viernes, 17 de enero de 2014

AVÉRCHENKO, EL INTEMPORAL, Ricardo Guzmán Wolffer


Ilustración de Juan Puga
Avérchenko,
el intemporal

Ricardo Guzmán Wolffer

Bastará leer unos pocos cuentos de Arkadi Avérchenko (Rusia, 1881-Checoslovaquia, 1925) para comprender la causa de ser llamado en vida “el rey de la risa”. Con una gran cantidad de textos, es difícil encontrar alguno que no siga vigente por hablar de situaciones que, como en la Rusia de inicios del siglo XX, pueden darse con el vecino inmediato, o mencionar a personas que, en esencia, nada le piden a aquellos rusos de antes y después de la revolución: la esencia humana poco cambia de siglo a siglo, o de ciudad a ciudad. La realidad subsiste.
Avérchenko gusta de burlarse de todo cuanto le rodea: el sistema político, las costumbres, la disposición hacia la vida, los animales, las fantasías, los funcionarios, los profesionales, en fin: el rey de la risa. Para tener tal mote, es de esperarse que tome varios matices en la risa: ésa que explota para contagiar a otros; la que uno hace en lo bajo, tratando de esconder la diversión; la que nos hace levantar la ceja para entender hasta dónde va la burla y captar si no somos nosotros mismos los implicados. Además, acepta que el humor es universal: lo mismo debe hacerse con elegancia para quienes tienen más información e imaginación, como para quienes carecen de ambas. En “Humor para imbéciles”, el autor es interceptado por un gordillo “tan satisfecho de sí mismo que se cree obligado a reprender cariñosamente a todo el mundo”, es decir, un perfecto imbécil (corto de razón). Éste le insiste al autor que le cuente algo divertido, algo que lo divierta. Malhumorado, el personaje narra algunas pequeñas historias, sin mayor alcance, pero que divierten al escucha a grado tal que chilla de la risa. El texto remata con una sentencia: por fin el autor ha entendido por qué se hacen películas sobre “escenas estúpidas”: hay quien las necesita.

¿Las fantasías de todos los tiempos, sobre la existencia de sirenas y su supuesta atracción? Son risibles: si llegara a encontrarse una, habría que darle de comer pescado crudo (lo que no es erótico, como suponen los fantasiosos al tener en sus brazos una mujer semidesnuda), echarle agua cada tanto para evitarle la resequedad, verla peinarse la larga cabellera con el esqueleto del pescado y, pero aún, hablar como lo hacen los marineros: sin elegancia ni tacto algunos.

El gremio de los escritores y su lucha con los editores no podía faltar. Mayor eficacia tiene cuando el escritor supone el triunfo a base de filtrar escenas y descripciones sexuales. En “Incurables”, el autor propone descripciones sobre Lidia, una mujer con “henchidos e impresionantes globos” y “elásticas caderas”; cuando el editor se aburre de los muchos pasajes con tales menciones, le sugiere q ue escriba artículos científicos, tal vez sobre los boyardos o las moscas. Por supuesto, la boyarda Lidia se desviste y le brotan “un par de agitados e impresionantes pechos”, mientras que la mosca Lidia se encuentra con un enorme moscardón macho y al levantar sus patitas agita sus “impresionantes pechos”. Esta idea de que las moscas pueden ser fuente de diversión se repite en “La mosca”, donde un preso sobrelleva el encierro al cuidar una mosca, la cual termina por huir, narra después el propio insecto, ante el acoso sufrido por parte de ese humano loco que no la deja ni dormir. En uno de sus cuentos famosos, “El poeta”, estamos ante el acoso interminable del escritor sobre el editor, al que le deja copia de sus escritos en los lugares menos esperados, desde las sábanas de su cama, la ropa que se cambia cada día, hasta las bolsas de la esposa del editor. En “Edipo rey”, un escritor fallido intenta obtener el trabajo de administrador de una revista, al recomendar telefónicamente al director de la misma con vendedores de papel, cobradores fiscales, autores consagrados, en fin, ante cualquier participante del proceso para editar una revista. Antes de recibir el cargo, el director le comunica que el teléfono lleva días desconectado. En “El abogado” vemos la censura y cómo un jurista recién egresado termina siendo defendido por el editor enjuiciado. Ni la censura ni los jurisconsultos salen bien librados.

La eterna lucha de los sexos va de un lado a otro. Para ocultar sus amoríos con otra mujer a la mucama, el patrón la envía en “Maupassant” a llevar libros a los amigos para que éstos la entretengan mientras está con la otra. En “Ninochka” una hermosa joven es pellizcada, toqueteada y molestada por varios hombres. Cuando se convence de que “todos son unos puercos” va a quejarse con su vecino, al que ella ve con buenos ojos, pero queda decepcionada cuando éste evidencia su desinterés por verla desnuda. En el extremo contrario tenemos a la enamorada de “El veneno”, una actriz que sólo le contesta a su pareja con diálogos de las obras que ha actuado, dejándolo siempre con la sensación de que forma parte de una suerte de ensayo intemporal. Sobre el tema, en “Los hombres”, vemos cómo la supuesta suegra convence a un joven de que ha dejado embarazada a su hija y, al haber muerto ésta, debe cuidar de la hija de ambos. Perplejo, está a punto de aceptar la tarea, cuando se aclara el error de la vieja: ha tocado en la puerta equivocada del edificio, para tranquilidad del entrevistado. En “La mentira” precisa: ambos sexos son igual de chapuceros en menesteres del amor.

En la añoranza de cuando los delincuentes tenían cierto pudor, en “Los ladrones” presenciamos una negociación telefónica entre la víctima ausente y los infractores que han entrado a la casa a robar. La necedad de los policías en vigilar es ridiculizada en “Robinsones”, hasta que salva la vida del vigilado. Por algo salió de Rusia con la llegada de la revolución: hay “servidores públicos” cortos de humor.

Incluso él mismo puede ser motivo de diversión. En “Autobiografía” habla de su trayectoria, pero se burla de sus sueños, de cómo logra el éxito y, sobre todo, de sus intentos por parecer modesto.

Un autor vigente y eficaz. Cuentos dignos de cualquier antología del humor. Un verdadero rey de la risa.

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