Hugo Gutiérrez Vega
Degradación humana
Pensaba seguir adelante con las columnas sobre las peripecias de la Guerra fría, pero la horrenda crueldad que ha puesto de luto al país me hace unirme a las voces de los estudiantes y de la sociedad entera en su exigencia de que se detenga la violencia sin límites desatada por la insensatez, la torpeza y el servilismo ante los señores del norte, del funesto Felipe Calderón.
Durante la marcha llamada Día de Acción Global por Ayotzinapa, miércoles 22 de octubre de 2014. Foto tomada de Facebook |
El asesinato de los normalistas en Ayotzinapa y la desaparición de sus cuarenta y tres compañeros han sacudido al mundo entero. Uno se pregunta de qué sociedad profundamente enferma, y de qué autoridades putrefactas ha salido esta crueldad que, sin la menor duda, puede calificarse de involución antropológica; es decir, hemos regresado a la barbarie, pero de una manera mil veces peor: con el uso de elementos tecnológicos. Me he puesto a analizar la masacre de Armenia perpetrada por los turcos; he recordado la barbarie tecnificada con que los nazis consumaron el Holocausto de millones de judíos; he pensado en el bombardeo de Guernica y en las guerras organizadas por los dos Bush y por el Premio Nobel de la Paz, Obama. (También Kinsinger mereció ese premio por todas las tropelías y crueldades que cometió sin mover la papada). He pensado en todo eso, pero la ola de sangre que recorre el país desde hace varios años tiene a toda la población consciente en el desasosiego.
En el pasado suplemento sobre Tierra Caliente, coordinado por nuestra compañera Aleyda Aguirre, se sostuvo una tesis que ahora ha sido siniestramente confirmada: lo que pasa en esa región de nuestro país va más allá de los homicidios y del desollamiento del rostro de un joven estudiante, se ha convertido en la destrucción de una cultura, de un modo de vida de una comunidad local, de una fiesta que alimentaba el alma. Por eso hablo en esta triste columna de involución antropológica.
El gobernador de Guerrero, debió haberse ido hace mucho tiempo, mejor dicho, antes de tomar posesión de su cargo. Siempre fue absurdo que hablara de una consulta para ver si se iba o se quedaba. Para hablar del presidente municipal de Iguala, y de su gangsteril esposa, no quedan adjetivos. El virus de la ineptitud no sólo ha caracterizado la actuación de la policía estatal y municipal de Iguala, que participó solapada y activamente en los hechos criminales, sino que ha contagiado a las fuerzas de la Federación. Esto pone a prueba al aparato político entero integrado por el prian y el satelital Verde, y al PRD, sus tribus y pandillas. También sacude a los poderes fácticos, especialmente a los medios masivos, sobre todo los electrónicos del duopolio, y a los treinta y tantos empresarios, banqueros y otros dueños de este desventurado país. Es falso que México haya agotado su cuota de sangre en el período revolucionario, como afirmó hace tiempo un historiador, pues en unos cuantos años –los seis del monstruo, ahora profesor de Harvard, y los que lleva el actual gobierno–, se ha derramado más sangre que en toda nuestra historia, incluyendo las guerras floridas y la masacre de Tacubaya.
Vivimos momentos tan crueles y trágicos que, como decía la Rayuela de nuestro periódico, no nos quedan palabras, sólo nos quedan lágrimas. México es una película de terror proyectada por un canal comercial a las tres de la mañana. El dolor nos invade y frente a ese rostro desollado, los miles de decapitados, las fosas clandestinas, los cadáveres quemados, llegamos a la terrible conclusión de que en materia de humanidad hemos regresado a los tiempos bárbaros, pero con elementos de destrucción de tecnología avanzada. Estamos viviendo una pesadilla doble.
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