jueves, 4 de abril de 2013
AHOGADA EN LLAMAS, de Jesús Ruiz Mantilla
DATOS TÉCNICOS:
Título: AHOGADA EN LLAMAS
Autor: Jesús Ruiz Mantilla
Editorial: Planeta
Colección: Autores Españoles e Iberoamericanos
ISBN: 978-84-08-11077-4
Páginas: 432
Presentación: Tapa dura con sobrecubierta
De toda la pila de libros que tengo en pendientes (y esto es literal, ya casi amenaza derrumbe) me decidí por éste porque estaba ambientado en Santander. Era por variar, ya que los últimos habían tenido Barcelona como paisaje de fondo y me apetecía cambiar de latitudes y de ciudad. Y porque guardo magníficos recuerdos de Santander y de unas larguísimas vacaciones de casi dos meses frente a su bahía, con mi madre y mi hermana, en las que compartimos tantas cosas y nos lo pasamos tan bien… Me pareció entonces una ciudad bellísima, llena de luz y de edificios mágicos y esa es la imagen que conservo.
“Ahogada en llamas” transcurre completamente en sus calles y en su historia, en un periodo que abarca entre 1893 y 1941, fechas ambas de terribles desastres en la ciudad. Como un paréntesis de fuego y espanto en cuyo interior seremos testigos del devenir de una familia y de algunos habitantes de la ciudad, dos de ellos ilustres escritores, y de cómo la sociedad y la política van cambiando. Viviremos con ellos episodios históricos con repercusión en todo el país, vistos desde la perspectiva de una ciudad periférica y tranquila pero que también se verá sacudida por ellos. Santander se convierte en este libro en una anfitriona perfecta y nos acoge con hospitalidad.
EL AUTOR, JESÚS RUIZ MANTILLA
Os dejo algunos apuntes biográficos que aparecen en la solapa del libro y que he podido recoger de Internet:
Nacido en Santander en 1965, esta novela es por el momento su última obra. Con “Gordo” consiguió el premio Sent Sovi de literatura gastronómica en 2005. Desde 1992 trabaja en el periódico El País en el que escribe sobre todo en la sección de Cultura y en los suplementos Babelia y El País Semanal. También ha sido colaborador del programa “La ventana” presentado por Gemma Nierga en la Ser.
DOS DESASTRES MUY REALES
Como os decía antes, la novela se enmarca en un periodo de tiempo muy concreto y su principio y final están señalados por dos tragedias de enormes proporciones que sacudieron Santander hace poco más de un siglo. La primera de ellas marcará de forma indeleble y para siempre a la familia protagonista de la novela, la formada por Diego Solorzano y Agueda San Emeterio y sus tres hijos. El 3 de noviembre de 1893 un barco, el Machichaco, que había atracado en el puerto de Santander con una peligrosísima carga de dinamita y ácido sulfúrico comienza a arder. El incendio alcanza grandes proporciones y son muchos los curiosos que se acercan a contemplar el “espectáculo”. Las autoridades tratan de dirigir como se puede las tareas de extinción, pero todas son inútiles: casi no hay medios, ni personal. El peligro cada vez es más grave y a cada momento hay más gente mirando. Una de ellas es Agueda San Emeterio, una joven madre de tres hijos, que ha acudido movida por la curiosidad junto a su criada Juanita.
Y de pronto el buque salta por los aires con una explosión descomunal. Toda la zona del puerto queda devastada, al igual que buena parte de los edificios cercanos a esa zona. Es tal el estruendo y la onda expansiva que todo Santander tiembla y se estremece. La historia nos habla de 590 muertos (entre ellos todas las autoridades civiles y militares) y 525 heridos, lo que en una ciudad con 50.000 habitantes censados era una barbaridad. Se llegaron a encontrar piezas del barco a ocho kilómetros de distancia y muchos de los fallecidos quedaron despedazados. Agueda y su criada mueren en la explosión y Diego, el marido, desesperado y muerto de angustia, tardará horas en encontrarlas.
La muerte de Águeda sumirá a Diego y a sus hijos, Diego, Enrique y Rafael, en un dolor desconocido e inesperado. Toda su vida cambia de golpe y cada uno lo encarará de una manera distinta. Diego, el viudo, trata de volcarse en sus hijos y en que no les falte de nada pero, con el tiempo, volverá a contraer matrimonio con Carmen Revuelta que aporta una hija a la familia, Marina. El hijo mayor, llamado como el padre, se refugiará en la religión tratando de entender la tragedia y con el paso de los años ingresará en un seminario. Enrique, el mediano, se cierra sobre sí mismo, se hace poco permeable a los sentimientos y tampoco los deja traslucir y durante toda su vida se centrará en los negocios y en tratar de conseguir que su padre le admire haciéndole ganar dinero y siendo responsable y sólido, pero con grandes grietas en el alma. Rafael, el pequeño, es el que mejor se sobrepone a pesar de su pena, y será de los tres el más alegre y luminoso, con su vena artística y sus inquietudes culturales.
A lo largo de los años que van transcurriendo veremos cambiar la ciudad, pero sobre todo veremos cambiar a los protagonistas de esta historia. Conoceremos las tertulias a las que solían unirse Benito Pérez Galdós y Marcelino Menéndez Pelayo. El primero tenía casa en Santander, en la finca San Quintín. La visita del rey Alfonso XIII a la ciudad, la proclamación de la dictadura de Primo de Rivera, las guerras en África, la República y la Guerra Civil irán pasando ante nuestros ojos pero desde la perspectiva de una ciudad que no estaba en primera línea de todos esos hechos pero que igualmente se vio afectada. También los protagonistas tomarán partido por los diferentes bandos pero sobre todo por sus vidas y por sus modos de vivirlas.
El final histórico y real de la novela lo pondrá otro desastre: el incendió que asoló Santander el 15 de febrero de 1941. Los ardientes vientos del sur que llevaban soplando varios días arrastraron los rescoldos de una chimenea de la calle Cádiz y buena parte de la ciudad quedó asolada por las llamas: 37 calles afectadas, 400 edificios (entre ellos, la Catedral) y 10.000 personas sin hogar. Curiosamente sólo hubo una víctima mortal: un bombero madrileño llamado Julián Sánchez, uno de los muchos que habían acudido a tratar de apagar un fuego que parecía no tener fin.
DIEGO, ENRIQUE, RAFAEL… Y MARINA
La historia de Ahogada en llamas es la historia, sobre todo, de estos tres hermanos que han de superar la muerte de su madre siendo muy pequeños. También la de su padre, aunque él es el primero que rehace su vida al casarse por segunda vez y recuperar sus rutinas, su trabajo y sus tertulias.
Los rezos constantes de Diego para huir de su pena le llevan a convertirse en casi un fanático religioso, obsesivo con el cumplimiento de los preceptos de la iglesia y consciente de cuál es su futuro desde muy pronto. Su ingreso en un seminario será un disgusto para su padre y cada vez que regresa a casa echa en cara a todo el mundo sus fallos y su falta de fe. Acabará ordenándose sacerdote y será destinado a una pequeña parroquia de la ciudad, pero el destino es caprichoso y terminará por ver como todos los cimientos de lo que ha creído y los que consideraba pilares de su vida se tambalean por un amor prohibido e imposible. La relación con sus hermanos será siempre tensa y poco natural, porque él mismo ha levantado un dique que impide que salga su cariño.
Enrique parece quedarse en tierra de nadie con su dolor. En todo momento trata de cubrir la apariencias, comportarse y ser como considera que debe hacerlo según su posición. Se volverá serio, excesivamente formal, muy consciente de la importancia del trabajo y las convenciones sociales. Con quien más trato tiene es con Rafael, ya que quedan los dos solos en casa tras la marcha de Diego al seminario, pero nunca entenderá el afán de libertad de su hermano, sus intereses artísticos, la poca importancia que le da al qué dirán. Contraerá matrimonio, para sorpresa de todos, con una mujer hermosa y alegre. Su desdicha interna es pensar que su padre no le tiene en cuenta, que jamás valora sus esfuerzos y que prefiere a Rafael y eso le destroza y le hace tener pensamientos muy negativos.
Rafael es el contrapunto a sus hermanos. Inquieto, con una mano estupenda para el dibujo, lector voraz y con interés por todo lo que pasa (y que le hará tomar partido por ciertos sectores políticos cuándo llegue el momento), es el ojito derecho de su padre y hasta de las criadas de la casa. Guapo, simpático, encantador y un poco bohemio, consigue que cualquier persona que le conozca le coja cariño. Por circunstancias concretas tiene que dejar la casa familiar muy joven y sus regresos siempre son festejados a lo grande.
Y Marina, claro. Marina es la hija de Carmen Revuelta, la segunda esposa de Diego Solorzano y es un soplo de aire fresco en una casa que va abandonando el luto. Bonita, pizpireta y salada, está más próxima en edad a Rafael y será con él con quién mas complicidad tenga. La llegada de la adolescencia convierte su amistad infantil en algo más intenso que tardan en comprender y que terminará de alejar a Enrique de su hermano, ya que él también se siente atraído por ella. El amor de Rafael y Marina impregna buena parte de la novela con su intensidad y entrega a pesar de la distancia, del tiempo y de los impedimentos familiares.
Diego Solorzano y Carmen Revuelta parecen ser el eje sobre el que se gira el resto de la familia. Diego se pliega en cierto modo a la personalidad de su nueva esposa, a pesar de ser muy distinta a Águeda, siempre dulce y sabiendo crear un clima de armonía y cariño a su alrededor. Carmen tiene mucho carácter, es mandona, algo soberbia y siempre está pendiente de qué dirán y de aparentar. La servidumbre de la casa, que adoraba a la señora fallecida, nunca termina de “tragar” a la nueva dueña, especialmente Serafina, la criada más antigua, que tiene muy claro que su papel en la casa también es importante y no lleva bien sus desplantes y constantes exigencias.
UNA CIUDAD, UNA CASA
Si Santander se convierte por derecho propio en una protagonista más de la novela, dándonos el paisaje, las calles y los hechos, la casa familiar de los Solorzano es el centro, como un lugar de salida y encuentro al que los personajes siempre vuelven. La casa aparece como un elemento sólido, un lugar al que acudir cuándo las cosas van mal pero también cuándo hay novedades felices.
La descripción que el autor hace de la ciudad, a la que conoce bien, consigue que nos introduzcamos en sus calles, en sus cafés, en sus parques. A veces hasta podemos oler su humedad de otoño o el pescado recién traído de los barcos. Jesús Ruiz Mantilla hace descripciones muy gráficas, especialmente de cómo cambia el aspecto de Santander con el clima: la oscuridad de los nubarrones en días de lluvia y la luminosidad del Cantábrico bajo el brillo del sol.
Igualmente convierte a la casa familiar en un punto sólido y fundamental en la trama. Un casa en la que se vivirán tristezas, tensiones y momentos oscuros, pero también momentos felices, reencuentros, amor. Y aunque algunos de los protagonistas dejen de vivir entre sus muros, siempre será dónde ocurran los hechos más importantes para ellos y un lugar al que volver.
IMPRESIONES PERSONALES
En general puedo decir que la novela me ha gustado. Cierto que se trata de una saga familiar enmarcada en una ciudad diferente a las que estamos acostumbrados a vivir en otros libros (que optan más bien por Madrid o Barcelona), pero incluso creo que al palabra saga es demasiado grande para definirla. Es la historia de un padre y tres hermanos de los que no sabemos nada antes de que suceda la desgracia de la explosión del Machichaco en el puerto. Ahí es dónde se nos presentan por primera vez e iremos siguiendo sus vicisitudes hasta casi cincuenta años después.
El estilo del autor es fácil de seguir, aunque si tuviese que ponerle un pero, creo que hace unas descripciones del paisaje al comenzar determinadas partes del libro que resultan un poco barrocas. Tienen encanto, pero a pesar de que no son muy largas, acabas deseando que terminen para que empiece a contarte cosas. Consigue que sea sencillo comprender a cada uno de los personajes aunque alguno resulte francamente antipático, como Diego hijo cuándo se empeña en ir pontificando y señalando las faltas de los demás o como Carmen, que aunque sea una buena esposa para Diego Solorzano, no puedes evitar que en muchas ocasiones te parezca una arpía.
Las convenciones sociales, las apariencias, también están muy presentes y más en una sociedad mucho más pequeña que la de las grandes capitales. Una sociedad en la que al final todos se conocen y en la que es complicado esconder según qué cosas, en la que los fallos o lo que se sale de lo normal es conocido, comentado y criticado. A la hora de posicionarse lo hacen con pasión y ello nos llevará a asistir a encendidas tertulias en las que Galdós y Menéndez Pelayo participan y exponen sus diferentes criterios. Excepto la visita del rey Alfonso XIII, que se alojará en el Palacio de la Magdalena, el resto de los hechos históricos que se cuentan se ven desde la distancia, aunque afecten a la ciudad.
Las vidas de los tres hermanos son muy diferentes a pesar de haberse criado juntos y de haber pasado el mismo trauma de infancia. Solo con el paso de los años podrán perdonarse ciertas cosas y comprenderse. Pero las vidas de los tres estarán muy marcadas por el amor: el de Diego por la religión primero y por una mujer después; el de Enrique por su padre, al que intenta contentar por todos los medios dejando de lado incluso su propia felicidad y negándose a sí mismo vivir una pasión cierta con su mujer; el de Rafael y Marina, lastrado por todo tipo de prohibiciones pero que se mantendrá firme en medio de los vendavales que lo azotan.
Los dos tremendos desastres que señalan el inicio y el final de la novela están magníficamente narrados, con una buena tensión mantenida a lo largo de las páginas que les dedica José Ruiz Mantilla. De los dos es el primero, la explosión del Machichaco, el que más me impresiona, no sólo por la magnitud, sino por cómo dibuja el autor la desesperación de los habitantes de Santander que buscan a sus seres queridos, el caos, la falta de medios para dar soluciones, el desgarro de una ciudad y sus gentes destrozados por la ola de muerte y destrucción.
Sí que recomiendo su lectura. Es un pequeño repaso a nuestra historia de principios del siglo XX desde la retaguardia, por decirlo así. Ahogada en llamas está bien escrita y resulta una lectura interesante, de la que puede resultar difícil sustraerse, y con personajes bien perfilados con los que empatizar o coger manía, pero que no resultan nunca indiferentes. A veces los saltos temporales en la acción te dejan con la sensación de que seguro que te has perdido algo interesante, pero el autor retoma siempre vidas y devenir con oficio, por lo que no tardas en estar de nuevo sentada en el salón de la casa familiar comprobando qué ha cambiado y qué no.
A pesar de no conocer nada de esta novela a priori, me ha gustado leerla y pasear por las calles de Santander de la mano de sus protagonistas, una ciudad que tuvo que reinventarse dos veces y que ahora vuelve a lucir hermosa y señorial. El fuego quiso acabar con ella en esas dos ocasiones, pero resistió para resurgir. Igual que las vidas de los tres hermanos. Igual que el amor de Rafael y Marina.
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