LAS JORNADAS DE SÍSIFO
(A Leopoldo Flores)
Viniste como el sol
para hacernos el día
con tu pulso invencible
forjador de horizontes y parvadas en fuga
y músculos en vuelo
y la fértil pasión del tiempo que no deja
de fluir en antorchas dolientes como espadas.
para hacernos el día
con tu pulso invencible
forjador de horizontes y parvadas en fuga
y músculos en vuelo
y la fértil pasión del tiempo que no deja
de fluir en antorchas dolientes como espadas.
Denme un trozo vacío de papel desechable,
una pared rugosa,
una piedra,
una sábana,
el asfalto,
la burbuja de lava endurecida,
el cascarón desmantelado de una nave,
denme un espacio mudo
y lo haré hablar en lumbre,
en aire,
en sombras,
en jirones de nube enardecida.
Denme mi tiempo solo
y como fiel amante me daré a la creación.
No me importa la obra terminada,
me importa el movimiento y el acto de estar siendo,
el arte de arrancar la esencia de su ser a todo cuanto toco.
una pared rugosa,
una piedra,
una sábana,
el asfalto,
la burbuja de lava endurecida,
el cascarón desmantelado de una nave,
denme un espacio mudo
y lo haré hablar en lumbre,
en aire,
en sombras,
en jirones de nube enardecida.
Denme mi tiempo solo
y como fiel amante me daré a la creación.
No me importa la obra terminada,
me importa el movimiento y el acto de estar siendo,
el arte de arrancar la esencia de su ser a todo cuanto toco.
Leopoldo casi no habla,
hablan por él sus líneas de larga trayectoria,
hablan las proporciones doradas en equilibrio,
habla el color preciso de una íntima elocuencia.
Leopoldo pone en claro las convulsiones de su tiempo,
mayo en París, octubre en Tlatelolco,
las mantas enarboladas en cada fecha trémula.
Leopoldo dice al hombre con sus miedos e impulsos,
el hombre que reencarna de sus desgajamientos,
al hombre y a la mujer en éxtasis.
Y se dice a sí mismo
nacido en pleno invierno,
con los brazos abiertos para estrechar al equinoccio.
hablan por él sus líneas de larga trayectoria,
hablan las proporciones doradas en equilibrio,
habla el color preciso de una íntima elocuencia.
Leopoldo pone en claro las convulsiones de su tiempo,
mayo en París, octubre en Tlatelolco,
las mantas enarboladas en cada fecha trémula.
Leopoldo dice al hombre con sus miedos e impulsos,
el hombre que reencarna de sus desgajamientos,
al hombre y a la mujer en éxtasis.
Y se dice a sí mismo
nacido en pleno invierno,
con los brazos abiertos para estrechar al equinoccio.
Algún día se sabrá cuánto le deben
una ciudad sin rostro
y un siglo enajenado,
algún día que tal vez no veremos
se hundirán los silencios, los olvidos, los odios
y ha de alumbrarse el mundo labrado por la mano
de un sol que cada día dispensa
formas, colores, cabalgatas de luz y plumas en ascenso,
la infatigable voluntad de darse íntegramente
al azaroso porvenir
de una raza, la nuestra,
que cuando abra los ojos quedará deslumbrada
por el diario fulgor
de una hoguera sin tregua.
una ciudad sin rostro
y un siglo enajenado,
algún día que tal vez no veremos
se hundirán los silencios, los olvidos, los odios
y ha de alumbrarse el mundo labrado por la mano
de un sol que cada día dispensa
formas, colores, cabalgatas de luz y plumas en ascenso,
la infatigable voluntad de darse íntegramente
al azaroso porvenir
de una raza, la nuestra,
que cuando abra los ojos quedará deslumbrada
por el diario fulgor
de una hoguera sin tregua.
Leopoldo, hombre de fuego, de torrente, de atmósfera,
hombre de carne y nervios,
de sueño y,
pese a todo,
practicante de un credo:
la virtud cardinal de amar al ser humano.
hombre de carne y nervios,
de sueño y,
pese a todo,
practicante de un credo:
la virtud cardinal de amar al ser humano.
Genial, sin duda alguna. Un saludo Benjamín.
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