LA MEMORIA DE BATIS
Miguel Ángel
Díaz Monges
Habiendo hablado así en la llanura,
Monelle quedó callada y triste; pues debía regresar al seno de la noche.
Y me dijo desde lejos:
Olvídame y te seré devuelta.
MARCEL SCHWOB
Y me dijo desde lejos:
Olvídame y te seré devuelta.
MARCEL SCHWOB
Olvidado y a salvo del olvido, entre
la veneración de muchos y el odio de otros tantos, en diciembre cumplirá 80
años Huberto Batis. Su salud es precaria al punto que me pregunto si se estará
haciendo viejo. Hace cuatro años, tras la muerte de su yerno y una de sus
hijas, le extirparon un cáncer de casi un kilogramo. Hace unos meses sufrió un
infarto cerebral. La casa en la que antes no se podía caminar por el reguero de
libros y periódicos ahora se ha vuelto un campo minado de medicamentos. Batis
sigue totalmente lúcido, productivo y feroz.
Acerca de este hombre y del
suplemento “sábado” se ha escrito todo lo imaginable —y ha campeado el exceso,
a favor y en contra—, pero es razonable sospechar que muchos lectores e incluso
escritores jóvenes no tienen idea de quién ha sido Batis, qué fue y significó
“sábado” o tal vez qué demonios es eso de suplemento cultural, especie en
extinción. Yo mismo he escrito mucho acerca de esto, a ver si consigo no
repetirme demasiado.
Algunos han querido fingir que
Huberto Batis ni existe ni existió. Le entregaron la Medalla de Oro de Bellas
Artes como quien amortaja un cadáver. No puedo juzgar: cada quien sabe cómo le
fue en la feria y se las arregla consigo mismo y sus pasiones, bajas o
elevadas. Lo que sí puedo opinar, a título personal, es que algunos medios e
intelectuales han sido mezquinos con Batis. Quizá con razón, no lo sé. Sé, eso
sí, que Huberto es un hombre difícil y que es capaz de agredir con una agudeza
que puede resultar imperdonable. Eso no lo había escrito nunca, quizá soy yo el
que está envejeciendo y he introducido una nota de sensatez en mi contumaz
vehemencia. En fin, esto se trata de Huberto Batis.
Lo primero que conviene hacer es
completar la afirmación generalizada de que Batis ha sido el mayor surtidor de
nuevas plumas —buenas, malas y regulares— en el mapa literario mexicano. Eso es
cierto, ni sus enemigos lo discuten. Pero suele omitirse que en su larga
carrera como académico en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde
ha impartido por décadas las materias de teoría literaria y taller de revista,
ha sido uno de los docentes que más talentos ha formado y que más influencia ha
tenido entre los lectores y escritores salidos —ojalá fuera egresados— de dicha
facultad. Así, unificados el editor y el docente, su importancia en la vida
cultural de México desde hace más de 50 años, su legado contante y sonante es
abrumador. Entre escritores y lectores, sus últimos aprendices formados en
“sábado” ahora tienen entre 30 y 40 años. En cuanto a su trabajo docente aún
sigue, de modo que su influencia está activa en jóvenes de más o menos 20 años,
y lo que se acumule.
En “sábado” había tres normas. Una
vez le llevé textos de un amigo, los leyó de mala gana y me espetó: “¡Primera
norma: no me traigas a nadie!”. En los últimos años de “sábado”, tan confusos,
le quisieron imponer un diseño moderno; furioso, soltó la segunda norma, la que
siguió siempre como editor y en todos los aspectos de su vida: “¡Sencillez
franciscana!”. Más de una vez le pregunté por qué publicaba cosas odiosas,
fuera por el tema o lo mal escritas; su respuesta invariable era la tercera
norma: “¡Déjalos que se exhiban, mano!”. Creo que esas tres normas dejan ver a
Huberto más a fondo que miles de palabras.
Recordemos, sólo para no dejar nada
en el aire, que antes de dirigir “sábado” dirigió Cuadernos del Viento, cuya contribución cultural no fue menor ni mucho
menos.
Su trabajo editorial no ha terminado
del todo, lo realiza en Facebook con extraordinaria energía aunque sin mayores
alcances. Desde que murió “sábado” —o le fue arrebatado— empezamos a hablar de
una revista por Internet. Como para las nuevas plumas, tuvo visión para las
nuevas tecnologías. Lamentablemente no ha concretado ese proyecto. Ni él ni yo
sabemos conseguir dinero o financiamiento.
Es el último de su generación, a la
que han llamado “de la Casa del Lago”, “de los 30”, “de Medio Siglo”, “de laRevista Mexicana de Literatura” y a la que —ante tales imprecisiones siempre
desatinadas y también con más conocimiento y derecho— Juan García Ponce
prefirió llamar la “Generación Despedazada”. Irascibles y brutales, nobles y
generosos, pornógrafos y agnósticos: gente llena de contradicciones bien
visibles; gente felizmente
anormal que no ocultaba ninguno de sus
rostros ni usaba esta o aquella conveniente máscara. Eran los “Juanes” —así se
llamaban entre sí— y eran escritores que ni supieron ni quisieron adaptarse:
Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Juan José Gurrola... y Huberto Batis,
“Juan Honorífico”. Otros amigos y enemigos suyos viven o han muerto pero no son
parte de dicha generación, ya que las generaciones nada tienen que ver con la
edad cronológica: Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, José de la Colina,
Emmanuel Carballo, Carlos Payán, Julio Scherer y muchos más.
Todos
ellos, también, gente brutal en el trato. Era una forma de ser entre los
intelectuales mexicanos. Pero el más odiado o temido es Huberto, a quien
conviene conocer si se está interesado en investigar la verdadera desmesura,
esa de la que habló Norman Mailer: “No sé si la pluma es más potente que la
espada, pero ambas alcanzan su mayor violencia cuando son empuñadas por hombres
desmedidos”. Hay cosas que vienen del temperamento y ese es difícil de cambiar,
en caso de que interese cambiarlo. Yo creo que a Huberto le falta lo que llaman
“inteligencia emocional”, cosa que tampoco padezco así que no la puedo
describir. Él se peleó con todo el mundo. Defendía sus ideas —que no ideales—
con rabia e incluso con violencia. Otros también libraron guerras y batallas,
pero tuvieron la prudencia de elegir bien a sus enemigos. La muerte civil a la
que el medio intelectual ha condenado a Huberto Batis tiene su raíz en el
propio Batis, pero no creo que él se arrepienta de nada de eso. Por mi parte
dejo constancia de que cada vez que lo vi estallar también lo vi volver a la
risa y la camaradería en pocos minutos como si nada hubiera pasado. No guarda
rencores y sólo recuerda esos pleitos cuando vuelve a ver motivos para la
cólera. A mí me gritó una vez, le grité, hubo un silencio y después hablamos de
otras cosas tan amigos como siempre.
Arriba
me he referido a Batis como escritor y creo que es lo que más me interesa
señalar, así sea sólo para no referirme nuevamente al editor y el docente. Se
supondría que es sabido que Huberto ha escrito mucho acerca de lo más variado,
de política en abundancia; diríase que volúmenes incontables si todo estuviera
ordenado y compilado, pero no se sabe o se omite a posta. Lo publicado,
suficiente ejemplo, abarca desde su inconseguible y emblemática Estética
de lo obsceno y otras exploraciones pornotópicas hasta los soberbios libros de crítica
literaria que tituló con humildad: Reseñas al vapor de poesía
mexicana, La flecha en el arco, La
flecha en el aire, La
flechaen el blanco y La
flecha extraviada. También
están sus diversos tomos de memorias que abarcan las referentes aCuadernos del Viento,
a “sábado” y a su propio transcurso humano e intelectual. Estas últimas empezó
a publicarlas Héctor de Mauleón en “Posdata” del irónicamente efímero El
Independiente, pero sabemos lo que pasó con ese loable suplemento
que llegó a El Universal convertido en “Confabulario”, donde
las memorias de Batis ya no tuvieron cabida por razones que desconozco y no me
incumben directamente. La bibliografía de Huberto Batis es más amplia y de
mayor sustancia que la de muchos que van con bandera de escritores denostando
al irascible sobreviviente.
De
esos tomos de memorias, los inéditos o inconclusos, no se habla. Él mismo no
habla de ellos. Hace unos días le dije que me los diera y yo me encargaba de
hacerlos publicar —aclaré, y aclaro, que si algún dinero se recuperara sería
para su tratamiento médico—. No me dijo ni media palabra al respecto. O no
quiere publicarlos o trae un as bajo la manga que hará temblar a muchos. Espero
que se trate de esto último.
No
es que yo sea muy aficionado a esos tomos de memorias petulantes y plagadas
—como la memoria misma— de mentiras o de verdades a medias. No lo soy en
absoluto. Con Huberto es distinto.
Alguna
vez incluí en una de mis entregas para “sábado” cierta anécdota de interés
común que él me había contado. Me dijo que no tenía derecho a hacerlo, que sus
memorias las compartía con sus amigos y las escribiría él si le daba la gana,
no yo. Pues táchalo y ojalá sí lo escribas, le dije.
Fernando
Tola de Habich escribió que su idea del paraíso era pasar la eternidad frente a
una chimenea conversando con Huberto Batis. Algunos lo llamaron cursi,
exagerado, grandilocuente, sensiblero y todas esas cosas que dicen con
facilidad los intelectuales serios y modosos. Yo estoy de acuerdo con Fernando.
Sin duda añadiría otras cosas, no menos cursis, a mi paraíso, pero incluiría
esas conversaciones con Huberto, un hombre que lejos de apoderarse de la
palabra se enfurece y calla si no encuentra contrapunto y retroalimentación. Sé
que habrá sonrisas irónicas si escribo que tratar con Batis es un privilegio,
pero quienes hemos tenido la fortuna de ser sus amigos y escucharlo, hablar con
él y construir una esfera anecdótica y analítica que parece formar una
fantástica mitología donde todos los personajes son tan reales como
demenciales, sabemos que esas memorias no deben perderse. Tampoco debe perderse
el humor y la fina ironía con que las cuenta. Se perderán, no hay remedio, sus
gesticulaciones, su gracia para imitar, sus pausas, sus allegros y adagios, sus
carcajadas, sus manifestaciones de éxtasis al referirse a la belleza de una
mujer o una obra de arte: su particular manera de ser insuperablemente amena.
Pero que no se pierda la palabra llana, el hecho y el suceso, la estampa de
casi un siglo; los nombres, los rostros, las calles, las palabras, la colecta
del diletante, el borgiano tesoro.
No
sólo se trata del anecdotario reunido en 80 años de vida. Tampoco de un enorme
catálogo de chismes: Batis hace del chisme el hilo con el que teje la urdimbre
del medio cultural que le tocó vivir, gozar y padecer. Se trata de la vida de
México en todo este tiempo, no sólo la del ambiente cultural, aunque con salvar
esta ya se salvaría mucho.
Porque
Huberto Batis no sólo ha sido un gran generador de cultura, sino que con esa
memoria envidiable, también es como un fresco que guarda todos los trazos y
colores de su tiempo. Parece saberlo todo. La memoria de Huberto debería ser
patrimonio de la humanidad.
MiguelÁngel
Díaz Monges
Nació en 1965. Escritor y periodista cultural. Estudió Arquitectura en
la Universidad Iberoamericana y Filosofía en la UNAM, donde fue becario del
Instituto de Investigaciones Filosóficas. Ha publicado su obra desde 1979 en
diversos medios tanto mexicanos como españoles. Su producción literaria consta
de poesía, ensayo, drama, narrativa y géneros mixtos. Entre los principales
medios de los que ha sido colaborador se cuentan la revista Nexos y el
suplemento Sábado, donde durante 5 años desarrolló el libro por entregas En el
Retrete del Mosto.Ha ocupado cargos editoriales en épocas, sellos y países
varios. Actualmente publica en las revistas Milenio Semanal,Etcétera y
Replicante, actividad que complementa con la docencia de Teoría del Arte en el
Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM y en el programa
nacional de diplomados del Instituto Nacional de Bellas Artes. Es autor del
libro Notas de desencanto y otras virtudes (2011).
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