lunes, 24 de noviembre de 2014

PARÍS, CENTRO DEL ARTE, Vilma Fuentes (La Jornada Semanal)


Museo lvmh, de la Fundación Louis Vuitton. Foto: wikiwand.com

Vilma Fuentes

Si las grandes capitales se disputan el prestigioso título de centro mundial artístico, en un juego de espejos y espejismos, los grandes capitales, los dueños, se pelean la gloria de poseer la mejor colección de obras maestras, el más ilustre museo. Este fenómeno histórico viene de los más antiguos tiempos. La posesión de obras de arte ha sido siempre la marca de poderío de los imperios: griego, egipcio, romano, chino, azteca o maya, cada civilización celebra su producción artística con la esperanza de que pueda atravesar los siglos.
Durante casi medio siglo, París y Nueva York pudieron vanagloriarse, cada cual en su turno, de ser ese centro de donde la irradiación creativa, así fuese fantasmagórica, emanaba. Hubo tentativas de otras capitales, Londres, Tokio, Roma o Berlín, para tratar de coronarse con los laureles marchitos del triunfo. Sus pálidos destellos no cristalizaron. Y no sólo porque el arte sea apátrida. En un mundo que pretende la globalización, la paradoja reina: la fragmentación se impone de inmediato al imperio de lo uniforme.

El modelo helénico, analiza Arnold Joseph Toynbee en su transparente Study of History, metahistoria basada en el ritmo del esplendor y decadencia de las civilizaciones, no es sino la sucesión de pequeños reinos reunidos en un imperio de inmediato fragmentado en nuevas pequeñas naciones. Las mismas y otras. Evolución de un tiempo repetitivo. Diferente del tiempo circular propio al modelo chino o de la dispersión correspondiente a la diáspora.

La disputa entre las capitales mundiales para imponerse como centro artístico se ve encarnada en seres de carne y hueso. La Historia se troca en novela.

En Francia, por ejemplo, la lucha entre François Pinault y Bernard Arnault se vuelve épica –cuando no caricaturesca. Dos representantes de las más grandes fortunas de este país. Desde luego, además de la posesión de equipos de futbol, típico símbolo de la riqueza, es ahora indispensable ostentar el mecenazgo artístico –en Francia, además, la inversión en obras de arte es una manera de evitar la imposición fiscal.
Después de varios años de querellas contra la burocracia y el papeleo franceses, François Pinault tomó la decisión de instalar su museo en Italia, en un suntuoso palacio de Venecia. ¿Cabe recordar, entre paréntesis, que su hijo, François-Henri, contrajo matrimonio en 2009 con la actriz mexicana Salma Hayek?
Su rival Bernard Arnault respondió con un desafío aún más audaz. Decidió hacer construir en París el más moderno y osado de todos los museos del mundo para alojar las colecciones de la Fundación Louis Vuitton, de la cual es propietario. Para llevar a cabo el proyecto, el mecenas solicitó su realización al célebre arquitecto Frank Gehry. Este creador, muy imaginativo y osado, era ya conocido en el mundo entero por algunas construcciones como, por ejemplo, el Museo Guggenheim de Bilbao, donde el arquitecto no temió a riesgos o críticas.

En París, Frank Gehry se sobrepasó. Concibió un inmenso edificio (11 mil 700 metros cuadrados de superficie y cuarenta de altura) de vidrio y acero, cuyas formas evocan por igual las velas de un gigantesco galeón, las olas mismas de un océano amotinadas por el viento o una colosal nube suspendida en su vuelo en plena levitación.

Esta construcción requirió más acero del que fue necesario para erigir la Torre Eiffel. Los vidrios exigieron más de dos años de labor de artesanos y expertos para darles la redondez, las formas abovedadas, el hundimiento cóncavo imaginados por Gehry.

Obra grandiosa sin duda, triunfo técnico excepcional, arquitectura revolucionaria, en suma, el nuevo museo de la Fundación Louis Vuitton, inaugurado en presencia del presidente de la República Francesa, François Hollande, no podía pasar desapercibido. No era, precisamente, esta su meta. Se trataba, al contrario, de producir tal efecto que el evento fuese histórico –ni más ni menos. Objetivo logrado, misión cumplida, al menos para Arnault y Gehry. Sin contar los beneficios de una publicidad colosal para las marcas del grupo lvmh (productos de lujo Louis Vuitton y del champagne Moët Hennessy). Algunos arquitectos, críticos o celosos, se permitieron de todos modos hacer notar que la obra de Gehry, en principio destinada a ser un museo, corría el riesgo de atraer la atención de los espectadores hacia la arquitectura del genial creador en vez de consagrar el espacio a dar relieve a las obras destinadas a ser expuestas.

París parece, por el momento, recuperar el título de centro del arte moderno, puesto que, al mismo tiempo, tuvo lugar la apertura de la FIAC (Foire Internationale de l’Art Contemporain) y la reinauguración del Museo Picasso, eventos a cuya inauguración asistió el presidente Hollande, de pronto transformado en aficionado al arte.
Y si para Bernard Arnault su museo es un logro histórico, parece serlo también para su concurrente François Pinault, quien se precipitó a adquirir una cuarentena de obras de arte en la FIAC y, sobre todo, a hacerlo saber.
El verdadero acontecimiento, para mí, es la reapertura del Museo Picasso, cerrado de 2011 a 2014 a causa de la restauración. Los logros han ido más allá de las aspiraciones. La superficie dedicada a la exposición de las obras se duplicó. En el sótano se reprodujeron los talleres donde Picasso creó sus obras. En el desván se exponen telas suyas, de sus amigos contemporáneos (Braque, Matisse y otros) y de pintores admirados cuyas obras adquirió (Cézanne, Rousseau…)

Cuando le cuento al escritor Pierre Bellefroid, mi cuñado, la emoción que tuve al recorrer el museo, me dice que, poco después de la inauguración en 1985, visitó el Hôtel Salé convertido en Museo Picasso y tuvo la sensación de leer el diario del pintor al ver en sus telas los avatares de su vida y su obra.

Hace unos días asistí a la exposición de Jacques Tomasini en una pequeña galería:Natures Vivantes, en contraposición a naturaleza muerta como lo explica de manera magistral Jacques Bellefroid en el texto de presentación. No vi a Hollande en esta ocasión. Su discurso pictórico parece extinguirse.

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