domingo, 7 de abril de 2013

ALLÁ POR DINAMARCA, Orlando Ortíz


Orlando Ortiz
Allá por Dinamarca
Comenzaba a correr 1979 cuando Miguel Donoso Pareja me llamó por teléfono a casa: ¿Te interesa hacerte cargo de un taller de cuento?, me preguntó y en principio acepté. Sin embargo, me intrigó la proposición, pues en ese momento ignoraba sus andanzas y andares. Yo me había quedado en su época de periodista mil usos (cubría la fuente cultural, y a veces también la de espectáculos y, durante las olimpiadas, también deportes).
Me asaltaron muchas dudas, preguntas e inquietudes cuando Miguel me señaló que debía entrevistarme con el titular de Promoción Nacional. ¿Qué es eso?, pregunté, y me respondió: “una dependencia de Bellas Artes”. Ya no supe qué decir, únicamente tomé nota de la dirección: Dinamarca 34, ahí vería a Víctor Sandoval.
Víctor era joven en aquel entonces, y tal impresión la reforzaba su actitud y vitalidad: atendía al mismo tiempo un montón de cosas, pero yo no sentía que así fuera, pues seguíamos platicando amigablemente, como si nos hubiéramos conocido dos o tres años antes. Sí, no podía negarlo, su apariencia era impecable –sin llegar a la repelente solemnidad de sepultureros a la que eran tan afectos, en aquel entonces, otros funcionarios–, pero estaban muy lejos de él la pose o el “trato amable” pero fingido –casi de perdonavidas, de falaz condescendencia– con el que me había encontrado en otras ocasiones en que tratara a funcionarios de su nivel. En fin, para no hacerla de emoción, sólo diré que Víctor me trató como si fuéramos viejos amigos, y, tal vez lo más importante, yo sentí que era sincero. (Posteriormente conocí Fraguas y más tarde Para empezar el día, poemarios de factura limpísima y cargados de temas variados pero siempre sensibles a lo humano en todas sus gamas, desde lo contemplativo hasta la melancolía, por eso me dieron una imagen más cabal de aquel mi nuevo amigo poeta.)
A partir de aquella entrevista, casi sin darme cuenta, quedé incorporado a ese encomiable proyecto del maestro Sandoval, el de difundir y estimular tanto la lectura como la producción de la literatura a través de talleres. Un proyecto que con altibajos, por cuestiones administrativas y modas, ha contribuido en buena medida a la formación de escritores que actualmente están en la primera línea de nuestra letras. (No creo haber quedado mal, pues de entonces a la fecha he seguido coordinando talleres de narrativa, a pesar de los mencionados altibajos.)
Pero el proyecto de Víctor Sandoval no se quedaba en eso. Traía aparejada la producción de libros y, de manera muy especial, también de una revista cuyo propósito sería crear un espacio para los autores de Tierra adentro, que, paradójicamente, habría sido más adecuado llamar de “tierra afuera”, pues en nuestro país no puede haber nada más adentro que el Distrito Federal. Sin embargo, la idea era plausible y comprensible porque, como puede suponerse, si en aquel entonces los chilangoautores se quejaban de la hegemonía de la mafia, los poetas y narradores de otras partes del país se quejaban de la hegemonía de los chilangoautores. Tierra Adentro, como se denominó la revista, se erigió como ámbito para esos autores “marginales” (las comillas son a propósito, pues no se refieren a la calidad de su producción, sino a que vivían marginados y más allá de los márgenes de la capital), y también, lo cual es interesante, se abrió espacio para autores latinoamericanos que eran poco o nada conocidos en nuestro país. Me refiero a escritores como, entre otros, Fernández Retamar, Benedetti, Cortázar, Onelio Jorge Cardoso y... sí, suena bastante extraño, pero en aquellos años, para muchos, estos eran únicamente nombres, en el mejor de los casos, cuya obra conocían sólo unos pocos afortunados.
La producción de Tierra Adentro era una aventura; a veces por falta de recursos, a veces porque debía hacerse además del trabajo normal: por ganas, no por ganar. Eso a mí no me tocó, únicamente lo atestiguo; de ello podrían hablar más Enrique Romo (+), Saúl Juárez, Jaime Vázquez, Eduardo Langagne (todos ellos, en aquel entonces, estaban en la infantería; en el cuadro de oficiales, pero en la infantería) y, desde luego, Miguel Donoso Pareja.
Todo esto vino a mi memoria el pasado 30 de marzo (su fallecimiento ocurrió días antes, pero yo me enteré el sábado siguiente). Era un hombre admirable, en toda la extensión de la palabra, y sin soslayar nunca su tarea de promotor cultural (también en toda la extensión de la palabra) se las ingenió para legarnos verdaderos poemas (en toda la extensión de la palabra). Puedes estar seguro de que tu obra continuará.

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