entrevista con Santiago López Petit Armando Villegas Tomar la palabra... y sostenerla |
Foto: encubierta.com
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–¿Cuál es tu perspectiva sobre lo que está pasando en España con respecto a las manifestaciones recientes?
–El 15M, el movimiento de los indignados, ha sido lo más importante que ha pasado en los últimos años. Todo empezó con un gesto radical, con una ilegalidad: tomar la plaza. Y tomar la plaza era tomar la palabra. Pero no supimos sostener esa palabra. Por muchas razones. Hubo una invasión de expertos, economistas, yo qué sé. Porque se multiplicaron las comisiones de mil cosas y al final se olvidaba por qué estábamos allí. Fuimos demasiado románticos y no quisimos ensuciarnos con la política. Es decir, nos faltó rabia y estrategia. Como nos faltó rabia y estrategia, el vacío que abrimos orilló a que se tomaran viejos discursos. Y el viejo discurso, ¿cuál?, los sindicatos que estaban muertos y de pronto reaparecen después de haber escrito en el interior, que había que destruir al 15M, así directamente, reaparecen con una convocatoria en Madrid; reaparece el discurso sindical y luego el nacionalismo, el independentismo, que era minoritario, que siempre fue minoritario en Cataluña, pues bueno... por una serie de razones, desde la imbecilidad y prepotencia del gobierno de Madrid, por llamarlo de alguna manera, que no ha entendido nunca nada de lo que es Cataluña.
–¿Ahora cuál sería tu diagnóstico de las luchas en Europa y en otras partes?
–La resistencia en Grecia, a pesar de las incontables huelgas generales, no consigue avanzar, y el populismo crece al aprovecharse de la desestructuración social existente. El movimiento del 15M, “Tomar la plaza”, constituía también el gesto radical de un querer vivir colectivo henchido de ilusión. Prolongado con el grito increíble de “Nadie nos representa”, suponía una verdadera “toma de la palabra”. Esta “toma de palabra” que fue capaz de autoorganizar una vida en común, que fue capaz de politizar la existencia de muchísima gente, no pudimos sostenerla en el tiempo. Explicar por qué sucedió así es complicado, aunque no es muy descabellado considerar que en la misma potencia del movimiento radicaba su debilidad. Dicho en otras palabras y brutalmente: su romanticismo tan hermoso y atractivo sólo podía ser flor de un día. Este romanticismo enamorado del consenso y de la inclusión temía, por encima de todo, el conflicto interno. La política quedó en manos de los expertos y se hicieron cartas a los reyes magos pidiendo derechos y todas las reformas posibles. Al tomar la plaza, abrimos un vacío que intentamos habitar. Pero nos daba demasiado miedo la organización y la política. El vacío que abrimos fue llenado inmediatamente por los viejos discursos que estaban al acecho. El discurso nacionalista en Cataluña ofreció la cobertura de una identidad única a una multiplicidad anónima que así pudo resguardarse de la intemperie y alimentarse de horizonte. Las banderas volvieron.
–¿Pero el malestar persiste?
–El malestar social persiste y se extiende. Lo que ocurre es que habla lenguajes tan distintos que resulta difícil avanzar en su articulación. En principio, esta articulación tendría que pasar por una politización apoyada en una estrategia de objetivos. Es muy fácil de decir. Lo sé. Hay dos problemas fundamentales. El primero reside en que esta politización existencial, que por unos momentos se ha dado en tantos lugares, tiene mucho de centrífuga. Siendo, por principio, la negación de toda opción personal, termina abocando precisamente a la búsqueda de una salida personal. Aunque esta salida sea digna, aunque adopte la forma de rechazo y huida de esta realidad opresiva, en ella existe un fondo de desencanto respecto a lo colectivo. El segundo problema es simplemente la desproporción entre el ataque del capital desbocado y la resistencia que se le opone. Esta desproporción que vemos y sentimos ante cada agresión nos sitúa en la posición de víctima. Como si ser una víctima fuera lo único que nos permitiera un cierto reconocimiento en una sociedad para la cual la gran mayoría ya sobramos. De momento, esperamos y negociamos con la vida. Es demasiado fácil afirmar que estamos asistiendo al retorno de lo reprimido –Verdrängung– en el sentido psicoanalítico: entropía social, populismo, individualismo... como la reacción propia de una realidad que había empezado a ser atacada. El desafío es construir una política del querer vivir, una política que recoja las necesidades y aspiraciones del noventa y nueve por ciento, lo que no significa en absoluto eludir las cuestiones espinosas sino todo lo contrario. Se abre una bifurcación que clarifica las posiciones. Tenemos que hacer un esfuerzo por ser menos románticos y mucho más duros con el poder... y también con nosotros.
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