sábado, 9 de febrero de 2013

SABIO, LONGEVO Y FELIZ SE FUE RUBÉN BONIFAZ NUÑO, Juan Carlos Talavera

SABIO, LONGEVO Y FELIZ SE FUE RUBÉN BONIFAZ NUÑO 


Por: Juan Carlos Talavera - febrero 9 de 2013 - 0:00 INVESTIGACIONES, Investigaciones especiales - Sin comentarios   Sobresaliente traductor de los grecolatinos, ensayista y poeta, dejó este mundo el 31 de enero. Su poesía es capaz de alumbrar los tiempos más sombríos, según Gelman, uno de los autores más afectados por su partida Rubén Bonifaz Nuño. Foto: Cuartoscuro. Era 2003 y la muerte rondaba los pensamientos del poeta Rubén Bonifaz Nuño. Para confortarse empuñó el bolígrafo y escribió su último poemario: Calacas, donde cierra con un amargo verso donde cuenta las tragedias que desde entonces ya lo afligían: “Me has dado, ciego, contemplarte; / sordo, en el silencio oír tu risa; / sin piernas ya, seguir tus pasos”. Una década después, el también traductor de poetas clásicos como Homero, Propercio, Horacio, Píndaro y Catulo, falleció a los 89 años. Veracruzano por geografía de nacimiento y universitario hasta las últimas consecuencias, dedicó sus páginas a la belleza, el cuerpo de la mujer, el tiempo, el recuerdo y llegó a utilizar el argot mexicano, con lo que conformó una amplia obra con poemarios como Los demonios y los días (1956), Siete de espadas (1966) y El ala del tigre (1969). Hay una anécdota de Bonifaz Nuño (12 de noviembre de 1923 -31 de enero de 2013) que muy pocos conocen. Sucede que antes de convertirse en el gran poeta que fue, participaba en concursos de Lírica en los pueblitos de Aguascalientes, Zacatecas, Guadalajara, donde siempre ganaba. Eso se terminó en 1945, cuando Agustín Yáñez se lo llevó al Fondo de Cultura Económica (FCE). Agustín Yáñez le dijo: “¿Qué haces aquí si eres un gran poeta?, ¿por qué participar en esos pueblerinos concursos que no te llevaban a ninguna parte?”, y se lo llevó al FCE, donde publicó su primer libro La muerte del ángel, para llegar a ser el poeta más grande de su generación. La anécdota la recuerda el editor y crítico mexicano Emmanuel Carballo. “¿Quién es mejor, Octavio Paz o Rubén Bonifaz? -se pregunta el “francotirador de la literatura mexicana”- yo me quedaría con Paz, pero entre los diez mejores poetas de la Literatura Mexicana de los siglos XIX y XX, desde luego figuraría Bonifaz”. Sin embargo, asegura que para leer a Bonifaz se requiere cultura y si alguien no es culto y no tiene nociones de la historia de Grecia y Roma… no entenderá muchas cosas. “Él era un poeta muy fino y muy culto, y detrás de cada línea llevaba cincuenta páginas que había estudiado y que ya no tenían vida en las páginas, sino lo que le habían dejado a él. Ahora se habrá de reconocer ya sin envidias y nada que lo ensombrezca que era un gran poeta”, apunta Carballo. —¿Qué es más importante, su poesía o sus traducciones? —Fue un gran poeta y un gran traductor. A veces cuando lees sus traducciones piensas que es su poesía. ¿Qué es más importante? Las dos cosas las hacía muy bien. Salvo una traducción de La Ilíada de Homero que no me gusta, todo lo demás me encanta. Fue un gran hombre, gran amigo y gran mexicano. ESPÍRITU Defensor de la obra de Alfonso Reyes, en 1972 reconoció su admiración por La Eneida de Virgilio: “Uno de los poemas que más hondamente han determinado los rumbos del alma occidental” y del Cihlam Balam de Chumayel, “libro colmado de significaciones ocultas”, según el discurso La fundación de la ciudad que pronunció el 3 noviembre de 1972 en el Colegio Nacional. Dos años después recibiría el Premio Nacional de Letras (1974), donde reconoció que fue en la Escuela Nacional de Jurisprudencia –más tarde Facultad de Derecho de la UNAM–, donde tuvo un encuentro vital y significativo para él: el espíritu y la lengua de Roma. “Quizás ese estudio del Derecho Romano fue lo que vino a orientar lo mejor de las manifestaciones de mi vida”, reconocía. Y desde entonces ya se pronunciaba en contra de la injusticia y la ignorancia. “La ignorancia sólo puede combatirse con la educación, sólo mediante ella ha de ser obtenido el cambio que el mundo requiere. Por medio de la educación deben extenderse los beneficios de la cultura, el mayor de los cuales, sin duda, es la libertad en la justicia. No habrá bienestar, no habrá dignidad humana, si no hay educación”. El poeta también abordó otros asuntos de actualidad. Un ejemplo sucedió a finales de 1994, diez meses después de que irrumpiera el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), momento en que señaló su inconformidad contra quienes mal llamaban indígenas a los indios de México. Bonifaz dirigió desde 1970 y hasta su muerte la Bibliotheca Scriptorum Graecorum Romanorum Mexicana, donde coordinó la colección de traducciones que han sido consideradas una aportación a  la cultura humanística. También publicó trabajos de filosofía náhuatl y a lo largo de toda su vida mostró una atracción especial por la cosmogonía del mundo prehispánico, sobre la que escribió ocho obras de interpretación crítica como Imagen de Tláloc (1988) y Escultura azteca en el Museo Nacional de Antropología (1989). Obtuvo reconocimientos como la Medalla Rosario Castellanos (2005) y los premios Francisco Xavier Clavijero (2004), Ramón López Velarde (2000) y Jorge Cuesta (1985). Fue fundador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ingresó al Colegio Nacional el 4 de abril de 1972 y una década antes fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, cargo al que renunció en 1996 “por motivos personales”, aunque hasta ahora no se han aclarado los motivos. AMIGA A LA QUE AMO… Para el poeta Marco Antonio Campos, con la muerte de Rubén Bonifaz Nuño se va uno de los últimos verdaderos grandes poetas del país. Y recuerda que en su obra completa el 70 por ciento de sus poemas son de amor. En su opinión tuvo tres libros fundamentales: Los demonios y los días que se traduce como el dibujo de la ciudad de México, una ciudad que entonces tenía tres millones de habitantes; La flama en el espejo, una recreación personalísima del paraíso de la Divina Comedia; y El manto y la corona que fue como el libro de cabecera para los enamorados y donde aparece uno de sus más célebres poemas: Amiga a la que amo: no envejezcas. Que se detenga el tiempo sin tocarte; que no te quite el manto de la perfecta juventud. Inmóvil junto a tu cuerpo de muchacha dulce quede, al hallarte, el tiempo. (…) Y cuando me haga viejo, y engorde y quede calvo, no te apiades de mis ojos hinchados, de mis dientes postizos, de las canas que me salgan por la nariz. Aléjame, no te apiades, destiérrame, te pido; hermosa entonces, joven como ahora, no me ames: recuérdame tal como fui al cantarte, cuando era yo tu voz y tu escudo, y estabas sola, y te sirvió mi mano. “Bonifaz Nuño tradujo a casi todos los latinos y murió traduciendo”, añade Marco Antonio Campos. “Tan sólo hace cuatro meses trabajaba en la traducción del poeta latino Marco Valerio Marcial, y me siento orgulloso de haberlo compelido a que lo hiciera porque faltaba una buena traducción en verso de Marcial”. Esa tarea la estaba realizando con Bulmaro Reyes Coria, catedrático del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y su último discípulo, cuenta, pero lo hacía como podía, con el esfuerzo que le costaba. Cierta vez me dijo: “Aguanto todo, pero lo que no aguanto es la ceguera, la ceguera me agobia y no me deja vivir, no me deja caminar, ni ver a las mujeres”. —¿Qué otro libro destacaría en la obra poética de Bonifaz Nuño? —El libro que me gusta más es Albur de amor (1987); curiosamente el gran amador de las mujeres dejó uno de los libros más misóginos que hay –tanto como El tigre en la casa de Eduardo Lizalde. Este es un fragmento del poema 8 de Albur de amor: Hoy juego un juego que no juegas: / ya no te busco. Te amenazo / con mi lástima atroz. Ingrata. / Ay de la mugre, desgraciada; / qué vida me espera sin buscarte. SIN AMIGOS En Los demonios y los días (1956) Bonifaz alude lo que significa para él la pérdida de un amigo: “Amargo es perder un amigo / o desde una esquina en la noche / mirar alejarse a la mujer que nos deja. / Pero se tolera bien, se soporta”. Quizá eso fue lo que sintió al separarse de sus amigos Ricardo Garibay, Fausto Vega y Jorge Hernández Campos. En una entrevista, Ricardo Garibay reconocía que esa amistad (con Bonifaz Nuño) se fue acabando porque “él es un sabio, ha estudiado toda la vida a fondo; yo, todo lo contrario; eso nos fue separando. Él veía con desdén mi mundanidad; yo veía con desdén su academia”. El tiempo volvió a reunir a estas dos figuras de las letras mexicanas, y tal como sucede con los viejos amigos, se reencontraron con cariño franco y abierto, pero entonces ambos tenían ya muy poco que decirse. “Si usted no frecuenta a un amigo, pierde el diálogo, ¿de qué le hablo?, por Dios”, clamaba Garibay. Años más tarde, Bonifaz le concedió una entrevista a Josefina Estrada, la cual fue publicada por el Colegio Nacional en el libro De otro modo el hombre, donde dio su propio punto de vista: “Todos decíamos que éramos genios, pero yo me diferenciaba de ellos en una cosa: los demás pensaban que tenían que vivir de la literatura cuando fueran grandes, y yo pensaba –y lo sigo pensando– que la literatura era como una diversión, como una especie de ámbito para la libertad personal, que aparte estaba la manera de ganarse la vida”. Pero además, el poeta veracruzano reconocía su gran incapacidad para acercarse a la gente, y en pocas palabras se definía como un hombre “atrozmente tímido”, lo cual le hizo la vida un poco infeliz. Sin embargo, uno de sus alumnos, el escritor y poeta Vicente Quirarte, lo retrata de otra manera, como se puede leer en su libro La invencible. “Rubén Bonifaz Nuño ocupaba el lugar emotivo de mi padre, nunca se ha afanado en ejercerlo. Se transformó, en cambio, en hermano grande, protector y discreto, amable y riguroso. Sobre todo, me enseñó a reírme de mí mismo, aun en las peores circunstancias. Durante un naufragio amoroso, Rubén me llamaba cada tarde para ver cómo estaba, me aconsejaba, se reía y reíamos juntos. Cuando emergí de mi personal desastre, le agradecí sus constantes llamadas. Me respondió que él había pasado temporadas en infiernos similares”. LOCA EXACTITUD En 2006, la revista Alforja dedicó su número 37 a Bonifaz Nuño, donde Juan Gelman, uno de los creadores más afectados por su muerte, resaltó que su poesía es capaz de alumbrar en los tiempos más sombríos. “Poesía levantada por ráfagas de grandeza bíblica. Poesía, como la de san Juan, que dice lo que dice y dice lo que calla, y así calla lo que dice. (…) No conozco en lengua castellana otra que interrogue de manera tan fina esa materia de oscura densidad que somos; las galerías ciegas de nuestro espejo interior, y que a la vez despoje a la vida de “túnicas resecas y sordas coberturas de polvo. “Ese gran poeta que se llama Bonifaz Nuño desorganiza el caos con loca exactitud. Sólo quien domina la lengua como él es capaz de extraer rostros y fulgor de cada sombra oculta en la palabra. Entro en su poesía y salgo joven, transformado. Su poesía tiene el corazón nuevo”. El poeta Hugo Gutiérrez Vega opina que con la muerte de Bonifaz, hemos perdido al decano de la poesía mexicana contemporánea y a uno de los poetas fundamentales, en lengua castellana, y de todo el mundo. Es un modelo de poesía lírica pura y de poesía amorosa. “Rubén nos habla del misterio, de la belleza y la fuerza de la mujer; es un admirador de la mujer que la describe aun en los aspectos más íntimos y secretos porque trata de encontrar ese misterio de lo femenino”. Por su parte, José Narro Robles, rector de la UNAM, destaca su faceta como universitario: “Fue un universitario extraordinario, un gran maestro, un hombre con un sentido maravilloso para ver la vida, para soportar una de las pérdidas más duras para él: la vista; y para tener un sentido del humor siempre agudo pero nunca ofensivo, siempre agudo, certero, para escoger las palabras y construir las palabras y construir una obra poética para hablarle a los jóvenes, a las mujeres, a la belleza y para hablar con los clásicos. Boinifaz es un universitario insustituible”. LA PERFECCIÓN Hace un par de semanas el Fondo de Cultura Económica (FCE) publicó la compilación de la obra completa de Bonifaz, la cual cuenta con un prólogo del poeta español Luis García Montero, quien le dedica cincuenta páginas y reconoce que “pocos ejemplos de entrega como el que ofrece Rubén Bonifaz Nuño. La poesía es en él una devoción, una búsqueda mantenida, una forma disciplinada de reconocer el desorden y de ordenar el mundo, un rigor, un destino”. Autor barroco limpio y transparente, así lo describe Montero. Un maestro de la trascendencia en lo perecedero, de la  modesta eternidad de lo cotidiano, un hombre que defendió la dimensión metafísica y la madurez de la cultura prehispánica. Y también recuerda las palabras que Alí Chumacero dijo cuando comparó su voz lírica con la de Nuño: “Yo llegué a una perfección; él ha llegado a varias”. Con la muerte del poeta han quedado al menos tres pendientes: la compilación de su obra traducida, la venta de su biblioteca personal en México y el homenaje nacional que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) le debe. Mientras, el autor de Calacas será siempre recordado como un poeta culto y desvergonzado, cualidades que siempre valoró en el ejercicio poético, más un puñado de poemas y el eco de una frase que ya repiten sus alumnos: “Al mal tiempo… ¡Bonifaz!”







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