CAMPANAS AL CREPÚSCULO
Habla
GABRIEL
GABRIEL
Desde ciegos recuerdos
desde el alba,
desde el Verbo estallando en las hogueras y que-brando perfiles arteriales
antes del fruto,
el árbol
y la espada;
antes de los clamores y las muertes y los jirones de promesas largas...
los augurios buscaban nuestra sangre
para trizar sus cauces derretidos con navegantes hebras de plegarias.
Acaso no supimos que las sombras hospedarían gritos de majadas,
que agrestes cautiverios de pezuñas
hollarían los vértices del hambre contra el diezmado orgullo de las matas.
Pero siempre habitamos el milagro.
Siempre urdimos,
trenzamos,
anudamos las puntadas de un diálogo remoto,
en el reverso herido de la trama.
Más allá de este onírico silencio
y su vergüenza ahondando la penumbra
y el trémulo fulgor de su mirada.
Más allá de los soles implacables
y el planeta pariendo,
entre las peñas,
duras genealogías de arenarios y breñales sedientos de agua clara,
Alguien marcó,
en la rueda del Zodíaco,
esta hora de endechas y holocaustos,
cuando yacen,
detrás de los corrales,
filamentos de noche derramada...
esta hora de ofrendas y relámpagos frente al puro ritual de las palabras.
Para que nada rompa el sortilegio,
para que nada ultraje ni perturbe las canteras desnudas de la magia,
cuando acepte,
en la piel de su ternura,
la Divina Simiente de la gracia.
Entonces,
hacia el índice y los códigos,
hacia el dolor que abisma la esperanza,
hacia el antiguo idioma de las lunas extraviadas en místicas entrañas;
por los fragantes cálices de marzo,
sonatas de rocío interminable lloviznan,
en el cuerpo adolescente,
los límpidos estambres de su lava
fecundizando el tiempo del Cordero sobre los muelles de su carne intacta.
desde el alba,
desde el Verbo estallando en las hogueras y que-brando perfiles arteriales
antes del fruto,
el árbol
y la espada;
antes de los clamores y las muertes y los jirones de promesas largas...
los augurios buscaban nuestra sangre
para trizar sus cauces derretidos con navegantes hebras de plegarias.
Acaso no supimos que las sombras hospedarían gritos de majadas,
que agrestes cautiverios de pezuñas
hollarían los vértices del hambre contra el diezmado orgullo de las matas.
Pero siempre habitamos el milagro.
Siempre urdimos,
trenzamos,
anudamos las puntadas de un diálogo remoto,
en el reverso herido de la trama.
Más allá de este onírico silencio
y su vergüenza ahondando la penumbra
y el trémulo fulgor de su mirada.
Más allá de los soles implacables
y el planeta pariendo,
entre las peñas,
duras genealogías de arenarios y breñales sedientos de agua clara,
Alguien marcó,
en la rueda del Zodíaco,
esta hora de endechas y holocaustos,
cuando yacen,
detrás de los corrales,
filamentos de noche derramada...
esta hora de ofrendas y relámpagos frente al puro ritual de las palabras.
Para que nada rompa el sortilegio,
para que nada ultraje ni perturbe las canteras desnudas de la magia,
cuando acepte,
en la piel de su ternura,
la Divina Simiente de la gracia.
Entonces,
hacia el índice y los códigos,
hacia el dolor que abisma la esperanza,
hacia el antiguo idioma de las lunas extraviadas en místicas entrañas;
por los fragantes cálices de marzo,
sonatas de rocío interminable lloviznan,
en el cuerpo adolescente,
los límpidos estambres de su lava
fecundizando el tiempo del Cordero sobre los muelles de su carne intacta.
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