Juan Carlos Mieses: “Somos siempre aquí, y ahora”
Posted in: Entrevistas
Published: February 23, 2013
FLORIANO MARTINS * [mediaisla] «Si una obra como la de Avilés Blonda o de Franklin Mieses burgos no son globalmente conocidas, siguen siendo universales en su calidad. No veo como la insularidad se pueda aplicar al intelecto».
—Sophie Mariñez observa, con respecto a tu «Desde las Islas», que se trata de “recurrencia de una obsesión, la del génesis, y el escrutinio de nuestra identidad y como nación”, lo que daría a tu poesía una connotación bíblica, supongo. ¿De dónde vienen esas obsesiones?
—Yo no hablaría de obsesión, sino de preocupación. La búsqueda de los orígenes es una inquietud legítima y natural en todo ser humano, y como intelectual nos adentra en el de la creación, la evolución y la definición misma de la vida. La Historia funciona como un espejo temporal de las sociedades; interesarse en ese espejo, mirarse en él, es una forma de buscar la comprensión de lo que somos, como individuos y como grupo social. Desde las Islas es una reflexión en torno a esas interrogantes, hecha desde un lugar específico: el mar Caribe, porque no sólo “somos” en el tiempo sino también en el espacio. Quiero aclarar que no estoy definiendo esa obra, sino compartiendo una faceta de su génesis. Por otra parte, es difícil dejar de navegar por las aguas bíblicas cuando se tratan como la Creación o el Apocalipsis (Urbi et Orbi), la saga de un que también fuera , su paso por la historia, su conciencia de ser (Flagellum Dei), o el nacimiento de un nuevo concepto del Yo, (Desde las Islas).
—En tu biografía acumulas premios importantes (Siboney, Pedro Henríquez Ureña y reciente Nicolás Guillén, de UNEAC, Cuba). En tanto, me espanta que algunos poetas dominicanos, que habitualmente se dedican al de la poesía en tu país, por ejemplo de Víctor Villegas, Andrés L. Mateo y José Mármol, no mencionen tu presencia en las revisiones que hacen de los innúmeros desdoblamientos estéticos de la poesía dominicana a lo largo del siglo. Esto me parece crea una cierta condición de marginalización de una poética. ¿Cómo observas esa ausencia?
—Mi literatura, a excepción quizás de Urbi et Orbi que obtuvo cierta atención de la crítica (No así su edición bilingüe en Francia que fue, en mi país, un no-acontecimiento), ha sido ignorada por críticos, intelectuales y organismos culturales. Flagellum Dei, a pesar de ser Premio Siboney, no mereció un solo comentario, una sola crítica, ni buena, ni mala; lo mismo pasó con Aquí, el Edén y et Decorum est…. A Gaia (Premio Pedro Henríquez Ureña), le fue peor: misteriosamente fue censurado, y su distribución bloqueada, y nadie, salvo unos cuantos lectores, gracias a los ejemplares que me correspondían, ha tenido a él; igualmente, de los críticos fue total. En cuanto a Desde las Islas, no recibí ningún reconocimiento de mi país, ni de organismos culturales privados u oficiales, a pesar de ganado un importante premio internacional. Me gusta pensar que una excesiva privacidad, una posición ideológica a contracorriente, un alejamiento físico del territorio nacional y una casi total ausencia de foros, peñas, reuniones, , discusiones, , cofradías, programas de televisión y de grupos en general, me han en cierta manera marginado y que esa ausencia la ha pagado, injustamente, mi obra. También puede ser que mucha gente no entienda o no acepte un recorrido intelectual diferente, o que simplemente a la mayoría no le guste lo que hago, o lo considere sin interés, ¿por qué no? Creo que es a los críticos, en última instancia, a quienes les toca responder esa pregunta, y a mí, escribir mi obra, lo que precisamente hago cada día.
—El tema me recuerda una idea de la manipulación del tiempo, el aislamiento de los hechos en una especie de instantánea —aquí recurriendo a la socióloga Catalina Darbo-Peschanski— que concibe el tiempo como un lugar de conflicto de intereses. Creo que es, no sólo por lo que se señaló anteriormente, pero también movido por su propio interés en la historia, ya sea poesía o dramaturgia. ¿Qué piensas al respecto?
—El paso del tiempo me intriga. Si para el intelecto el pasado funciona como herencia palpable, dinámica; algo que podemos medir, observar, manipular… para la conciencia de un individuo es sólo una realidad probable, tan presente como cualquier otro hecho-recuerdo, ajeno o personal, del que tengamos experiencia. Todo hecho histórico está tan cerca de mí como el día de ayer, o la paloma que acaba justo de pasar cerca de la ventana. Como me interesa la vida me interesa la historia. Toda nuestra experiencia, todo el bagaje de hechos y conocimientos se inscriben en él, a excepción de nuestra íntima cognición de ser, ese incesante transcurrir que dura lo que dura nuestra existencia. Mi interés en Atila (Flagellum Dei), en Pedro Santana (Dulce et Decorum) o en Nicolás de Ovando (La Cruz y el Cetro) no es sólo histórico; es humano. Son personajes que funcionan como arquetipos y me ayudan a mostrar aspectos comunes a todos nosotros.
—Rómulo Pianacci, al escribir sobre García Lorca, evoca la presencia de Shakespeare y menciona un posible paralelismo entre ambos: “llegan a la madurez trágica luego de haber pasado por la etapa juvenil sin aferrarse al drama histórico, la comedia de costumbres el mero entretenimiento”. Una vez aceptado este paralelismo, ¿cómo situar tu experiencia dramatúrgica en tal contexto?
—Los géneros pueden ser una manera conveniente de clasificar las obras literarias, pero cuando se trata de crear, los considero como estructuras útiles a mi disposición. Independientemente de sus exigencias técnicas, permiten soluciones diferentes, elecciones posibles para los distintos enfoques y soluciones de escritura. He frecuentado algunos, entre ellos la canción dramática, el texto para multitudes, la frase comercial, el cuento infantil, el discurso y el teatro. Me ruboriza que los ejemplos que antepones sean tan ilustres, pero para el caso es lo mismo. El contacto con el drama permite tomar conciencia del efecto dramático de la palabra, su inmediatez y su calidad no-definitiva (es común realizar cambios en los parlamentos hasta momentos antes de la función). Además está el factor “voz.” En el teatro, la palabra deja de ser una sugerencia y se convierte en algo material, algo capaz de golpear. El Otro, el lector, en ese caso el público, está siempre presente y te recuerda el aspecto manipulador de la palabra, sus mecanismos de influencia. El texto teatral, es un entrenamiento eficaz para aprender a calibrar los utensilios de un escritor.
—Acostumbras decir que descubriste la poesía con Rubén Darío. ¿Hasta qué punto Darío fue percibido, en su tiempo, en tu país? Explícanos un poco como lo fueron las relaciones entre España y la República Dominicana durante los siglos XIX y XX, y cómo se refleja en tu país el rechazo al Modernismo mencionado por varios historiadores.
—Sin duda, el fenómeno Modernista representó una revolución literaria en mi país. Sirvió de puente entre una renaciente y atrevida poética francesa representada por Verlaine, y la poesía complaciente y respetuosa de la tradición que sobrevivía penosamente en nuestro medio. No soy un historiador ni nada parecido, sólo puedo hablar en términos personales. La primera vez que entré en contacto con el Modernismo tenía quince años y era sólo un lector de poesía, pero ya me daba cuenta de que si pretendía escribir debía encontrar mi propia voz, ya que Rubén Darío había creado un universo del cual era él el centro, y ese universo era cerrado. Lo que le debo a Darío es el placer de la palabra precisa, el sentido de una escritura sonriente, la visión del verbo como sortilegio, la magia sencilla “hecha con las cosas de todos los días…” y esa íntima convicción de que la palabra es un vínculo prodigioso entre lo cotidiano y el misterio. Creo, por demás, que ese descubrimiento pudo haber sucedido con Whitman, con Borges, o con Prevert. El azar quiso que fuera Darío.
—Estás de acuerdo que la entrada de la modernidad, en el caso dominicano, se daría solamente con la poesía sorprendida y no con el Postumismo? Aunque no me gusta hablar mucho de las influencias, me doy cuenta de que, al menos a través de Franklin Mieses Burgos, existe un posible vínculo entre tu poesía y la tradición poética renovada a partir de la poesía sorprendida. ¿Te molesta este vínculo? ¿Cómo medir la influencia surrealista en ambos casos?
—La poesía sorprendida refleja un conjunto de corrientes de pensamiento en plena ebullición, en su momento; la búsqueda de un nuevo concepto de libertad con ecos freudianos y tintes surrealistas, la violación de las fronteras del verso, de sus múltiples límites; la liberación, un tanto tardía, frente a un Modernismo avasallante en sus melodías, la búsqueda de una voz acorde con un mundo en pleno cambio… Le debo mucho a Franklin Mieses Burgos, a su persona, a su amistad, a sus palabras de aliento, y también a su poesía, sobre todo a su concepto del ritmo interno del verso, y me enaltecería cualquier relación que algún crítico travieso encontrara. En este punto debo señalar que para Don Pedro Troncoso Sánchez, (a propósito deUrbi et Orbi) mi poesía se inscribía más bien dentro de una tradición postumista. En cuanto al Postumismo de Moreno Jiménez, siempre lo he considerado, más que un fenómeno coyuntural, el renacimiento de una poesía universal, libre en su rigor y sencilla en su profundidad, que podemos encontrar en otros como Virgilio o Whitman.
—¿Cuáles implicaciones tuvieron en tu trabajo tus residencias fuera de República Dominicana? ¿De qué manera la experiencia del exilio define o consolida una poética? Además, ¿de qué manera la poesía dominicana consigue extrapolar los límites geográficos que la definen? Si acaso hay un aislamiento, ¿qué lo define? ¿Y cómo detectar las relaciones entre ese aislamiento y una corriente de pensamiento que se conoce como “pesimismo dominicano”?
—Viajar me ha permitido visitar universos intemporales. Cuando nos desplazamos no sólo lo hacemos en la Geografía, sino también en la Historia, en la dimensión lingüística, en la diversidad cultural, en el espacio vital del Otro. También nos alejamos de lo que hasta ese momento era nuestro pequeño mundo personal y curiosamente es entonces cuando lo vemos con ojos nuevos. Cuando el Hombre llegó a la luna por primera vez, lo primero que se presentó a sus ojos asombrados, girando en el espacio como un azul y esférico milagro, fue ese gran planeta que era su hogar, la Tierra. Los viajes más enriquecedores se realizan a través del lenguaje. La geografía es una fuente de experiencias sensuales generadoras de reflexiones diversas, pero es la lengua la que te hace viajar por el espíritu de las civilizaciones. Aprendí francés en mi adolescencia porque quería leer a Verlaine en su lengua original. Junto a Verlaine me esperaba toda una dimensión de pensamiento, una manera diferente de ver y de expresar el hombre y su entorno, de apreciar la palabra. La lengua inglesa tiene paisajes más arrobadores que las Montañas Rocosas o la costa del Pacífico. Lo mismo es válido para todas las lenguas y las culturas. Hay, sin duda, una relación entre la experiencia personal del exilio y la producción poética pero no es algo que yo intentaría establecer.
Por otra parte, no pienso que la poesía dominicana sea definida por límites geográficos. Las ediciones, la distribución, su difusión, quizá; pero no la poética. Si una obra como la de Avilés Blonda o de Franklin Mieses burgos no son globalmente conocidas, siguen siendo universales en su calidad. No veo como la insularidad se pueda aplicar al intelecto.
—Esa idea, de tu interés “en las posibilidades rítmicas del lenguaje y el poder de sugerencia de las palabras”, según la observación crítica de José Alcántara Almánzar, ¿de que manera abordas la escritura de tus libros? ¿Cómo enfrentas el desafío de la escritura poética?
—Cada uno de mis libros ha tenido puntos de partida diferentes que me han empujado, cada vez, a reinventar mi poesía. Creo que lo mismo sucede con los demás poetas. Lo que afirma Alcántara Almánzar se aplica a toda poesía verdadera porque en ella las palabras adquieren valores inéditos en sus connotaciones, en sus resonancias a través del paisaje lingüístico, en las curvas melódicas de las frases, en su riqueza sintáctica y en su tesoro de imágenes, movimientos y referencias de todo tipo, ya que la poesía cuando dice, sugiere; cuando nombra, bautiza; cuando señala, descubre; cuando muestra, asombra como los magos; cuando habla, canta; cuando se asoma, renace cada vez como manantiales de Heráclito. Nunca he tenido la impresión de enfrentar un desafío al escribir un poema, sino más bien, de ir en busca de un acertijo. No se trata de comunicar con otro ser humano, lo que en sí es ya difícil, sino de dejarle ver una parte de la realidad con nuestros ojos, de dejarle sentir el mundo con nuestra intimidad, prestada durante la lectura. Mi escritura, en sí misma, se alimenta de elementos que yo llamo “elemento orbital” porque es a su alrededor que gira y nace la totalidad del texto; puede ser una frase como en el caso de Gaia (Un verso del poeta sueco Eric Lindegren), puede ser una melodía, como en Flagellum Dei (Carmina Burana de Orff), o la imagen múltiple de una ciudad (Aquí, el Edén). Pero como en la música, son los silencios, que la conforman en última instancia; detrás de las palabras, de los ritmos, de las denotaciones y de los temas se esconden sus diversos sentidos y sus verdades. ¿No es acaso lo mismo para todas las cosas de este mundo?
—Antonio Leal menciona esa condiçió de cronista de una época cuyas referencias geográficas principales las encontramos en Derek Walcott, Saint-John Perse y Aimé Cesaire, ¿de que manera te relacionas con ese entendimiento de la poesía como canto de un lugar?
—Somos siempre aquí, y ahora. No nos podemos sustraer a un lugar, a una ubicación. Aunque un poeta, un escritor, no busque en forma voluntaria convertir su quehacer en la voz de un lugar, invariablemente su discurso tendrá resonancias locales. Su visión partirá, por más universal que sea el mensaje, de un punto de visión específico, aun así, podrá encontrar la totalidad en cualquier detalle de su entorno. Quizá era lo que pretendía decir Borges al afirmar: sólo hay un hombre. Es a partir de una porción del mundo, (la que sentimos que nos pertenece, o más bien que pertenecemos a ella), que entendemos, imaginamos y construimos todo lo demás. En algún lugar, para cada uno de nosotros, la estrella polar está a su perfecta altura, el barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Ese lugar nos acompaña siempre, nos da el sentido del orden, de la pertenencia, y se refleja, de una u otra manera, en nuestra poesía.
—Me interesa mucho esa sugerencia tuya de un “maniqueísmo perfecto” evocando una correlación entre Drácula y Cristo. ¿Podrías hablar un poco al respecto?
—Los últimos veinte siglos, la zona de influencia cada vez más amplia de las renovadas ruinas del Imperio Romano, se ha visto definida por un fenómeno cultural sin paralelo en la historia: el cristianismo. Sus conceptos de individualidad, de libertad, de igualdad, de bondad, de dicha, de redención, de promesa de vida después de la muerte, han sido el fundamento de la llamada civilización occidental y de sus hechos más significativos. Cristo es la representación humana de esta civilización. Más que un hombre, solía decir Avilés Blonda, es un estado espiritual. Es normal que tal paradigma tenga su sombra, su anticristo. Si en la religión es la Bestia, en la literatura, en mi opinión, es Drácula. Yo no sé si Stoker estaba consciente de ello cuando creó al personaje, pero no tengo la menor duda de que la fuerza de su vampiro y su influencia en el inconsciente colectivo proviene de esa relación. Todo los une y los separa al mismo tiempo. Las promesas de eternidad, que en ambos requieren el paso por una misma puerta: la muerte; el vínculo de la sangre, que en uno es un ritual divino para la supervivencia del alma y en el otro una perversa necesidad del cuerpo; el uno es la luz, el otro la oscuridad; hacedores de milagros, uno camina sobre las aguas, otro vuela con alas bestiales, a uno lo anuncian ángeles y reyes, al otro los orates y las ratas; uno asciende hacia el cielo, otro baja a las profundidades de la tierra en las noches; a uno lo señalan las estrellas, al otro las tormentas; uno es el cordero y el otro el lobo; uno promete la vida eterna y otro sólo una no-muerte sin final. No es de asombrarse que el Conde Drácula, sobreviva las edades y las modas. Una acotación: he notado que la descripción de las facciones del Conde contiene los mismos rasgos que se le prestan al rey Atila, percibido en la imaginación popular, víctima aún de la propaganda del imperio, como un anti-cristo capaz de volver estéril la tierra con sólo pasar sobre ella. | fm, fortalez, brasil agulha.floriano@gmail.com
* La presente entrevista, publicada en un libro con circulación en algunos países de América Latina, ha sido cedida de manera exclusiva para esta publiación.
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