Hugo Gutiérrez Vega
Discurso para el obispo Vera (I DE II)
Foto: María Luisa Severiano/ archivo La Jornada |
El premio que, por generosidad del consejo de nuestra universidad lleva mi nombre, ha tenido buena suerte gracias a que sus jurados han sido inteligentes y han logrado muchos aciertos: la ganadora de la última emisión, Elena Poniatowska, acaba de recibir el Premio Cervantes; Miguel León Portilla publicó recientemente un nuevo libro que viene a confirmar sus dos cualidades principales: la sabiduría y el espíritu de justicia, y Fernando del Paso ha logrado, con su nueva edición de Noticias del imperio, reafirmar su calidad de gran novelista y de hombre comprometido con la justicia y la democracia.
En esta noche venturosa y en este teatro que ha sido testigo de acontecimientos fundamentales de nuestra historia, entregamos el Premio al ingeniero químico y obispo de Saltillo, Raúl Vera López. Ya el jurado deliberó sobre las cualidades y virtudes de nuestro premiado. Yo quiero hablar del hombre, de este hombre justo y sabio, pero, sobre todo, bueno, en el sentido machadiano de la palabra.
Nació en Acámbaro en 1945. De su infancia rescató el interés por la situación mundial, inspirado por su señora madre, siempre atenta a las noticias que llegaban a su radio de onda corta desde Francia, España, la Unión Soviética y Estados Unidos. Fue un futbolista eficiente y un ciclista que se caía con frecuencia pero rápidamente se levantaba. A los diecisiete años entró a la Universidad Nacional Autónoma de México y comenzó sus estudios en la Facultad de Ingeniería. Por esa época descubrió el Centro Cultural Universitario, el entrañableCCU, fundado por los frailes dominicos. En este Centro se acercó a la Biblia, a la experiencia de los curas obreros franceses y a la difusión de la cultura y de los principios religiosos, así como de la opción por la libertad de pensamiento, todo esto representado en la figura del fundador de la Parroquia Universitaria, Agustín Désobry. Ingresó al seminario a los veintitrés años y Bernardo Barranco nos pone a pensar en las aventuras del espíritu del joven seminarista al afirmar que nunca fue clerical, sino eclesial, en el sentido más crítico y profundo de esta palabra. El estudiante de ingeniería química fue entusiasta participante en las marchas estudiantiles. El trágico 1968 forma parte de su experiencia humana y sacerdotal.
La Orden de Predicadores tiene una historia llena de contrastes pero, en el balance final, predominan en ella la generosidad, el apoyo a los humillados y ofendidos por la sociedad capitalista, y la búsqueda de la equidad que sólo puede lograrse a través de una mejor distribución del ingreso. Raúl Vera pertenece a la corriente de tensión espiritual y de opción por los pobres que representa el ilustre obispo de Chiapas fray Bartolomé de las Casas, y a la que se afiliaron muchos frailes inteligentes y audaces que se enfrentaron a los poderosos para defender a los que nada tienen.
En 1988 fue nombrado obispo de Ciudad Altamirano, y en agosto de 1995 fue enviado como obispo coadjutor a San Cristóbal de las Casas. Su encomienda era la de neutralizar el liderazgo de don Samuel Ruiz, el valiente defensor de los indios de Chiapas, el sucesor de la audacia de fray Bartolomé. Para nuestra fortuna, Raúl Vera no cumplió la encomienda y se dejó convencer por don Samuel. Eso no fue muy difícil ya que, desde su llegada a San Cristóbal de las Casas, el nuevo obispo protestó contra la marginación de los indígenas en su propia tierra y por el aumento de la represión gubernamental.
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