¿Escribir?
Posted in: Visiones
Published: February 23, 2013
Escribir —en forma creadora— resultará siempre, y en más de algún sentido, transgredir. En primer lugar, al silencio (el “abismo de la en blanco” suele ser la barrera inicial), sin enfrentar al cual no hay voz posible. Y luego, por lo menos, también a esa entelequia cristalizada que dormita en los diccionarios. Ya que escribir es despertar las palabras, volverlas lengua y cuerpo desde su limbo de pretendida (in)definición, contaminarlas con los hedores y los fervores de la vida. Pero también, de manera no menos insoslayable (y, lo que es tan maravilloso como terrible, al mismo tiempo), escribir es de algún modo pactar, y hasta transar. Pactar con el lenguaje que nos precede, nos supera y nos envuelve, dejarse llevar por él y por lo que él arrastra: muertos nuestros y de otros, familiares y especie, voces perdidas y lugares comunes, la misma hirviente marea de lo humano.
Y siendo la poesía —por supuesto mucho más que un género— la forma más creadora de escribir, a ella también le tocará entonces transgredir, pactar, transar: antinomias complementarias de las que se alimenta su propia dialéctica, y que no son diferentes a las que mueven también (¿podía ser de otro modo?) a la vida misma.
Por aquellos felices tiempos presocráticos —de los que siempre el inmenso Heráclito, pero también Empédocles, Parménides, Demócrito o Zenón, por ejemplo, y sin olvidar al primer sofista: Protágoras, serán resplandeciente paradigma— en que aún no se había dividido a la y la poesía como dos compartimientos estancos, separados, con dominios distintos y casi impenetrables entre sí, tampoco podría haberse asumido esa escisión, como desdichadamente después llegó a ocurrir, “profesionalmente”. El logosgriego era al mismo tiempo palabra, verdad y realidad, y no se limita ni se parcializa sino que por el contrario se abre, se expande, se mantiene disponible (conservándose uno) para la diversidad, para el cambio.
Algo de eso hubo en la forma parábola elegida por Cristo y, para otras religiones, en los textos jasídicos o sufíes, sin que se pueda aquí olvidar en absoluto al zen. La idea o su razonamiento no suelen ser presentados en forma discursiva, lineal, pretendidamente descriptiva, sino que se encarnan en la mismísima llama del lenguaje vivo, como una evidencia y no como una disquisición. Perspectiva acerca de la cual las investigaciones sobre el lenguaje fueron trayendo, en los mejores casos, un sorprendente, casi inesperado aporte. Aquella escisión de que hablábamos se mantiene como una herida abierta a todo lo largo del derrotero de la occidental. E intentó —y logró— ser soldada una y otra vez por las grandes individualidades o los grandes movimientos de la mejor poesía.
Maurice Merleau-Ponty, uno de los más lúcidos pensadores europeos del siglo XX, supo decir: “El filósofo se reconoce en que tiene inseparablemente el gusto de la evidencia y el sentido de la ambigüedad”. Si sustituimos la palabra filósofo por la de poeta (y es a esa clase de filósofos a los que precisamente se refiere), no imagino definición más tajante ni más límpida de la función del poeta: precisión y ambigüedad.
Braceando sobre los abismos de la marejada , el lenguaje humano es acaso consciente de que no es posible ya, ante tanto naufragio, intentar apenas decir sino casi milagrosamente ser, incluso por un instante. No otra fue la ambición de la más auténtica poesía, en rigor de todo el más auténtico moderno. Especialmente a partir del indeleble adolescente Arthur Rimbaud.
del fracaso de nuestra condición, pero a la vez prueba irrefutable de su presencia —así sea fugaz, como vimos— en el mundo, quizá no sean los hombres quienes hablan sino ese mar orgánico y fecundísimo del gran lenguaje humano, hecho de todos los lenguajes, de todas las civilizaciones y de todos los muertos, vida misma en sí, lengua viva inmortal mientras la humanidad exista, y que (aunque nunca dejará de merecerlo) sería irrisorio pretender evaluar apenas como literatura. A ese nivel, la poesía sólo encuentra —y sólo ofrece— preguntas. Nada más. Nada menos. | ra, santa fe, argentina rodolfoalonso2002@yahoo.com.ar
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