domingo, 28 de diciembre de 2014

DOS POEMAS INÉDITOS DE NUNO JÚDICE, Marco Antonio Campos


 La Jornada Semanal
 
Dos poemas inéditos
Nuno Júdice
Presentación
Reservado, casi silencioso, hombre que no suele opinar a menos que se le pregunte, Nuno Júdice, sin embargo, parece mirar con viveza todas las cosas del mundo, las cuales guarda detalladamente en la memoria, para luego, a la hora de escribir el poema, saber con toda conciencia el asunto a tratarse, desarrollarlo y terminar llevando a cabo una pieza distinta, irrepetible. En buena parte de su obra poética es dable seguir su mirada irónica y melancólica. Para esta entrega se invitó a varios autores que son a la vez poetas y ensayistas notables: tres españoles (Luis García Montero, Jenaro Talens y Luis María Marina), un portugués (António Carlos Cortez) y una mexicana (Blanca Luz Pulido). En estos breves ensayos totalmente inéditos se analizan perfiles característicos de la poesía de Júdice: su lugar en la poesía portuguesa, su originalidad creativa, su narratividad, sus temas recurrentes, su poética de la traducción y rápidos rasgos de su personalidad. Por demás, debe señalarse que Talens, Marina y Blanca Luz son traductores de libros de Júdice. Agradezco mucho a Hugo Gutiérrez Vega que me haya propuesto reunir los trabajos críticos de este dossier de un poeta a quien tanto admiro y un amigo al que tanto aprecio.
Marco Antonio Campos
Retrato con modelo
Te veo asomar a la veranda, regar las flores
nacidas de semillas que plantaste en la primavera,
mirar distraída hacia el tráfico, bajo los árboles
que perdieron hojas y fuerza, y concentro
mi atención en tus ojos. Pasan
por ellos versos antiguos, un candelabro
de sextinas y las rimas paralelas de un mar
que se oscureció con el moho de siglos; pero
en su fondo veo la llama del amor que
incendia la tarde. Y te pido que entres,
mientras las horas avanzan y el día parece
no tener fin: para que cierres los ojos y
yo tenga la imagen de tu rostro en el perfil
de la estrofa, su alegría tierna y feroz, y
la inquieta y simple forma de tu cuerpo.
El tiempo que pasa
Un día, tal como este día en que la primavera nació
de súbito por entre los campos sedientos de luz, algo
surgió en el corazón, si aún se puede hablar así del punto
en que el sentimiento se junta con el impulso de la vida. “Amé
como nunca amé antes”, escribió en el papel que
el tiempo iría a destruir; y también ese sentimiento
se diluyó en las muchas primaveras que siguieron a aquella,
y en los inviernos que de nuevo marchitaron los amores
y las imágenes que ocupaban el corazón y los ojos. “Así”,
escribió, “el tiempo va llevando como un río los destrozos
del alma, y en breve llegarán al océano del olvido,
para que ya no atormenten a quien amó.” Pero no vio
el rostro que un día emergiera de la negra sensación del fin,
ni oyó la voz que lo llamó del centro del vacío,
para que ningún otro día tuviese el mismo color de ceniza
de los días antiguos. A pesar de todo, sintió que
volvía a vivir; y sus manos ganaron fuerza para
tomar el cuaderno donde había juntado todas las palabras del amor,
y leyó lo que había escrito con la lentitud de quien recuerda. Ah,
como si las aves antiguamente aún supiesen el camino
de regreso, y las ramas del árbol que abrigó a los amantes
no estuviesen secas hace ya mucho. Dicho esto, volvió a cerrar
el cuaderno y esperó, delante del campo cubierto de niebla,
que el sol de la mañana trajese una ilusión de primavera
a su vida, y un nuevo sentimiento al corazón.
Versiones de Marco Antonio Campos y Rodolfo Mata

No hay comentarios:

Publicar un comentario