jueves, 11 de diciembre de 2014

LA MEMORIA DE BATIS. Miguel Ámgel Díaz Monges

LA MEMORIA DE BATIS
Miguel Ángel Díaz Monges


Habiendo hablado así en la llanura, Monelle quedó callada y triste; pues debía regresar al seno de la noche.
Y me dijo desde lejos:
Olvídame y te seré devuelta.
MARCEL SCHWOB

Olvidado y a salvo del olvido, entre la veneración de muchos y el odio de otros tantos, en diciembre cumplirá 80 años Huberto Batis. Su salud es precaria al punto que me pregunto si se estará haciendo viejo. Hace cuatro años, tras la muerte de su yerno y una de sus hijas, le extirparon un cáncer de casi un kilogramo. Hace unos meses sufrió un infarto cerebral. La casa en la que antes no se podía caminar por el reguero de libros y periódicos ahora se ha vuelto un campo minado de medicamentos. Batis sigue totalmente lúcido, productivo y feroz.
Acerca de este hombre y del suplemento “sábado” se ha escrito todo lo imaginable —y ha campeado el exceso, a favor y en contra—, pero es razonable sospechar que muchos lectores e incluso escritores jóvenes no tienen idea de quién ha sido Batis, qué fue y significó “sábado” o tal vez qué demonios es eso de suplemento cultural, especie en extinción. Yo mismo he escrito mucho acerca de esto, a ver si consigo no repetirme demasiado.

Algunos han querido fingir que Huberto Batis ni existe ni existió. Le entregaron la Medalla de Oro de Bellas Artes como quien amortaja un cadáver. No puedo juzgar: cada quien sabe cómo le fue en la feria y se las arregla consigo mismo y sus pasiones, bajas o elevadas. Lo que sí puedo opinar, a título personal, es que algunos medios e intelectuales han sido mezquinos con Batis. Quizá con razón, no lo sé. Sé, eso sí, que Huberto es un hombre difícil y que es capaz de agredir con una agudeza que puede resultar imperdonable. Eso no lo había escrito nunca, quizá soy yo el que está envejeciendo y he introducido una nota de sensatez en mi contumaz vehemencia. En fin, esto se trata de Huberto Batis.

Lo primero que conviene hacer es completar la afirmación generalizada de que Batis ha sido el mayor surtidor de nuevas plumas —buenas, malas y regulares— en el mapa literario mexicano. Eso es cierto, ni sus enemigos lo discuten. Pero suele omitirse que en su larga carrera como académico en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde ha impartido por décadas las materias de teoría literaria y taller de revista, ha sido uno de los docentes que más talentos ha formado y que más influencia ha tenido entre los lectores y escritores salidos —ojalá fuera egresados— de dicha facultad. Así, unificados el editor y el docente, su importancia en la vida cultural de México desde hace más de 50 años, su legado contante y sonante es abrumador. Entre escritores y lectores, sus últimos aprendices formados en “sábado” ahora tienen entre 30 y 40 años. En cuanto a su trabajo docente aún sigue, de modo que su influencia está activa en jóvenes de más o menos 20 años, y lo que se acumule.

En “sábado” había tres normas. Una vez le llevé textos de un amigo, los leyó de mala gana y me espetó: “¡Primera norma: no me traigas a nadie!”. En los últimos años de “sábado”, tan confusos, le quisieron imponer un diseño moderno; furioso, soltó la segunda norma, la que siguió siempre como editor y en todos los aspectos de su vida: “¡Sencillez franciscana!”. Más de una vez le pregunté por qué publicaba cosas odiosas, fuera por el tema o lo mal escritas; su respuesta invariable era la tercera norma: “¡Déjalos que se exhiban, mano!”. Creo que esas tres normas dejan ver a Huberto más a fondo que miles de palabras.

Recordemos, sólo para no dejar nada en el aire, que antes de dirigir “sábado” dirigió Cuadernos del Viento, cuya contribución cultural no fue menor ni mucho menos.

Su trabajo editorial no ha terminado del todo, lo realiza en Facebook con extraordinaria energía aunque sin mayores alcances. Desde que murió “sábado” —o le fue arrebatado— empezamos a hablar de una revista por Internet. Como para las nuevas plumas, tuvo visión para las nuevas tecnologías. Lamentablemente no ha concretado ese proyecto. Ni él ni yo sabemos conseguir dinero o financiamiento.

Es el último de su generación, a la que han llamado “de la Casa del Lago”, “de los 30”, “de Medio Siglo”, “de laRevista Mexicana de Literatura” y a la que —ante tales imprecisiones siempre desatinadas y también con más conocimiento y derecho— Juan García Ponce prefirió llamar la “Generación Despedazada”. Irascibles y brutales, nobles y generosos, pornógrafos y agnósticos: gente llena de contradicciones bien visibles; gente felizmente anormal que no ocultaba ninguno de sus rostros ni usaba esta o aquella conveniente máscara. Eran los “Juanes” —así se llamaban entre sí— y eran escritores que ni supieron ni quisieron adaptarse: Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Juan José Gurrola... y Huberto Batis, “Juan Honorífico”. Otros amigos y enemigos suyos viven o han muerto pero no son parte de dicha generación, ya que las generaciones nada tienen que ver con la edad cronológica: Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, José de la Colina, Emmanuel Carballo, Carlos Payán, Julio Scherer y muchos más.

Todos ellos, también, gente brutal en el trato. Era una forma de ser entre los intelectuales mexicanos. Pero el más odiado o temido es Huberto, a quien conviene conocer si se está interesado en investigar la verdadera desmesura, esa de la que habló Norman Mailer: “No sé si la pluma es más potente que la espada, pero ambas alcanzan su mayor violencia cuando son empuñadas por hombres desmedidos”. Hay cosas que vienen del temperamento y ese es difícil de cambiar, en caso de que interese cambiarlo. Yo creo que a Huberto le falta lo que llaman “inteligencia emocional”, cosa que tampoco padezco así que no la puedo describir. Él se peleó con todo el mundo. Defendía sus ideas —que no ideales— con rabia e incluso con violencia. Otros también libraron guerras y batallas, pero tuvieron la prudencia de elegir bien a sus enemigos. La muerte civil a la que el medio intelectual ha condenado a Huberto Batis tiene su raíz en el propio Batis, pero no creo que él se arrepienta de nada de eso. Por mi parte dejo constancia de que cada vez que lo vi estallar también lo vi volver a la risa y la camaradería en pocos minutos como si nada hubiera pasado. No guarda rencores y sólo recuerda esos pleitos cuando vuelve a ver motivos para la cólera. A mí me gritó una vez, le grité, hubo un silencio y después hablamos de otras cosas tan amigos como siempre.


Arriba me he referido a Batis como escritor y creo que es lo que más me interesa señalar, así sea sólo para no referirme nuevamente al editor y el docente. Se supondría que es sabido que Huberto ha escrito mucho acerca de lo más variado, de política en abundancia; diríase que volúmenes incontables si todo estuviera ordenado y compilado, pero no se sabe o se omite a posta. Lo publicado, suficiente ejemplo, abarca desde su inconseguible y emblemática Estética de lo obsceno y otras exploraciones pornotópicas hasta los soberbios libros de crítica literaria que tituló con humildad: Reseñas al vapor de poesía mexicana, La flecha en el arco, La flecha en el aire, La flechaen el blanco y La flecha extraviada. También están sus diversos tomos de memorias que abarcan las referentes aCuadernos del Viento, a “sábado” y a su propio transcurso humano e intelectual. Estas últimas empezó a publicarlas Héctor de Mauleón en “Posdata” del irónicamente efímero El Independiente, pero sabemos lo que pasó con ese loable suplemento que llegó a El Universal convertido en “Confabulario”, donde las memorias de Batis ya no tuvieron cabida por razones que desconozco y no me incumben directamente. La bibliografía de Huberto Batis es más amplia y de mayor sustancia que la de muchos que van con bandera de escritores denostando al irascible sobreviviente.
De esos tomos de memorias, los inéditos o inconclusos, no se habla. Él mismo no habla de ellos. Hace unos días le dije que me los diera y yo me encargaba de hacerlos publicar —aclaré, y aclaro, que si algún dinero se recuperara sería para su tratamiento médico—. No me dijo ni media palabra al respecto. O no quiere publicarlos o trae un as bajo la manga que hará temblar a muchos. Espero que se trate de esto último.

No es que yo sea muy aficionado a esos tomos de memorias petulantes y plagadas —como la memoria misma— de mentiras o de verdades a medias. No lo soy en absoluto. Con Huberto es distinto.

Alguna vez incluí en una de mis entregas para “sábado” cierta anécdota de interés común que él me había contado. Me dijo que no tenía derecho a hacerlo, que sus memorias las compartía con sus amigos y las escribiría él si le daba la gana, no yo. Pues táchalo y ojalá sí lo escribas, le dije.

Fernando Tola de Habich escribió que su idea del paraíso era pasar la eternidad frente a una chimenea conversando con Huberto Batis. Algunos lo llamaron cursi, exagerado, grandilocuente, sensiblero y todas esas cosas que dicen con facilidad los intelectuales serios y modosos. Yo estoy de acuerdo con Fernando. Sin duda añadiría otras cosas, no menos cursis, a mi paraíso, pero incluiría esas conversaciones con Huberto, un hombre que lejos de apoderarse de la palabra se enfurece y calla si no encuentra contrapunto y retroalimentación. Sé que habrá sonrisas irónicas si escribo que tratar con Batis es un privilegio, pero quienes hemos tenido la fortuna de ser sus amigos y escucharlo, hablar con él y construir una esfera anecdótica y analítica que parece formar una fantástica mitología donde todos los personajes son tan reales como demenciales, sabemos que esas memorias no deben perderse. Tampoco debe perderse el humor y la fina ironía con que las cuenta. Se perderán, no hay remedio, sus gesticulaciones, su gracia para imitar, sus pausas, sus allegros y adagios, sus carcajadas, sus manifestaciones de éxtasis al referirse a la belleza de una mujer o una obra de arte: su particular manera de ser insuperablemente amena. Pero que no se pierda la palabra llana, el hecho y el suceso, la estampa de casi un siglo; los nombres, los rostros, las calles, las palabras, la colecta del diletante, el borgiano tesoro.

No sólo se trata del anecdotario reunido en 80 años de vida. Tampoco de un enorme catálogo de chismes: Batis hace del chisme el hilo con el que teje la urdimbre del medio cultural que le tocó vivir, gozar y padecer. Se trata de la vida de México en todo este tiempo, no sólo la del ambiente cultural, aunque con salvar esta ya se salvaría mucho.
Porque Huberto Batis no sólo ha sido un gran generador de cultura, sino que con esa memoria envidiable, también es como un fresco que guarda todos los trazos y colores de su tiempo. Parece saberlo todo. La memoria de Huberto debería ser patrimonio de la humanidad.





MiguelÁngel Díaz Monges
Nació en 1965. Escritor y periodista cultural. Estudió Arquitectura en la Universidad Iberoamericana y Filosofía en la UNAM, donde fue becario del Instituto de Investigaciones Filosóficas. Ha publicado su obra desde 1979 en diversos medios tanto mexicanos como españoles. Su producción literaria consta de poesía, ensayo, drama, narrativa y géneros mixtos. Entre los principales medios de los que ha sido colaborador se cuentan la revista Nexos y el suplemento Sábado, donde durante 5 años desarrolló el libro por entregas En el Retrete del Mosto.Ha ocupado cargos editoriales en épocas, sellos y países varios. Actualmente publica en las revistas Milenio Semanal,Etcétera y Replicante, actividad que complementa con la docencia de Teoría del Arte en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM y en el programa nacional de diplomados del Instituto Nacional de Bellas Artes. Es autor del libro Notas de desencanto y otras virtudes (2011).

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