sábado, 4 de enero de 2014

MÚSICA AL AIRE LIBRE, Eusebio Ruvalcaba

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para José Ángel Navejas
imagen
Pablo Picasso, Músicos con máscaras, 1921
©Wikicommons
La música fue hecha para ocarse al aire libre.
Y para escucharse al aire libre.
Primero fue la música
y después ese afán del hombre de encerrarlo todo.
De ser propietario de todo.
De hacer suya la música
a costa de privarla para los demás.
La música se hizo para ser tocada al aire libre.
Que despliegue su belleza por los aires.
Que su sonoridad se extravíe en el cielo.
Que las sinfonías de Beethoven reverberen
a la altura de los jirones de nubes.
Que los conciertos de Brahms
se sumerjan en oleadas de viento volcánico.
Que las sonatas de Schubert se nutran
de las corrientes acuáticas,
y los quintetos de Mozart se confundan
con los sonidos de las aves que de pronto surcan el aire.
Si los sonidos de una orquesta
Colmaran las calles hasta que el ruido de los taladros desapareciera,
entonces habría más tolerancia.
Los transeúntes se detendrían en las fachadas grises
y descubrirían la belleza
como si estuvieran impelidos por el vigor de una droga.
La música se convertiría en una caricia
aun para el oído profano.
Que para eso fue hecha.
Para llevar alivio por el solo hecho de escucharla.
La más hermosa sala de conciertos no deja de ser una jaula de oro.
Con sus pájaros dentro.

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