La grotesca genialidad del Pablo Palacio
Escena de la adaptación "Un hombre muerto a puntapiés"
Libros
Pablo Palacio es uno de los escritores más importantes de la literatura ecuatoriana. Fue precursor de la vanguardia en América Latina, y su obra enmarcada entre la genialidad y la locura, presenta un universo lleno de personajes anormales, dementes y violentos que componen una especie de burla y cuestionamiento de la realidad.
Por: Juan Sebastian Barriga
Publicado el: 2014-11-05
En 1947, después de siete años internado en el hospital psiquiátrico Lorenzo Ponce, muere en Guayaquil uno de los escritores más ilustres de siglo XX, Pablo Palacio Suárez, un genio marcado por la tragedia.
Nació en Loja, una pequeña ciudad andina al sur de Ecuador, en 1906 y su infancia fue impactada por tres hechos desafortunados: el abandono de su padre al nacer, la muerte de su madre y ser arrastrado por un río -hecho que le produjo múltiples fracturas en su cabeza-.
“Solo los locos experimentan hasta las glándulas de lo absurdo y están en el plano más alto de las categorías intelectuales”, escribe Palacio en su cuento Las mujeres miran las estrellas. Esta frase expresa perfectamente la obra de este escritor, ensayista, filósofo, abogado y profesor, que debido a su deteriorada salud mental solo dejó dos novelas cortas y un libro de cuentos.
Durante la época de Palacio, Ecuador vivía una turbulencia. El caudillo de la revolución liberal, Eloy Alfaro, fue arrastrado e incinerado en las calles de Quito. La corrupción y el abuso dominaban el país y las manifestaciones protagonizadas por los recientes movimientos socialistas eran dispersadas a punta de metralletas.
Mientras la literatura ecuatoriana se centraba en el costumbrismo y el romanticismo, Palacio rompió el esquema y creó un universo lleno personajes grotescos, muchas veces perversos, extraños y dementes. A través de sus obras, crea una realidad encrudecida e irónica en la que el protagonista es el otro, el ser extraño, exótico y desencajado, que además es un peligro para las buenas costumbres y solo se le mira mediante un velo morboso.
Su obra más reconocida es Un hombre muerto a puntapiés, en la cual narra la historia de un personaje que un día lee en el periódico sobre el asesinato a patadas de un hombre de apellido Ramírez. La noticia obsesiona al protagonista, quien tras investigaciones descubre que Ramírez era un forastero de nariz larga y un vicioso. Inmediatamente crea una historia donde no solo bautiza al difunto sino que le otorga el vicio de la pedofilia y recrea su muerte a manos de un albañil que lo descubre molestando a su hijo.
Esta historia muestra uno de los componentes más llamativos de Palacio, que es darle atributos sensoriales a sus historias. Al final del cuento, el autor describe claramente el sonido del quebrar de los huesos de Ramírez mientras es pateado. “Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigorosamente sobre un muro; como el caer de un paraguas cuyas varillas chocan estremeciéndose; como el romperse de una nuez entre los dedos; ¡o mejor como el encuentro de otra recia suela de zapato contra otra nariz!”
Las descripciones de Palacio crean en el lector una vívida sinestesia. En El antropófago casi se puede saborear la carne cruda que el protagonista arranca de la cara de su bebe. EnBrujerías se siente la metamorfosis de humano a perro que sufren la mujer de un brujo y su amante.
La doble y única mujer es, probablemente, una de las obras que expresa mejor la genialidad de este autor, debido a que nos adentra en la compleja mente de unas siamesas que hablan al mismo tiempo como seres individuales y como una sola unidad.
La formación filosófica de Pablo Palacio obliga al lector a leer con mucha atención cada línea para no perder la trama. Constantemente juega con la estructura del texto, experimenta con la forma y la narración. Continuamente, entra y saca al lector de la mente y los espacios de los personajes. Además, su minuciosa descripción recrea perfectamente esos esperpentos maniáticos que protagonizan su obra.
Nació en Loja, una pequeña ciudad andina al sur de Ecuador, en 1906 y su infancia fue impactada por tres hechos desafortunados: el abandono de su padre al nacer, la muerte de su madre y ser arrastrado por un río -hecho que le produjo múltiples fracturas en su cabeza-.
“Solo los locos experimentan hasta las glándulas de lo absurdo y están en el plano más alto de las categorías intelectuales”, escribe Palacio en su cuento Las mujeres miran las estrellas. Esta frase expresa perfectamente la obra de este escritor, ensayista, filósofo, abogado y profesor, que debido a su deteriorada salud mental solo dejó dos novelas cortas y un libro de cuentos.
Durante la época de Palacio, Ecuador vivía una turbulencia. El caudillo de la revolución liberal, Eloy Alfaro, fue arrastrado e incinerado en las calles de Quito. La corrupción y el abuso dominaban el país y las manifestaciones protagonizadas por los recientes movimientos socialistas eran dispersadas a punta de metralletas.
Mientras la literatura ecuatoriana se centraba en el costumbrismo y el romanticismo, Palacio rompió el esquema y creó un universo lleno personajes grotescos, muchas veces perversos, extraños y dementes. A través de sus obras, crea una realidad encrudecida e irónica en la que el protagonista es el otro, el ser extraño, exótico y desencajado, que además es un peligro para las buenas costumbres y solo se le mira mediante un velo morboso.
Su obra más reconocida es Un hombre muerto a puntapiés, en la cual narra la historia de un personaje que un día lee en el periódico sobre el asesinato a patadas de un hombre de apellido Ramírez. La noticia obsesiona al protagonista, quien tras investigaciones descubre que Ramírez era un forastero de nariz larga y un vicioso. Inmediatamente crea una historia donde no solo bautiza al difunto sino que le otorga el vicio de la pedofilia y recrea su muerte a manos de un albañil que lo descubre molestando a su hijo.
Esta historia muestra uno de los componentes más llamativos de Palacio, que es darle atributos sensoriales a sus historias. Al final del cuento, el autor describe claramente el sonido del quebrar de los huesos de Ramírez mientras es pateado. “Como el aplastarse de una naranja, arrojada vigorosamente sobre un muro; como el caer de un paraguas cuyas varillas chocan estremeciéndose; como el romperse de una nuez entre los dedos; ¡o mejor como el encuentro de otra recia suela de zapato contra otra nariz!”
Las descripciones de Palacio crean en el lector una vívida sinestesia. En El antropófago casi se puede saborear la carne cruda que el protagonista arranca de la cara de su bebe. EnBrujerías se siente la metamorfosis de humano a perro que sufren la mujer de un brujo y su amante.
La doble y única mujer es, probablemente, una de las obras que expresa mejor la genialidad de este autor, debido a que nos adentra en la compleja mente de unas siamesas que hablan al mismo tiempo como seres individuales y como una sola unidad.
La formación filosófica de Pablo Palacio obliga al lector a leer con mucha atención cada línea para no perder la trama. Constantemente juega con la estructura del texto, experimenta con la forma y la narración. Continuamente, entra y saca al lector de la mente y los espacios de los personajes. Además, su minuciosa descripción recrea perfectamente esos esperpentos maniáticos que protagonizan su obra.
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