Juan Domingo Argüelles
Mucho se habla de los valores intelectuales de la obra de Jorge Luis Borges, pero muy poco de su profundidad emotiva, como si ésta no existiera e incluso como si ésta hubiese estado ajena a los propósitos del gran poeta argentino. Pero a lo largo de sus ensayos, sus declaraciones y sus poemas mismos, Borges fue dejando pistas para revelar su concepto poético, muy distante, por cierto, de la denominada estética del verso intelectual.
En cierta ocasión, al referirse a sus tres primeros libros de poemas (Fervor de Buenos Aires, Cuaderno San Martín y Luna de enfrente), revindicó Fervor de Buenos Aires (“porque todavía me reconozco en él, aunque sea entre líneas”) y abjuró de los otros dos por considerarlos “ajenos”, es decir llenos de artificios, impropios de la emoción. Y expresó esta opinión devastadora: “Luna de enfrente fue un libro que se escribió para escribir un libro, lo cual es el peor motivo. Los libros deben escribirse solos, por medio del autor o a pesar de él”.
Más de una vez, Borges afirmó que sin la emoción la poesía resultaba estéril. ¡Y que lo dijera él, escritor libresco, culto y de gran erudición! Pero como Borges era también gran ensayista, sabía que el ensayo era precisamente el género que mejor se avenía a la disquisición intelectual, así como el cuento (del que también fue gran maestro) era el género adecuado para la fantasía, la imaginación y el artificio literario.
Borges poeta puede estar hablando de un libro o de un personaje o de un episodio histórico o doméstico, pero siempre lo hace desde la emoción. Sobran los ejemplos, desde el famoso “Poema de los dones” hasta sus no menos célebres “Un lector” y “Elogio de la sombra”.
Borges acostumbraba escribir alguna nota previa (y a veces algún prólogo) en sus libros de poesía. Por esto sabemos que de los trece libros que escribió (Fervor de Buenos Aires; Cuaderno San Martín; Luna de enfrente; El hacedor; El otro, el mismo; Para las seis cuerdas; Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La rosa profunda, La moneda de hierro, Historia de la noche, La cifra y Los conjurados), su preferido era El otro, el mismo, en cuyas páginas están “Otro poema de los dones”, “Poema conjetural”, “Una rosa y Milton” y “Junín”, poemas, decía el autor, que “si la parcialidad no me engaña, no me deshonran”. Ahí también están, en esas páginas, sus dos poemas ingleses, su “Soneto del vino”, “Everness”, “Elegía”, “El mar” y “Al hijo”, entre otras maravillas.
Y así como ese libro era su preferido, Historia de la noche es, para él, el más íntimo de cuantos escribió. Y cuando utiliza el término “íntimo” se apresura a aclarar: “Abunda en referencias librescas; también abundó en ellas Montaigne, inventor de la intimidad.” Quería decir con esto, obviamente, que no nos dejáramos engañar con los temas o referencias en los poemas; que más allá de estos elementos, la intimidad y la emoción eran elementos esenciales de su poesía.
A María Esther Vázquez, Borges le dijo, con risueña ironía: “Podemos perdonarle a Goethe sus cuarenta volúmenes en virtud de sus Elegías romanas, que son lindísimas.” Para Borges, el poema tenía que partir de la emoción y de la verdad, no del intelecto ni de la invención. Argumentaba: “Yo creo que para que el poema sea bueno debe estar basado en la verdad emocional.”
En cuanto a la “poesía intelectual”, Borges opinaba lo mismo que López Velarde: que era una desviación de la poesía. “Vamos a ver –dijo Borges en 1982–: se la llama poesía intelectual, pero intelectualmente es incomprensible.” Y, por supuesto, no confundía esa especie con la poesía hermética, pues aclaraba: “En la poesía hermética se entiende que hay algo y eso es lo que vale. Por otra parte, las ideas en poesía no son muy importantes y siempre son las mismas: todo es transitorio, temporal, o si no lo contrario: hay algo eterno. Da lo mismo una que otra; lo valioso es cómo se diga.”
Incluso en la poesía menos tersa, como la de Unamuno, Borges encuentra virtudes que no halla en la llamada “poesía intelectual”. Decía: “Tomemos el caso de Unamuno: los poemas son feos, los versos son duros, pero las ideas interesantes. Acá [es decir, en la poesía intelectual] no se sabe cuáles son las ideas. Se llama poesía intelectual a la que no es musical.” Y si, finalmente, la poesía carece de música, es de antemano una negación de la poesía. Hay poetas intelectuales que, luego de afinar sus ideas, deberían entregarse a la reflexión ensayística. Eso creía Borges. Y tenía buenas razones para ello.
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