Ilustración de Juan Puga |
José Revueltas
y las orillas
de sus crónicas
y las orillas
de sus crónicas
Gustavo Ogarrio
Por más que a Revueltas se le acose para escindir su poética narrativa de sus ideas políticas, en los casos más sonados y vergonzosos como los de las novelas Los días terrenales y Los errores, una y otra vez Revueltas se niega a esta desmembración en la escritura misma de su obra, aunque su mea culpa ante la férrea disciplina del Partido Comunista Mexicano no sea más que una estrategia para reconsiderar su militancia pero nunca el vínculo orgánico entre narrativa y política. Tampoco sirve ya para entender la complejidad de la obra y la vida de José Revueltas su estigmatización como un “poseído”, como un escritor telúrico que genera animadversiones retrospectivas que tratan de escamotear el valor artístico de su obra y, sobre todo, de obnubilar esa complejidad de sus ficciones que siempre atentan contra cierta ingenuidad con la que se concibe muchas veces la autonomía del mundo literario. Revueltas es uno de los autores en lengua española más conscientes de la especificidad política de la ficción, de las modulaciones narrativas de ciertas perspectivas del mito que ayudan a presentar ese fondo oscuro y violento de la condición humana. Revueltas escribe y milita con una conciencia narrativa sumamente desarrollada respecto al desafío de recobrar, para el mundo contemporáneo, algo de esa unidad de la tragedia clásica y en la que todavía no estaban separadas la palabra de la poesía y la política.
¿Qué zona de la obra de José Revueltas permanece hasta cierto punto inexplorada a la luz de esta totalidad de sentido bajo la cual literatura y política se articulan trágicamente? Las crónicas de Revueltas están en las orillas de su obra, sin entender esto como cierto carácter marginal de sus textos periodísticos o de sus relaciones de hechos. Más bien, la crónica le sirve a Revueltas para emprender tempranamente ese registro asombrado y sombrío del “viaje”, hacia las entrañas míticas de la erupción del volcán Paricutín en 1943, por ejemplo; y para ensayar narrativamente, muchos años después, una de sus experiencias revolucionarias más intensas: el movimiento estudiantil de 1968.
Publicada en El Popular en abril de 1943, en tres partes, la crónica “Visión del Paricutín” no sólo da cuenta del nacimiento del volcán más joven del mundo en Michoacán, en febrero de ese mismo año; Revueltas también se expresa como un narrador-testigo que modula una voz en primera persona que registra esa soledad milenaria, material y metafísica a un mismo tiempo, de los despojados del mundo. Como afirma Carlos Monsiváis, también da cuenta de “la destrucción de los pueblos de Michoacán”: “Dionisio Pulido, la única persona en el mundo que puede jactarse de ser propietario de un volcán, no es dueño de nada. Tiene, para vivir, sus pies duros, sarmentosos, negros y descalzos, con los cuales caminará en busca de la tierra; tiene sus manos totalmente sucias, pobres hoy, para labrar, ahí donde encuentre abrigo”.
“Otros miles más” padecen también la estridencia del volcán, el arrasamiento de la vida y de la muerte. Vivos sin muerte, muertos en vida, ebrios de lava todos, son mirados a los ojos por el testigo Revueltas, por un narrador que va buscando también lo que nadie puede ver: el llanto “terrible, siniestro y tristísimo” de la tierra; “una rabia humilde”, “una furia sin esperanza y sin enemigo”. ¿Qué fondo mítico e histórico sostiene al cronista Revueltas en su acercamiento a la suma de tragedias que va dejando el nacimiento de fuego del volcán Paricutín? Encontramos ya una resonancia bíblica plenamente secularizada y que posteriormente va a manifestarse como el punto de vista inicial en obras como Los días terrenales. Revueltas afirma en su crónica: “En San Juan Parangaricutiro hay un pavor religioso, una fe extraída del fondo más oscuro de la especie, cuando el hombre huía de la tempestad y un dios frenético ordenaba el destino”. En el comienzo de Los días terrenales se puede leer otra manera de modular esta voz con resonancias míticas, primigenias, siempre sobre un relato que contrapuntea la experiencia bolchevique “a la mexicana” con su deshumanización basada en la sospecha conspirativa contra “cualquier heterodoxia”: “En el principio había sido el Caos, mas de pronto aquel lacerante sortilegio se disipó y la vida se hizo. La atroz vida humana.”
¿Qué es la crónica para José Revueltas en esa “era de la revolución” que fue el movimiento estudiantil del ‘68? Es una relación de hechos de lo que no alcanzan a conceptualizar sus ensayos y sus textos más militantes, como esa respuesta memorable al Cuarto Informe de Gobierno de Díaz Ordaz de 1968, y en la que Revueltas es devastadoramente puntual en describir los miedos del régimen ante el “despertar de conciencias” y los nuevos “ejercicios de la libertad”. En su Diario, Revueltas da cuenta de la ocupación de Ciudad Universitaria, el 18 de septiembre de 1968, “a las 22 horas”; además, registra las fechas de los mítines y manifestaciones para enfilarse hacia el 2 de octubre y anotar lo espeluznante con puntualidad: “Nos enteramos de la terrible matanza”. “Sobrevienen días absurdos, increíbles”, en los que el cronista Revueltas se prepara también para narrar su persecución y, finalmente, su estancia en prisión. El Diario también dispone narrativamente a Revueltas para escribir la relación de hechos en Lecumberri. La crónica puntual y fragmentada de Revueltas del ‘68 es también el puente trágico con su narrativa de presidio, entre esos dos textos que se presentan a través de un solo enunciado: “Ezequiel o la matanza de los inocentes” y su obra maestra El apando. El registro narrativo de un “país monstruoso”, carcelario, en el que nadie “se dolió de la matanza de los inocentes”.
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