Ricardo
Guzmán Wolffer |
Robert E. Howard, finales de los años veinte,
principios de 1930. Foto: www.wikiwand.com |
Escribir sobre la cosmovisión lovecraftiana puede resultar poco novedoso para sus millones de seguidores. Lo que resulta destacable es establecer las coincidencias conceptuales con otro grande de la literatura pulp gringa, Robert E. Howard, quien junto con Lovecraft fue uno de los pilares de la revista Weird Tales. Howard inventó la literatura de “terror cósmico” (al menos se le tiene como el pionero de tal corriente) y lo que en su momento fue literatura de segunda, de entretenimiento para aficionados a las rarezas, hoy es una obra muy publicada y vendida en México, en librerías formales e informales. Lovecraft, como es bien sabido, dejó todo un legado literario.
Howard creó tres personajes importantes. Conan el Bárbaro es el más famoso: se han hecho películas y cómics a partir de sus cuentos. También se hicieron algunos sobre Kull, de Atlantis. Pero en las historias de Solomon Kane es fácil rastrear esa cosmovisión lovecraftiana.
Al publicar en la misma revista necesariamente debieron intercambiar ideas. Algunos tratadistas señalan a Howard (es una coincidencia que así también se llamara Lovecraft: Howard Phillips Lovecraft) y a Clark Ashton Smith, como parte medular del “círculo de Lovecraft”. Lo destacable es que Howard introduce con Kane esa visión, pero aterrizada en una fantasía diversa al terror lovecraftiano. Para Lovecraft, esos dioses malignos que nos vigilan desde otras dimensiones (Cthulhu, Yog-Sothoth y más) bajan a acabar con razas y ciudades, pero para Howard, en las aventuras de Kane son sólo un presupuesto que a veces podría explicar los seres terribles que habitan África.
Solomon Kane es un puritano que deambula por los lugares más inhóspitos y, en un extraño ánimo de limpiar el mundo inmediato de maldad y sufrimiento, es capaz de darle una lección a asesinos, fantasmas y otros seres fantásticos. Bajo la consigna de hacer el bien (incluso cuando jura venganza por afrentas ajenas), es capaz de matar y perseguir por meses a un malvado que nunca podrá evitar el castigo a manos de este antihéroe inmisericorde. Situado en una época donde las pistolas se recargan manualmente y las espadas y cuchillos son novedades ante las tribus de negros, este justiciero solitario de los tiempos de Isabel I de Inglaterra parece tener cualidades sobrenaturales de resistencia física: pelea contra gorilas o decenas de hombres fuertes, y se levanta para ganar; cae a los precipicios y se salva al caer sobre los cadáveres que usa de peculiar paracaídas; es atravesado con un arma blanca y sobrevive; en fin, cuenta con la presencia y las cualidades para retar a cualquier ente sobrenatural: es literatura pulp.
La fantasía de Howard tiende a los seres conocidos (fantasmas, brujos, gárgolas, etcétera), pero introduce ese elemento sobrenatural que lo emparenta con Lovecraft, sin llegar al extremo de inventar ciudades, mitologías o monstruos. En el cuento “Cráneos en las estrellas” logra captar el mensaje del fantasma que mata a todo caminante, por suponer que alguno de ellos es quien lo asesinó. Mejor aún, en “La mano derecha de la maldición” el brujo condenado logra cortarse una mano la noche anterior a su ejecución, para que esa mano, como araña gigante, corra sobre sus dedos cruzando bosques, escalando paredes y llegue a ahorcar a su asesino. En “Sombras rojas” un brujo saca su alma (muere unos minutos, luego revive) y ésta llega a otro cadáver para darle vida y lograr que ese cuerpo por unos momentos revivido pueda matar al asesino que amenaza acabar con Kane y el brujo en cuestión. En esta peculiar versión de los zombis caribeños se advierte parte de la originalidad de Howard, pues usa las criaturas de ultratumba, bien conocidas en la época, pero las dota de ese halo de misterio fantástico que hace disfrutables los textos de Solomon Kane casi noventa años después de su publicación. “En alguna parte de las oscuras extensiones de la jungla y el río, N´Longa había encontrado el Secreto; el Secreto que le permitía controlar la vida y la muerte, trascender las limitaciones y las cadenas de la carne.” Kane lucha con los negros de esa África desconocida, pero en el fondo se siente atraído por la fuerza de la naturaleza y de esos hombres que por momentos son la esencia del poder de la materia sobre la razón y la religión. Algunos son tan fuertes que cazan gorilas a mano limpia, pero caen ante la determinación de Kane. Incluso se hace amigo del brujo que envía su alma a los cadáveres para reanimarlos. En los textos de Howard se adora al “Dios Negro”, deidad que es más una fuerza bruta natural que una intención maligna. Aunque hay ciudades fabulosas donde se sacrifica a personas y en alguna habita Lilith (la primera esposa de Adán, según la tradición judía, luego personalizada como la mujer maligna primigenia; también se le personifica como súcubo activo), no hay esos dioses lovecraftianos, pero sí la misma idea de que hubo tiempos donde la maldad habitaba la Tierra: “–Aquí hay algo antinatural –musitó. / –¡Un misterio que era ya antiguo cuando Egipto era joven! Una maldad indescriptible, más antigua que la oscura Babilonia; una maldad que se incubaba en terribles ciudades negras cuando el mundo era joven y extraño.”
En el logrado relato “Alas de la noche”, Kane se enfrenta con gárgolas que han acabado con aldeas de negros y a las que les rinden tributo humano cada mes. Kane desglosa la posible genealogía de esos humanoides alados que comen con crueldad carne humana y se ríen mientras los destrozan en tierra o aire. “¡África, el continente oscuro, tierra de horror, brujería y magia, en la que se habían refugiado todos los seres malignos, huyendo de la creciente luz del mundo occidental!” Después de una épica batalla en que mueren unas cuantas arpías, pero todo el pueblo de negros, Kane elabora un plan para acabar con esa raza de alados malignos que han hecho llover sangre sobre tierras humanas y risas despreciables sobre la cordura de Solomon.
Howard perdura, al lado de Lovecraft y otros autores, como un pilar de la literatura fantástica.
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