António Carlos Cortez
Nuno Júdice (1949) es, en el actual panorama de la poesía portuguesa, uno de los poetas cuya obra ha recibido la atención generalizada de la crítica y del quehacer ensayístico especializado. Las más diversas distinciones, con particular énfasis en algunos premios nacionales e internacionales, nombremos el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana con que fue distinguido en 2013, así como tesis de doctorado sobre su obra poética, pero también ficcional, señalan el lugar central de la obra literaria del autor en nuestra contemporaneidad.*
En efecto, ese reconocimiento nacional e internacional se debe no sólo a la exigencia y originalidad de su oficio, sino también al hecho de que Nuno Júdice es, a todas luces, un destacado intelectual. Y el término “intelectual” no es, en este contexto, de menor valía, dado que es en el cruzamiento entre meditación teórica y necesidad de liberar el proceso poético de su intrínseca tendencia a auto-explicitarse que vive mucha de su escritura. En los propios términos en que se presenta, esta es una obra marcadamente meta-literaria, aprovechándose, con frecuencia, de conceptos operativos provenientes de la teoría para, de cierto modo, poner en duda o subvertir esos mismos conceptos. Ya que es por dentro del propio cuerpo de la teoría que su lírica pretende mostrar al lector los modos de construcción de su hacer, ya que su estilo, ora congrega parodia y humor acerca de la institución Literatura, ora se sumerge fundamentalmente en las tensiones y contradicciones humanas, apartándose, o suspendiendo, en un mismo libro, lo que es del orden de la reflexión sobre las artes, para así aproximarse a lo que es del orden de lo circunstancial y de lo inmediato. Los poemas de Júdice oscilan, entonces, entre el poema largo y otros textos más condensados, como si la propia elaboración del lenguaje obedeciese a regímenes que se van adecuando a las varias voces textuales, conforme estén en concordancia con la explicación de la teoría sobre el poema, o la ironía, tanto que analítica, poetización del mundo sin necesidad de teoría.
Desde este punto de vista, la obra de Nuno Júdice prolonga una de las conquistas pessoanas de mayor relieve: la conciliación entre un cierto espíritu científico, anclado en una fuerte conciencia poemática, y lo que, por medio de la ironía como estrategia discursiva, acaba por transformar ese deseo de cientificidad del poema en enigma a revelar. Prueba de eso es el modo en que se difuminan las fronteras entre el lirismo y lo narrativo, en un hacer lúdico constante entre formas, como desafiando siempre los límites de los que la propia teoría se alimenta para poder ser ciencia. Se diría, pues, que hay una especie de constante en los libros de Nuno Júdice: si es verdad que estamos frente a un poeta culto (e hijo de la teoría y de la historicidad literaria), no es menos cierto que su mirada asume el legado de Caeiro, en un deseo de retorno a una esencialidad que el lenguaje, por exceso de cultura, ya no puede tener. La resolución del misterio de la escritura exige, en este sentido, que el poema sea el constante desmontar, o develar de su modo de producción. El poema es ese perímetro, o esa ecuación que se presenta con las siguientes premisas: “Todo es poner la mayor relación posible” y escribir es saturar el espacio mnemónico de la página-poema-historia, o de la página-teoría-memoria. El poeta es esa figura de un alguien que, consciente de las voces interiores, trabaja sobre la página “en blanco de un lado a otro” teniendo la conciencia de que escribir poesía es explorar “todas las posibilidades” de “ordenar” esa página “en pleno corazón del verso”.
En su primer libro, A Noção do Poema (1972), el poeta no ignoraba la propia naturaleza de las palabras, “recurso contra la totalidad del ser”, pero dudaba de esas palabras y de su poder (“Aunque yo pudiese proseguir/ con este análisis, me faltaría la respuesta,/ o sea la demostración”), gesto pleno de resonancias en un momento en que, en la resaca de la poética de la década anterior, la palabra era aún como el centro polarizador de todo el discurso. Escribía, en 1972: el poeta “no oscil[a] en el eje abstracto de los pensamientos y de las emociones…”**, definiendo, de esta manera, el camino otro de la contemporaneidad que toda su obra posterior habría de seguir.
En efecto, lejos de la poesía social, equidistante con relación al surrealismo, crítico con respecto a los triunfos y caídas de la moda textual, el autor de Meditação sobre Ruinas(1995) proclamaba, en los años setenta, una teoría de la poesía centrada en la atención, o en las formas de atención, por medio de las cuales, el textualismo triunfante era como minado o puesto en duda. Se alteraban, por tanto, los términos de la ecuación poética en Portugal: apostando abiertamente en el poema como acto de contar “el contagio temporal del poema” y reaccionando contra “el impulso ártico de la nominación”, lo que Júdice funda en la poesía portuguesa a partir de los años setenta es la “descripción púrpura de una flor liberadora”, no cediendo a la idea de la poesía como cosa hermética, o dependiente, sólo, de una “estrategia de la depuración”. No se dejaba, por lo tanto, espacio para hesitaciones: sus libros se levantaban contra la “oblicuidad porosa de la prosodia” y defendían la “extensa nomenclatura de la imagen”, poniendo de lado “el estuario reversible de la metáfora”. Precisamente por eso, por haber abierto la poesía portuguesa a un modelo de narratividad que hasta hoy no cesa de renovarse (poetas de generaciones posteriores deben mucho a esa deflagración narrativa dentro del lirismo), es que muchos críticos no dudan en colocar el nombre de Júdice en el epicentro de una renovación estético-ideológica que se da justamente en los años setenta en adelante y se prolonga hasta hoy.
En las décadas siguientes, busca una expresión más breve, como si a las imágenes extensivas o amplias les sucediesen imágenes cada vez más incisivas y lapidarias. En A Partilha dos Mitos (1982) y Lira de Liquen (1985), y por oposición a lo que leíamos en As Inumeráveis Águas (1974) o Nos Braços da Exígua Luz (1976), por ejemplo, se refrena la hiperbolización, con el tono de manifiesto vanguardista evidente en sus primeros poemas. Igualmente el pathos de matriz romántica o el diálogo con el simbolismo (Mallarmé y Pessanha) va a dar lugar a aquello que podríamos ver como apertura del poema al mundo terreno. Sumergirse en el poema (o enterrarse en él) a partir de volúmenes como Um Canto na Espessura do Tempo (1992) o O Movimento do Mundo (1996), es ir al caos primordial, aceptar el desafío de construir un mundo poético según “un orden diverso a los elementos que la tradición [le] legó”. La poesía como puente del conocimiento implicará mostrar “la particular manifestación de la locura/ que imprime un ánimo profundo a las palabras/ devolviéndoles, en un extraño brillo, su significación/ primera”, como, además, premonitoriamente escribía en versos iniciales.
Libros publicados desde los años noventa hasta 2014, como su más reciente título, O Fruto da Gramática (Dom Quiote), son, en el fondo, secuencias totalmente coherentes con un pasado poético programado sin fisuras y absolutamente conciso. El efecto de constancia sólo agudiza la extrema originalidad de un recurso preñado de palabras que esconden atajos que jamás pensamos recorrer. Con razón aplicó Pedro Serra la metáfora de “caja negra” a los textos judicianos, precisamente porque el poema se vuelve, cada vez más, un aparato específico, un momento en que el poeta, manipulador del lenguaje y de la historia, domina y es dominado por el poema en su proceso mismo. Al pretender develar la complejidad de la creación poética, sea en el diálogo con la pintura o la música, sea en la observación de algo real cotidiano agotado en su deriva, lo que el autor de A Matéria do Poema (2008) viene a decirnos es que hay un anacronismo esencial al propio acto de escritura de la poesía. No creo que podamos disociar ese anacronismo de la ironía y de la melancolía de nuestro propio tiempo. La creación poética se dirige contra el tiempo y está, de algún modo, fuera de él. Es por eso mismo “meditación sobre ruinas”.
Hay un poema que siempre me causó la más profunda inquietud: “Teoría del Poema”, incluido en A Condescendência do Ser (1988). Ahí se cuestionaba, por intrincados versos, si la poesía podía ser materia de conocimiento. Se afirmaba sobre el proceso creativo y la producción de las imágenes: “No se puede, en rigor, hablar de/ conocimiento, de comprensión de un objeto/ específico. Vemos la luz sin fijar la fuente/ nos bañamos en el agua sin tocar el fondo.” Son versos poderosísimos, una forma de decir la vida del lenguaje con que somos humanos. Es de esa poesía interrogante de lo humano de la que, a fin de cuentas, nos habla toda la obra de Nuno Júdice, porque, como a Terencio, nada de lo humano le es ajeno.
Traducción de José Javier Villarreal
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domingo, 28 de diciembre de 2014
SOBRE LA POESÍA DE NUNO JÚDICE, Antonio Carlos Cortez
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