Nicanor Parra: el poeta de la
demolición
Javier Aranda Luna
Dicen que Nicanor Parra es el poeta de la incertidumbre, de la
demolición. Del ya no más, del se acabó, de los tres amargos puntos suspensivos
que nos hacen ver la inutilidad de toda empresa y que pese a todo también son
puente de esperanza. Para él también existen las buenas noticias: “La tierra
–escribe el poeta– se recupera en un millón/ de años/ Somos nosotros los que
desaparecemos”.
Físico matemático de profesión Nicanor
Parra ha renovado como pocos la forma de acercarse a la poesía. Notoriamente
desde Poemas y antipoemas y no me refiero a la mera cuestión
formal, que cuenta, claro, sino a los temas y sus conclusiones.
En Manifiesto, un poema
verdaderamente memorable –y memorable es lo que se puede memorizar– Nicanor
Parra nos dice que los poetas bajaron del Olimpo. Que la poesía para sus
mayores era un objeto de lujo pero para él y los suyos, un artículo de
primera necesidad: nosotros no podemos vivir sin poesía.
Para Parra el poeta no es un alquimista
sino un hombre como todos:un albañil que construye su muro/ Un constructor de
puertas y ventanas. Él, apunta más adelante, conversa con el lenguaje de todos
los días y es cierto. Lejos de la tradicional retórica poética, el lenguaje de
Nicanor Parra rehúye de la sofisticación solipsista, del onanismo literario.
Quiere que lo escuchen en la plaza pública, en las calles donde fluye la vida.
Por eso repudia la poesía de gafas
obscuras de capa y espada, desombrero alón. Descree de los signos
cabalísticos, de las ninfas y tritones para su quehacer poético. No sólo eso:
sostiene que los poetas de la retórica vacua deben ser procesados por
construir castillos en el aire, malgastar el espacio y el tiempo redactando
sonetos a la luna o por agrupar palabras al azar a la última moda de
París.
Sería un error considerar a Parra un
iconoclasta improvisado, un destripado de la literatura. Su formación
literaria, por el contrario, esta hecha a la antigüita, leyendo a los grandes
autores, conversando con los clásicos e intercambiando con sus contemporáneos.
Nicanor Parra diálogó largamente con sus poemas con uno de sus más distinguidos
contemporáneos. Con Pablo Neruda compartió la indignación por la injusticia
pero sus poemas no fueron de la militancia de Neruda.
Para el autor de El hombre
imaginario el pensamiento no nace en la boca sino en el corazón
del corazón. Por eso denuncia al poeta demiurgo, al poeta barato, al poeta
ratón de biblioteca que practica un surrealismo de segunda mano, un
decadentismo de tercera, para ofrecer al lector una Poesía adjetiva/
Poesía nasal y gutural/ Poesía arbitraria/ Poesía copiada de los libros.
Poesía, en fin, de círculo
vicioso. Conversar con el lenguaje de todos los días para hablar de las cosas
de todos los días es lo realmente importante para este escritor chileno a quien
Harold Bloom considera uno de los mejores poetas de Occidente y Roberto Bolaño
un verdadero desafío:
“El que sea valiente que siga a Parra.
Sólo los jóvenes son valientes, sólo los jóvenes tienen el espíritu puro entre
los puros. Pero Parra no escribe una poesía juvenil. Parra no escribe sobre la
pureza (…) Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado.”
Este poeta iconoclasta cumplió el
pasado 5 de septiembre cien años y según testimonios periodísticos aún conduce
un Volkswagen sedán.
Recuerda Phillip Ward que un antipoeta
es para Parra, una persona non grata que se reserva el derecho
de decir lo que se le antoje.
Parra publicó Cancionero sin
nombre en 1937. Tenía entonces 23 años y no fue sino hasta 1954 que
dio a conocer el célebre Poemas y antipoemas.
Temporal es su libro más
reciente. Aunque el libro cuenta el desbordamiento del río Mapocho también es
una denuncia de la dictadura. Un río de voces que transcurren y se desbordan de
su cauce.
Al poeta mismo le debemos su mejor
autorretrato. Escribe en Epitafio:
De estatura mediana,/ Con una voz ni
delgada ni gruesa,/ Hijo mayor de profesor primario/ Y de una modista de
trastienda;/ Flaco de nacimiento/ Aunque devoto de la buena mesa. Y apunta
más adelante:
Ni muy listo ni tonto de remate
Fui lo que fui: una mezcla
De vinagre y aceite de comer
¡Un embutido de ángel y bestia!
Patti Smith le compuso una canción a
este traductor del Rey Lear al español, a este escritor centenario que quiere
vivir 116 años y que tal vez por pura rebeldía lo cumpla.
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