viernes, 16 de enero de 2015
SANGRE, SUDOR Y CEBOLLA, Gonchy Goncalvez (Museo de la Palabra)
SANGRE, SUDOR Y CEBOLLA
Gonchy Goncalvez
Y allí estaba, sentada en el último vagón, mirando por la ventana la rapidez con que pasaban los árboles y las casas, al igual que habían pasado los años, casas, que a lo lejos, como minúsculas motas de polvo se esparcían por el aire.
Así me sentía, los años anteriores no habían sido fáciles, quería ser aire. La inspiración se había marchado, estaría con él. Me sentía así por alguien que creía conocer y todo fue mentira.
Manuel, así se llamaba, me dio los mejores momentos de mi vida. Aquellos ochenta, años de la movida madrileña, aunque en mi ciudad todo llegaba mas tarde, pero aun así me cardaba el pelo y usaba ese maquillaje que, como cantaba Mecano, era para no poderse levantar. Y ahora que lo necesitaba, no estaba, se agobió. - Me levanté un día y ya no estaba, recorrí los sitios por donde solíamos pasear, el parque que tanto nos gustaba, su césped verde, siempre florecido y bien cortado por el jardinero Juan con quien después de tantos años entablamos amistad y nos contaba como cultivar nuestro jardín, era ese amigo que sin quererlo nos recetaba la fórmula para cultivar un amor frondoso.
Y así, recorrí la ciudad buscándote, llame amigos en común. Pero ni rastro. Fue entonces cuando por la calle Bartolomé, donde esta esa librería tan pequeña con las escaleras de caracol que subes peldaño tras peldaño, unos cincuenta y tres llegamos a contar, para llegar a un desván que es la sala de lecturas.
Te vi en el escaparate, no podía creerlo, esa novela, que tú viste nacer, las primeras ideas, mis noches en blanco delante del ordenador y tú amorosamente venías con un té, un beso y volvía mi inspiración.
Mis personajes que luchaban por sobrevivir en este mundo lleno de odio y competitividad y destacar sobre los demás.
Lo habías hecho, te vi en la portada de mi libro, con tu nombre. Tu inspiración se había esfumado, tus historias de sangre y asesinatos ya no vendían, pero robar mi vida.
Sí, vida mía, era la historia que soñé escribir y cuando al fin, folio a folio, le pongo fin, mi editora se dedica a buscar nuevos talentos y cancela su cita conmigo.
Decidimos darnos tiempo para estar juntos, sin libros, sin ordenador, sin teclas que teclear...
Iniciamos el viaje en este mismo tren que ahora me lleva a ningún sitio. Han pasado los años y aún me duele recordar que en este vagón surgió el título, sangre por tus libros, sudor por las noches que pasamos juntos y solo sudábamos, cebolla es la última palabra que decidí, seguramente presagiaba este final, por cada piel que poco a poco lograste que me quitara para ti.
Nunca te lo dije, pero temía desnudar mi alma, todo te lo di y estoy sola, quiero encontrarte, saber de ti, aun te quiero y no te lo dije lo suficiente. Padezco como mis personajes, amores, encuentros, desencuentros, viajes, pasiones, engaños, reconciliaciones. Deseo encontrarte para reconciliarme, pero no contigo, conmigo, para demostrarme que puedo formar mi cebolla y entregar mi piel a quien lo merezca.
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Foto: André Kertész, 1929.
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No salió la foto, pero la pondré en uno aparte...
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