martes, 27 de enero de 2015

JUGUETES, (relato), Carlos Aníbal Atboleda Martínez


El hombre recuerda, en la tarde…
Mira por la ventana de su apartamento la lluvia cae lentamente, como si el agua lavara las penas de su corazón.
Al ir al dormitorio tropieza con un juguete caído del estante donde luce los recuerdos.
Sus hijos viajaron a Europa y desde hace varios años solo tiene noticias por Internet, su ex mujer…quien sabe.
La aventura de su vida comenzó con una desgracia familiar, la muerte de su hermano a los nueve años lo obligo a algo mas que ser el ayudante de sus padres, aprendió a cocinar, lavar, cambiar pañales.
Un día, viajando en un bus, se vio rodeado de jóvenes de su edad.
Ropas de estudiante, libros, lapiceros, zapatos brillosos de jóvenes de futuro predispuesto,
El solo tenía una camiseta sucia y rota, unas zapatillas agujereadas en el dedo mayor, un pantalón parchado y un futuro de indigencia.
Había dejado la escuela, la muerte de su hermano lo condicionó.
Esa noche, en su cama, lloro de rabia y de pena.
La pena solo calmaba su rebeldía, la rabia pudo más.
Se anoto en una escuela nocturna.
En dos años culmino los estudios primarios.
Es fácil decir.
Fueron dos años de privaciones, viajar los seis kilómetros de distancia de la su casa a la escuela, guardar unas monedas, destinadas a comida, para comprar lápices y cuadernos.
La ilusión de ir, algún día al Liceo, puerta de entrada a la vida, lo empujaba a surtir de esfuerzos su meta.
La noche en que termino de estudiar la primaria la vieja maestra lo llamo a parte.
-“Tú no necesitas estudiar, yo veo el esfuerzo con que puedes cumplir tus deberes domiciliarios, tú necesitas Trabajar…”-
Esa noche volvió a llora de rabia, con el “pase a un politécnico en el bolsillo vio que el mundo estaba dividido en dos, los que tiene y los que no.
En los días siguientes, algo lo guió a pasar por un instituto de estudios industriales, dependiente de la Universidad del Trabajo.
Paso por la enorme puerta y el salón de entrada lo intimidó.
Al comprobar que con su pase podía ingresar, se gritó interiormente: (¡Aquí me van a conocer!).
Los seis años pasaron lentos con pesares y pequeñas victorias.
Sus esfuerzos invalidados por la falta de recursos los complementó con una inacabable voluntad, pequeños ahorros y sacrificios.
Aprendió a sacar provecho de su inteligencia.
Si no tenia para comprar una herramienta, la inventaba, reciclaba viejas lapiceras, rellenaba depósitos de tinta vacíos, recortaba excedentes de laminas viejas.
Con su ingenio, la manualidad adquirida en largas tardes de trabajo casero ayudaron y mucho.
Esto se transformo en una lucha encarnizada con la realidad, sus compañeros lo ayudaron a complementar su carencia.
Era el líder de clase y representante del Centro de Estudiantes. Delegado de la Federación de Estudiantes Industriales.
Ya lo conocían…
Al fin un día un amigo le regalo su puesto, en un Estudio de Arquitecto, como dibujante copista.
Esto es pasar en limpio los borradores de los técnicos y atender el teléfono.
Encaró la nueva labor con el acostumbrado esfuerzo de una vida de trabajo familiar.
Nunca pensó que al fin de mes habría una recompensa monetaria.
El primer sueldo se le antojó como una dádiva del cielo.
Cuando recibió el dinero lo miro incrédulo, contó una a una las monedas y billetes, salió del trabajo y sin pensarlo entro en la juguetería.
Allí. Como un alucinado recorrió los estantes.
Un barquito, una muñeca, una pelota, sus hermanos estarían felices, un autito, varios juegos de caja…
El dinero quedo en el mostrador.
Con una enorme bolsa en los hombros salio a la calle.
Un trineo… y la vida, lo esperaban.
Carlos Arboleda
.2011

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