LA CARICIA
Mientras observo tu rostro pasivo, mis dedos recorren tus cabellos, apreciando, en esa dócil caricia, la exquisitez de tu pelo. Siempre tan presumida ¡Mirá que llegar a los setenta y dos años con ese impecable color castaño! Lo cierto es que te estoy acariciando y no protestás; claro, no podés, te la tenés que aguantar y yo me complazco.
¿Sabés que pasa, mamá? Yo siempre quise acariciarte pero vos no te dejabas, decías que estropeaba tu peinado. No te entiendo; nunca te entendí. A mí me hubiera gustado que me acariciaras, pero no pudiste ¡Si supieras cuánto me marcaste con tu rechazo!
Todos estos años anduve por la vida buscando la caricia, pero no cualquiera ¿Eh? De esas encontré muchas; mi piel emanaba el anhelo de una caricia, mi mirada dejaba al descubierto las carencias contenidas, mi voz imploraba la caricia que vos me negabas. Pero no era lo mismo; yo quería la tuya, la que se da desde las entrañas y esa sólo podías dármela vos, pero nunca la hallé.
Eso sí; yo jamás me privé de acariciar a nadie porque sabía del valor de una caricia. A vos no; no te dejabas, ché. De todos modos, no te odio. Y sí, bronca tuve, y mucha…pero odio, no, no te odié ¡Tantas veces me cuestioné si no habría sido yo la responsable! Hice terapia, incluso, pero no pude llegar al nudo. Entonces comencé a peregrinar el camino del permiso y el perdón; permiso para respirar, perdón por vivir ¿Qué cruel, no? Porque mirá que es un camino duro de andar. Dicen que hay un lazo invisible pero muy fuerte que no se fragmenta nunca sino hasta que uno de los dos muere, la madre o el hijo.
Te tocó a vos, vieja; así es la vida, es lo que se espera ¿Verdad? Yo me quedo con mi bronca, con mis resentimientos agolpados en lo sombrío de mi corazón, fluyendo por mi sangre hacia cada recoveco de mis órganos; me quedo con la sensación de ser una mal parida. Pero al menos tengo tiempo para remediarlo ahora que te fuiste para siempre.
El sabor áspero de la caricia negada se va con vos, con vos que “ya fuiste”, como dicen los pibes de hoy. Comete el amor que me negaste, jodete, se acabó el tiempo de reparaciones, no podés corregir nada, te llevás la culpa y la rabia, porque ustedes, los viejos, cuando se preparan para caminar los últimos metros, quieren ser reconocidos, convertirse en mártires, dejar un tendal de lágrimas derramadas tras el féretro. Pero yo no voy a llorar; me voy a reír, de vos, de mí, de tu patético narcisismo, de lo que fuiste y ya no sos.
No voy a volver a pedir perdón ni permiso; no estás más para decirme cómo debo comportarme, para juzgarme, para avasallarme ¿Y… sabés qué? Me voy a guardar todas las caricias que tengo acumuladas en las manos, no voy a regalar una más, voy a tomar tu legado, voy a pensar únicamente en mí…
Pero…no te vayas, no me dejes…necesito que me expliques, que me pidas perdón, que seas vos la que empape mi mortaja con tus lágrimas, que asistas a mi inhumación, que presidas mi cortejo.
No puedo vivir sin vos… ¿Y si nos vamos juntas? ¿Y si lo seguimos en el más allá y lo solucionamos de una buena vez? Vos me enseñaste que no se deben dejar cuestiones pendientes, que hay que plantarse ante los problemas aunque el desánimo nos impida conservar los ojos abiertos, cumplir con el deber. Todo eso me impusiste y no voy a defraudarte ahora que tu misión llegó a su fin. No me puedo quedar con la carga de lo inconcluso. Esperame, mamá, voy con vos.
La detonación irrumpió el susurro de los presentes. Las paredes salpicadas, la cabeza de Daniela destrozada y caída sobre el pecho de su madre, el revolver humeando en la mano derecha, y los dedos de la izquierda enredando el cabello color caoba. Unidas por primera vez…
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