depositarios de la tradición oral; y otros que han viajado, internamente o en el extranjero, y a su regreso comparten sus “experiencias” y aventuras del extranjero con sus coterráneos. Benjamin no descarta la posibilidad de reunir estos dos tipos de cuentista en uno solo (112-113). Por eso, explica: “Para el campesino o marino convertido en maestro patriarcal de la narración [cuento], la corporación había servido de escuela superior. En ella se aunaba la noticia de la lejanía, tal como la refería el que mucho ha viajado de retorno a casa, con la noticia del pasado que prefiere confiarse al sedentario” (113). Con corporación, el filósofo alemán se refiere a los gremios de artesanos en la Edad Media, donde sedentarios y viajeros intercambiaban “experiencias” en forma de cuentos. Por lo tanto, “El gran cuentista siempre tendrá sus raíces en el pueblo, y sobre todo en sus sectores artesanos” (Benjamin 127).
En este ensayo me propongo reflexionar acerca del pensamiento de Juan Bosch, como un fenómeno cultural del siglo XX, siguiendo a Walter Benjamín en su ensayo “El Cuentista: Reflexiones acerca de la obra de Leskov”. Aunque analizaré algunos de sus cuentos, textos culturales y conferencias, este ensayo, de ninguna manera, pretende ser un examen exhaustivo de la vasta y compleja obra del escritor dominicano. Juan Bosch reúne a los dos tipos de cuentista en uno: por un lado, tuvo sus raíces en el campo, en Río Verde, La Vega, donde su abuelo tenía una finca, en la que escuchó no sólo las historias y las lecturas de su abuelo materno Juan Gaviño, sino también las historias o “cuentos cibaeños” de los trabajadores de la finca (Marte 90). Por otro, Bosch realizó dos tipos de viaje que caracterizan su errancia: los viajes por los campos del Cibao y la Línea Noroeste, acompañando a su padre José Bosch, quien solía llevarlo consigo en viajes comerciales para la compra, venta o intercambio de productos; y los viajes en el extranjero, que lo llevaron desde su temprana infancia por países como Haití, España, y luego, en su etapa adulta, Cuba, Costa Rica, Venezuela, Chile, Francia y Bolivia.
James Clifford arguye que el viaje constituye, en muchos casos, el punto de partida para el cuestionamiento de las ideas fijas acerca de la cultura (101). Como desplazamiento y desterritorialización, el viaje también permite múltiples encuentros con el otro. En ese sentido, el exilio no está exento de conflictos, sino que se manifiesta en lo que Stuart Hall denomina articulación de las diferencias culturales, es decir, como un proceso de integración/resistencia por parte del sujeto, a lo largo de sus encuentros con el otro (141). En su exilio, Bosch conoció, compartió con importantes figuras de la política y la cultura latinoamericanas. Después de una ausencia de veintitrés años, Bosch ya no era el mismo que cuando partió, sino más complejo y cosmopolita. De seguro el medio social dominicano debió parecerle bastante provinciano a su regreso al país en 1961. Como “el cuentista” viajero que regresa a su provincia a “contar” las novedades de allende los mares, Bosch trajo ideas novedosas y “ajenas” para muchos conciudadanos, entre ellas, la de “revolución democrática”. Y aunque se ganó la simpatía y adhesión de sectores populares, muchos, lo recibieron con recelo.
Otra característica de “el cuentista”, según Benjamin, consiste en la utilidad “práctica” de la información. “El cuentista” da consejos acerca de cómo resolver problemas prácticos de la vida cotidiana. El cuentista alemán Jeremias Gotthelf daba consejos sobre la agricultura y, Charles Nodier, cuentista francés, acerca de los peligros del uso del gas kerosene en el alumbrado (Benjamín 114). El consejo y la lección forman parte de una sabiduría popular, ligada a una experiencia colectiva de la cual “el cuentista” es portador y vocero. La enseñanza, la moraleja y el proverbio son parte de su acerbo cultural. La desaparición de esa experiencia colectiva es precisamente para Benjamin otra de las causas de la extinción de “el cuentista”: “El arte de narrar se aproxima a su fin, porque el aspecto épico de la verdad, es decir, la sabiduría, se está extinguiendo” (115).
La educación fue una preocupación constante en la carrera político-literaria de Bosch. A su retorno a Santo Domingo en 1961, como candidato a la presidencia del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), inició un programa en Radio Comercial, a través del cual se dirigía al pueblo en un discurso llano, sencillo y repleto de anécdotas campesinas con el objetivo de “educar” a las masas en temas sociales, políticos, y prácticos de la vida cotidiana, como el de economizar el gas propano si se mantenía la llama azul en la hornilla etc. También, en 1973, cuando funda el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), edita la revista de “educación política”Vanguardia para los miembros del partido. Esta intención pedagógica, de la cual se mofaban algunos por ser considerada populista, es parte de la “misión” de “el cuentista” como sabio, que consiste en transmitir su sabiduría al pueblo.
Tan convencido estaba Bosch de su verdad estética que esto último lo llevó a escribir un texto prescriptivo acerca de la maestría del cuento, “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos” (1958), que después sería reimpreso con el título de “Teoría del cuento”. En el mismo, Bosch “esencializa” un tipo de cuento (el que él escribe) como el cuento verdadero. Su verdad acerca del cuento era “la verdad”. Incluso descarta “El decálogo del perfecto cuentista” (1925) de Horacio Quiroga, por considerarlo “muy esquemático” (Textos culturales 200). Bosch no cita la “Filosofía de la composición” (1846) de Edgar Allan Poe, que, aunque trata básicamente sobre su poema “El cuervo”, toca algunos aspectos sobre el cuento, tales como el incidente insólito, la brevedad y la precisión, entre otros. El cuentista dominicano tampoco menciona las cartas de Anton Chejov, escritas entre 1886 y 1888, en las que ofrece consejos a algunos cuentistas acerca de este género. De hecho Bosch toma prestadas de Quiroga (¿o coincide con él?) algunas de las nociones sobre el cuento. Para “esencializar” más el cuento Bosch asegura en “Apuntes….” que escribir cuentos es una vocación, lo que implica que por más que se trabaje en el mismo —si no se tiene vocación necesaria— nunca se llegará a ser un buen cuentista. Bosch llega incluso a afirmar que existe una disposición de las células en el cerebro del cuentista que lo predispone a ser un buen cuentista o a escribir buenos cuentos (Textos culturales 179, 185, 186). Él mismo confiesa que no “dominó” el cuento sino hasta 1941 a partir de la redacción de “El río y su enemigo”. Desde entonces, en palabras del escritor, tuvo conciencia de que podía escribir cualquier cuento, porque dominaba la técnica (Textos culturales 208). Bosch no entendió que la forma como ideología, en este tipo de cuento, y las estructuras de sentimientos de dichos cuentos correspondían a formaciones sociales similares en otros países. En esas reflexiones, Bosch establece lo que considera que es El Cuento (ahistóricamente) y luego se posiciona a sí mismo como El Cuentista (El Maestro) no sólo dominicano sino también Latinoamericano. De manera tal que aquellos cuentistas/cuentos que no se ajustaran a estas prescripciones quedaban descartados.
Aunque Benjamin no estable una relación explícita entre el cuentista y el político, hay que destacar que en Latinoamérica debido a una débil división del trabajo intelectual, muchos escritores han sido también políticos profesionales (Ángel Rama 8). En sociedades como la dominicana, durante la primera mitad del siglo XX, con una formación precapitalista y una fuerte presencia de elementos feudales, no existía una profesionalización del escritor, por lo que, algunos escritores eran también políticos. Como encarnación de la memoria colectiva y transmisor de la sabiduría, la verdad estética de Bosch se transformó en una verdad política. También su ética literaria derivó en una ética política —aunque la primera estuviera implícita en la segunda—. En una entrevista, Bosch explica que si bien tenía “intención social” en sus cuentos, no fue sino durante sus años de exilio en Cuba donde adquirió una conciencia política (Textos culturales 122). Así como su verdad estética lo llevó a escribir una preceptiva del cuento, entendió también que era su deber “enseñarles” a sus conciudadanos cómo debía conducirse una nación. El prestigio alcanzado como El Maestro del cuento emigró a la política. Sus “enseñanzas” en los cuentos acerca de la pobreza, del sufrimiento, las vicisitudes del pueblo (campesino dominicano) tienen su correlato en la “enseñanza” de la política. Aunque luego, su prestigio como político, fundador de dos partidos, coadyuvaron a su canonización como cuentista.
Alain Badiou expresa que “La filosofía oscila entre un intolerable mutismo… y la búsqueda de una prosa del pensamiento que organizaría su migración hacia el poema” (Condiciones 206). Alrededor de 1930, el pensamiento de Bosch oscila entre el poema y la búsqueda de una prosa. En 1926, con el seudónimo de Rigoberto de Fresni, publica varios poemas sobre temas existenciales (Marte 138-139). Luego, en 1935 publica unos romances a todas luces lorquianos, posiblemente debido a la influencia de sus lecturas y a su filiación española. Dos años antes había publicado el libro de cuentos Camino real (1933) y después publica la novela La mañosa (1936). La “sensibilidad social” de Bosch emigra del poema a una organización de la “prosa del pensamiento político” vertida en sus cuentos.
Bosch se veía a sí mismo como un profeta predestinado a conducir a un pueblo ígnaro que necesitaba de él como Maestro. Al respecto, Frank Moya Pons observa lo siguiente: “Hablaba inspirado [por la radio] como un iluminado, como un mesías político, aprovechando cada cosa de los errores de sus adversarios, señalándole al pueblo los orígenes históricos de su atraso, de su pobreza, del subdesarrollo dominicano, creando conciencia política, en pocas palabras” (VI). Juan Bosch no tuvo formación académica universitaria, pero como había dictado cursos en Costa Rica y Venezuela, a su llegada al país en 1961, comenzó a llamársele “profesor Juan Bosch”. Aunque tal vez debió habérsele llamado “Maestro Juan Bosch”, porque sus enseñanzas eran las de un Maestro.
Si la verdad estética de Bosch se transformó en la verdad política, o como diría Alain Badiou, su “pensamiento lírico” derivó hacia una “prosa del pensamiento político”, dicho proceso se debe, no sólo a su estadía en Cuba, sino también, en palabras de Eugenio García Cuevas, a “serias contradicciones con los valores éticos y principios políticos que orientaban sus pasos antes de 1967” (74). Bosch abandona la literatura después de la publicación de su novela El oro y la paz (1975). Durante su estadía en España (1966) y Francia (1969), Bosch se dedicaría a leer a Marx y a Engels, y es en estos pensadores donde encontraría su verdad política: “…me di cuenta de que el marxismo era la verdad histórica, la verdad filosófica, la verdad teórica, y en fin la verdad universal” (Grimaldi 60; el énfasis es mío). Aún si quisiéramos separar la verdad estética de la verdad política, no existía en el pensamiento de Bosch una contradicción fundamental. Todo lo contrario, la estructura de sentimientos de sus cuentos campesinos encuentra una resonancia en la teoría marxista. Sospecho, sin embargo, que el fracaso de Bosch como político tiene sus causas en tratar de llevar su verdad estética/ética al plano de la política. Si los militares, la iglesia católica, la oligarquía y el Pentágono, sectores que tuvieron un impacto directo en su derrocamiento, no “entendieron” la estética de Bosch, tampoco su ética política.
En su vivir/escribir, “el cuentista” es portador de una ética antinómica. En sus cuentos se plantea siempre un problema moral. De ahí que en muchos de ellos haya un sentido de justicia y que en los mismos aparezca un narrador y unos personajes (en la figura de víctima de la injusticia), en los que se dirime generalmente un problema ético. Benjamín resalta en “el cuentista” la condición de Maestro y Sabio: “Todos aquellos que encarnan la sabiduría, la bondad, el consuelo del mundo, se apiñan alrededor del que narra” (129). El vivir/escribir es una antinomia inseparable porque la vida misma del cuentista deviene en escritura; su experiencia, fruto de la sabiduría colectiva de la cual él es depositario, se concretiza en el pensamiento-prosa de la escritura. La estructura de sentimiento/pensamiento que aparece en los cuentos de Bosch remite a la comunidad en la que él mismo tuvo su origen. De ahí que su ética sea precapitalista y de extracción campesina.
Aunque en el caso de Leskov y otros cuentistas europeos, Benjamin no los vincula con su origen de clase, en Bosch hay que destacar que el mismo era descendiente de españoles. Su padre, José Bosch era originario de Barcelona y su abuelo materno, Juan Gaviño, de Galicia. La abuela materna a su vez era puertorriqueña, descendiente de españoles. Juan Bosch creció escuchando las historias de su padre y de su abuelo, quienes según el mismo, fueron grandes lectores. A esto se une el hecho de que Bosch asistió, acompañado de su padre en La Vega, a tertulias en las que se reunían distinguidos ciudadanos de ese pueblo a charlar sobre literatura y política. En un medio rural como el de Río Verde y el pueblo de La Vega, durante la primera mitad del siglo XX, Bosch, necesariamente, tenía que destacar, por el prestigio social de su familia. Además, si se considera que la República Dominicana es un país poblado mayoritariamente por negros y mulatos, la raza blanca y el ascendiente cultural español de Bosch constituían un rasgo de gran prestigio. Bosch siempre se supo diferente al medio social y en esa genealogía encontró su legitimidad como escritor y político.
Dos de sus cuentos, “Papá Juan” y el “El abuelo” son autobiográficos. En ellos el nombre del narrador coincide con el del escritor, además de que se menciona al abuelo materno por su nombre y apellido. Antonio Gramsci ha expresado que “A menudo, las autobiografías son un acto de orgullo: se cree que la propia vida es digna de narrarse porque es “original”, diferente, porque la propia personalidad es original, distinta a las demás. . . La autobiografía puede concebirse ‘políticamente’” (Cultura 343) Los dos cuentos autobiográficos de Bosch muestran el “orgullo” de su ascendencia española, lo que lo vincula directamente con la tradición cultural y literaria de ese país, a través de las lecturas del abuelo. La dimensión política de la autobiografía se podría traducir, en palabras de Gramsci, como la puesta de la propia vida en actos, por lo tanto, su valor histórico en el mostrar sin decir (343). Por ello, esos actos de vida, como expresión de la experiencia colectiva, resuenan en la estructura de sentimientos de los cuentos de Bosch.
Juan Bosch fue el último cuentista dominicano, en el sentido benjaminiano de “el cuentista” como Maestro y Sabio que “reaviva el fuego de la memoria colectiva. . . el transmisor de la sabiduría, las esperanzas y los deseos colectivos” (Muñoz, 91). Bosch, “el cuentista” de una fuerte, compleja y siempre polémica personalidad, deja a su paso por la cultura dominicana del siglo XX un legado de experiencias y conocimientos, tanto en sus cuentos como en sus libros de política, historia, biografías, cultura y sociedad. Como mesías y redentor de la sociedad dominicana terminó sus días “sacrificado” por seguidores que no “entendieron” ni su estética ni su ética. Tampoco “entendió” Bosch que la sociedad dominicana había cambiado durante las últimas décadas y que ni su estética ni su ética se correspondían con el capitalismo “montero”, es decir, tardío, subdesarrollado y dependiente. Fue un doble malentendido.
En muchos de sus escritos de la cárcel, Gramsci no cesó de reflexionar acerca de la cultura nacional y la cultura popular. Según el filósofo italiano, en algunos países como Alemania, ambos coincidían, pero, en Italia, la cultura popular no era considerada como la nacional, porque persistía una burguesía disociada de los valores del pueblo y con una intelectualidad orgánica que trabajaba para ellos. Asimismo, Bosch no entendió que la estructura de sentimientos de sus cuentos correspondía a un período de la sociedad rural dominicana, y que ésta se encontraba en disonancia con la cultura de la clase dominante. En la República Dominicana, las élites, portadoras de unos valores hispanófilos, católicos, y con una intelectualidad orgánica trujillista, no se reconocían en la cultura popular campesina. De la misma manera, las élites dominicanas y la clase política de los partidos fundados por él están conformados por una rapiña neocolonizada que, en un doble registro, por un lado, exalta el nombre de Bosch y su pensamiento, y por otro, hace todo lo contrario de la ética que Bosch predicó en su vivir/escribir.
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FERNANDO VALERIO-HOLGUIN (La Vega, RD 1956). Poeta, narrador, ensayista y docente universitario; profesor de literatura y cultura afrocaribeñas en Colorado State University. Ha publicado: Viajantes insomnes(1983), Memorias del último cielo (2002), Autorretratos (2002), Café insomnia (2002), Banalidad posmoderna: Ensayos sobre identidad cultural latinoamericana (2006), Los huéspedes del paraíso (2oo9) yRituales de la Bella Pagana (2009).
Bibliografía
Benjamín, Walter. “El narrador”. En Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Traducido por Roberto Blatt. Madrid: Taurus, 1998. 111-134.
Bosch, Juan. Cuentos más que completos. Santo Domingo: Alfaguara, 2009.
—. Textos culturales y literarios. Santo Domingo: Editora Alfa y Omega, 1988.
—. Textos culturales y literarios. Santo Domingo: Editora Alfa y Omega, 1988.
—. “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”. En Cuentos más que completos. Santo Domingo: Alfaguara, 2009. 565-580.
Clifford, James. “Travelling Cultures”. En Cultural Studies. Eds. Lawrence Grossberg, Cary Nelson and Paula Treichler. London & New York: Routledge, 1992.
** Esta versión para MediaIsla es un resumen del ensayo del mismo título publicado en la Revista Iberoamericana 243 (2013): 241-444.
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