martes, 5 de febrero de 2013

ALGO SOBRE RAFAEL CRAVIOTO MAÑÓN (1946-1980), Alfonso Sánchez Arteche.


ALGO SOBRE RAFAEL CRAVIOTO MAÑÓN (1946-1980)
Alfonso Sánchez Arteche

Ya en plan memorioso y sentimental, quiero evocar la memoria de quien me introdujo al fascinante mundo del teatro a principios de 1966. Para entonces, la situación en mi casa era desesperante por la enfermedad incurable de mi señora madre, y yo había decidido largarme con el circo, ya que precisamente por el lado materno tengo parentesco con los Atayde. Cada dos años regresaban a esta ciudad, nos visitaban y nosotros, es decir mi hermano Miguel Ángel y un servidor, entrábamos y salíamos de la carpa como el Chapo por la República. Este es un anacronismo para indicar el grado de confianza que sentía yo por esa familia circense, en especial mi tío Manuel Atayde, a quien me acerqué el último día de la temporada para preguntarle si no podía irme con ellos, aunque fuera de payaso. Él me escuchó con toda seriedad, me dijo que me fuera a la casa y allí lo esperara; por la noché llegó, se encerró a platicar con mi padre y éste me dijo, con toda seriedad que hasta para ser payaso hacía falta una cosa de la que yo carezco por completo: gracia escénica. Pero me prometió que si seguía estudiando, después de cursar la preparatoria podría cursar la carrera de Arte Dramático, él no se opondría. 
Por ello fue que cuando se le presentó Rafael Cravioto, seis años mayor que yo y director de un grupo de teatro infantil en el internado "Zaragoza", de inmediato me puso en contacto con él y yo me incorporé a esa compañía en calidad de traspunte, aunque más bien cumplía con el penoso deber de controlar a los chiquillos, que tenían entre diez y doce años, además de ser el pararrayos de las cóleras de Rafael, que cuando se encraviotaba lo hacía con desplantes olímpicos. Era de estatura regular, estevado de piernas por el pie plano, tez blanca, ojos aceitunados, perfil aguileño y se dejaba bigote y barba, lo que aunado al uso de chamarra y pantalón de mezclilla, guaraches y boina, lo hacían parecer como "hippie" ante los ojos de la espantable sociedad toluqueña.
Rafael vivía con su tía Cristina Hidalgo -hija de don Rafael M. Hidalgo-, una anciana de bello rostro y dulce corazón que lo aceptaba tal cual era, sin reproches, y me quería también porque pasábamos todas las tardes juntos, un rato en el cafe "Impala", otro con los niños y finalmente otro en la vivienda de la hermosa viejecita célibe. Los ensayos eran en la sede del internado para niños huérfanos o de escasos recursos, nada menos que las instalaciones de la antigua Escuela de Artes y Oficios para Varones, en la calle de Matamoros, entre Hidalgo y Morelos, sobre cuyo predio se alza el centro comercial "Acrópolis".
La obra que se empezaba a ensayar cuando me integré a ese cuadro dramático, era una adaptación al cuento de los hermanos Grimm "El violín encantado", y la razón para que se practicara intensamente, todas las tardes de cinco a siete, era que Cravioto planeaba inscribirla al Concurso Estatal de Teatro, convocado para junio de ese 1966, mismo que consideraba tres categorías: Niños, adolescentes y mayores de 18 años.

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