lunes, 24 de noviembre de 2014

PINTORES EN EL CINE, Ricardo Bada (La Jornada Semanal)




Ilustración de Juan Gabriel Puga
Pintores
en el cine

Ricardo Bada

Entre octubre y noviembre llegaron a las pantallas de cine alemanas dos películas íntimamente relacionadas con la pintura. La primera fue Shirley, del austríaco Gustav Deutsch (curioso que un austríaco se apellide Alemán), un filme construido con base en trece cuadros de Edward Hopper. La segunda la firma nadie menos que Mike Leigh y es una biografía tan épica como lírica de William Turner, el genial paisajista inglés, el maestro de la luz.
Ello me movió a investigar, en www.imdb.com, qué tanta atención le ha dedicado el cine a una docena de pintores, y el resultado de mi pesquisa admite todas las lecturas que se les puedan ocurrir.

Mientras hay sólo dos filmes donde Vermeer aparece como personaje, tres en los que Rubens, y cuatro donde lo hacen El Greco y Velázquez, ya son diez los que enriquecen su reparto con la figura de Caravaggio.
En el fiel de la balanza se encuentran Rembrandt con dieciséis, comenzando por la película homónima de Alexander Korda en 1936, y Toulouse-Lautrec con diecisiete, desde la legendaria Moulin Rouge, de John Huston.

La marca de las veinte apariciones la superan Goya (21) y Gauguin (25), la de los treinta, Picasso (32), y la de los cuarenta, Van Gogh (47), desde Sed de vivir (en España El loco del pelo rojo) en 1956. Hasta donde llegó mi búsqueda, el récord lo detenta Leonardo da Vinci, con ochenta y siete filmes, entre ellos el cameo genial de la disposición frontal de la Santa Cena en La loca historia del mundo, de Mel Brooks.

Se entiende que en estas cifras cuentan no sólo filmes cinematográficos sino también episodios de series de TV y telefilmes. Y aquí debo confesar que le dispenso una afición especial a las pelis que tienen que ver con la pintura, algo que posiblemente nació allá por mis once o doce años, cuando vi Laura, una de las del canon Evergreens. Ahora bien, después de repasar a fondo esos más de doscientos títulos, me atrevo a asegurar que, incluyendo los dos recientes mencionados en el primer párrafo, y otro que ya les diré cuál es, sobran dedos de las manos para contar los que valen la pena.

Algo bastante lamentable si se piensa en la galería de grandes actores que han encarnado a esos grandes pintores, según puede apreciarse por la siguiente lista: El Greco (Mel Ferrer), Vermeer (Colin Firth), Caravaggio (Gian Maria Volonté), Goya (Anthony Franciosa, Jorge Perugorría, Francisco Rabal y Stellan Skarsgard), Rembrandt (Charles Laughton, Karl Maria Brandauer y Martin Freeman), Gauguin (Anthony Quinn, Donald Sutherland y Alfred Molina), Picasso (Anthony Hopkins), Van Gogh (Kirk Douglas, Benedict Cumberbatch y Martin Scorsese –¡sí, no es un error, interpretó a Van Gogh en Los sueños de Akira Kurosawa!–), Leonardo da Vinci (Franco Nero) y Toulouse-Lautrec, con un grandioso José Ferrer que dos años antes había ganado el Oscar por su Cyrano de Bergerac, pero el de 1952 fue para Gary Cooper en High Noon. La última aparición cinematográfica de Toulouse-Lautrec, hasta ahora, ha sido encarnada por Vincent Menjou-Cortès en Midnight in Paris, de Woody Allen.

En cuanto a las películas rescatables, empezaré por Ce que mes yeux ont vu [Lo que mis ojos han visto sería en castellano, The Vanishing Point se tituló en inglés]: me encantó esa batalla personal que libra la estudiante de arte, Lucie, para desentrañar el misterio de las relaciones íntimas del pintor Watteau con una actriz de la Comedie Française, y cómo lo plasmó en un cuadro, del que por cierto no existe el menor rastro. Y tampoco desmerece la que filmó Milos Forman en España en 2006, Los fantasmas de Goya, con guión suyo y de Jean-Claude Carrière, y un fenomenal Stellan Skarsgard en el papel del genial sordo de Fuendetodos. La que menos me llama la atención es justamente la que más ha llamado la atención del vulgo municipal y espeso, ésa de la muchacha con la perla en la oreja, un Vermeer inolvidable como cuadro y poco menos que prescindible como peli.

Luego, no es mala cinta Rembrandt, de Alexander Korda, con guión del dramaturgo alemán Carl Zuckmeyer. Pero se le nota a la legua el esfuerzo invertido en poner en imágenes tableaux vivants, en hacer que la cámara fuese una especie de órgano vicario de los ojos de Rembrandt. Es una película subordinada a esa mímesis renacentista que se resume en el Loque! con que Michelangelo le pidió que hablase a su Moisés, la escultura a la que el narcisismo de su autor le parecía que sólo le faltaba hablar para poder dialogar con el espectador. (Y, dicho sea entre nosotros, don Narciso Buonarroti no iba muy desencaminado). Pero el cine no puede ni debe ser mera transcripción de cuadros, ni siquiera del proceso a través del cual se llega a la pincelada que los concluye.

Rancho aparte merece el ensayo cinematográfico de Peter Greenaway sobre laRonda nocturna, de Rembrandt, Rembrandt’s J’accuse. Qué deslumbramiento indescriptible, hay que verlo, sencillamente hay que verlo. Greenaway no hace pelis convencionales y su ego es del tamaño de la Argentina (incluyendo los territorios antárticos), pero cuando da en el blanco, hasta la diana se queda como vibrando igual que un diapasón. Esta historia de detección y acusación de un crimen, presuntamente narrada more críptico en el más célebre cuadro de Rembrandt, es de veras algo portentoso, y es además, de manera literal, algo nunca visto. Hasta que lo vio Greenaway y se lo hace ver a los felices espectadores. Ya la he disfrutado cuatro o cinco veces y no me canso de verla cada vez que la reponen. Es uno de esos filmes que rompen las fronteras del género, como Las meninas y la propia Ronda nocturnarompieron las de la pintura.

And the winner is... ¡Moulin Rouge! Mi vieja pasión por los filmes relacionados con la pintura se aviva siempre con la magia de esta obra maestra de Huston, cuyo verdadero protagonista, más que Henri de Toulouse-Lautrec, es el color. ¡Qué borrachera de color en la pantalla, qué embriagada la paleta de Huston para contar esta historia! Y hasta Zsa Zsa Gabor actúa bien; no recuerdo que lo haya hecho jamás de una manera tan convincente.

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