Tres poetas
Odiseo a Telémaco
Joseph Brodsky
Mi querido Telémaco,
La Guerra de Troya
ya terminó; no recuerdo quién fue el vencedor.
Sin duda que los griegos, sólo ellos dejarían tantos muertos tan lejos de su propia nación. Pero aún, el camino a mi casa ha sido eterno. Mientras perdíamos el tiempo allí, Poseidón, casi parece, estiró y extendía el espacio.
Ya no sé dónde estoy ni qué lugar puede ser
éste. Podría parecer alguna isla ruin, con arbustos, edificios y cerdos que chillan. Un jardín ahogado en yerbas; una reina u otra. Pasto y piedras enormes... ¡Telémaco, hijo mío! Para un errante los rostros de todas las islas se asemejan uno al otro. Y la mente yerra, contando olas; los ojos, llagados de mar, corren; y la carne del agua obstruye el oído. no logro recordar cómo se inició la guerra; incluso qué edad tienes--no me puedo acordar.
Crece, entonces, Telémaco mío, crece fuerte.
Sólo los dioses saben si nos veremos luego. Ha sido mucho desde que dejaste de ser aquel bebito ante el cual araba con los toros. De no haber sido por los trucos de Palamedes seguiríamos viviendo bajo el mismo techo. Quizá él estaba en lo correcto; lejos de mí estás tan a salvo de las pasiones edípicas, y tus sueños, Telémaco, son irreprochables.
Versión de Hernán Sicilia
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Prendedor
Emma Neale
De pronto me doy cuenta que mi padre le ha dado
a su estudiante favorita de medicina, de dieciocho años, un broche de plata en la forma de un aeroplano y un cheque para dos noches de hospedaje en Las Vegas acompañado de una carta que, de su puño y letra, dice: “Deseo que te vaya bien en tu vida pública, deseo apoyarte en tu primer vuelo desde casa, creo que este cheque es generoso”, y miro su mano, sorprendentemente delgada, el ligero encorvamiento de sus hombros, su inexpresiva sonrisa,
y me pregunto por qué yo nunca concí a esta mujer
con el pelo del color del tabaco, la voz suave como los mocasines, la piel del color de las magnolias tardías, su ropa del azul que dejan las sombras del invierno sobre la tierra.
y por qué ahora despierto de este sueño
con la certeza de que el sonido del llanto debe venir de la habitación vacía del pasillo de abajo. |
Emma Neale (1969) es autora de Cómo hacer un millón (2002), Destello (2008) y El jardín verdadero (2012). Ganó en 2011 el Premio de Poesía Katlheen Grattan y en 2012 fue Roberts Burns Fellow de la Universidad de Otago, en poesía.
Versión de Rogelio Guedea
Supermercado
Sue Wotoon
No puedo hacer milagros, Antonio. Y no es una parábola.
Aférrate a mis piernas como puedas, cava como si retornaras Ðno servirá de nada. Mira, estamos aquí afuera del supermercado. El viento sopla y nuestra ropa es delgada. Mira cómo los ricos pueden usar ropa veraniega en un día como hoy. Sólo caminan entre las sombras por un momento, sólo lo que dura la moda, todo tan de repente, todo tan de prisa, porque los espárragos deben comerse frescos, y hay que encontrar un aguacate perfecto. ¿Conoces el aguacate perfecto, Antonio? Es suave y jugoso, mejor que un panecillo cualquier día, y mejor para tu corazón. Con aguacates necesitas jugo de limón y aceite de oliva extra virgen. Antonio, Antonio, no puedo hacer milagros, mi amor. Hay cereal, y al menos yo compro leche. Me molestas, Antonio, tu cabeza en mi estómago así, empujando y empujando. ¿Qué soy? ¿La farola olfateada por un perro? ¿El palo que una cabra embiste? Antonio, yo soy tu estúpida y podrida madre: mi cabello está desteñido, mis ojos mal pintados. Te lo digo por última vez, con los dientes apretados: no puedo hacer milagros. Algo va a romperse, Antonio. Y no sé cuándo. |
Sue Wotoon (1961) es autora de los libros de poesía Reloj de arena (2005), Sur magnético (2008) y Pájaro de luz (2011). Ha ganado premios de poesía como el New Zealand International Poetry Award, y obtuvo la Robert Burns Fellowship en 2008 en la Universidad de Otago.
Versión de Rogelio Guedea
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