Erick JafeetErick Jafeet
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Kafka
en la obra de Ricardo PigliaKafka en la obra de Ricardo Piglia |
Foto: Susanna Sáez
Los escritos kafkianos tuvieron su origen en pesadillas
José Rafael Hernández
José Rafael Hernández
Suponer a Ricardo Piglia como único gran lector de Kafka sería reducirlo a un obseso de la obra del checo, lo mismo que ensalzarlo por encima de agudos lectores. Quienes han leído la obra de Piglia podrán sostener que el escritor argentino, que ha erigido con maestría variaciones de leer la lectura, ha sido un lector trascendente de Kafka. No es para menos tal afirmación dado que parte sustancial del contenido de su obra, cuyo personaje principal es la lectura, atiende escrupulosamente a Kafka. ¿En quién si no en este enigmático y camaleónico escritor podría febrilmente interesarse un explorador que urde sus expediciones lecturales más arriesgadas y ambiciosas en pos del Descubrimiento? Desde que capturó que “saber leer es saber asociar”, no pudo resistirse a andar, desandar y volver a andar por las simas, los relieves y entrelíneas de la escritura y de la vida kafkianas. Voy a considerar únicamente dos obras, Respiración artificial (1980) y El último lector (2005).
En esta última se da cuenta que Kafka descubrió un nuevo modo de leer. ¿Quién si no Piglia podía hacerlo, del mismo modo que Borges leyó la filosofía como literatura fantástica, o como Pitol soñó la realidad? Esa innovación de leer estriba en que la literatura le da forma a la experiencia vivida, la constituye como tal y la anticipa, dice Piglia; enseguida añade que Kafka busca la realidad que pudo haberse depositado en el texto. En lugar de una interpretación, tenemos el relato de lo que está por venir; además, allí encuentra Piglia la justificación del Diario y de que sea un gran escritor de cartas: sólo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito; escribe para que el otro lea el sentido nuevo que la narración ha producido en lo que ya se ha vivido, respectivamente. Piglia concluye que esa es la lección que debemos extraer para leer la literatura de Kafka. Todo ello proveniente de una correlación secreta que debemos reconstruir, dice, y que cree que no ha sido analizada.
En su descubrimiento de 1980, Tardewski, personaje de la novela, espía los andares de un Hitler desertor del ejército, refugiado en Praga y frecuente visitante del café Arcos, lo que devino hipotético encuentro con Kafka. Si las pistas-pruebas que absorbe y revela son fidedignas (alusivas anotaciones en el Diario y una supuesta carta a su amigo Brod) estamos hablando de que el nazi halló, como señala Piglia, al que sabe oír. Otros, como Esther Cohen (narradores de Auschwitz), han leído que el escritor de Praga ora fue precursor de Hitler, ora vaticinó el Holocausto o prefiguró con sus relatos los campos de concentración. Lo que lee Tardewski es a un Hitler precursor de Kafka; dice que el nazi narró a Kafka la utopía atroz de un mundo convertido en una inmensa colonia penitenciaria. Luego advierte que el genio de Kafka reside en haber comprendido que si esas palabras podían ser dichas, entonces podían ser realizadas.
Leamos, en El último lector, la clave de Kafka: primero establece un enlace enigmático y luego encuentra sentido. La correlación de la que Piglia hablaba, y explica con la interpretación ulterior que hace Kafka de “La condena” –el relato está ligado a Felice, pero el propio Kafka desconoce la razón, la extraña conexión se aclarará meses después– y con un poema chino que envía a Felice, del cual Piglia supone que con la intención de atraerla, prevenirla o bien para anunciarle lo que está por venir. Advierte, además, lo consciente que Kafka era de los distintos pasos y transformaciones de la escritura; ya no sólo porque lo refiere con respecto al proceso de pasar a la máquina de escribir los manuscritos, sino del destino de tal escritura. Este descubrimiento de Piglia, un Kafka que escribe desconociendo las causas que impelen tal escritura (aunque después las halle: “La condena” y el poema chino), lo hace desde la conciencia del devenir de sus palabras. En Respiración artificial esta consciencia adquiere un tinte siniestro, puesto que lee y escribe a un Kafka pensando que es posible que los proyectos imposibles y atroces del nazi lleguen a cumplirse y que el mundo se transforme en eso que las palabras estaban construyendo.
¿Kafka, judío, escuchando, creyendo, entre aterrado y fascinado a un hombrecillo ridículo y famélico, como lo llama Piglia, y luego empecinado en transcribir todo aquello como una suerte de designio? Aquí no cabe contemplar lo que enseña Piglia: después de la escritura se revela el sentido; por el contrario, Kafka luce como una especie de copista de Hitler. ¿Origen de El proceso? En esta obra, dice Tardewski, Kafka supo ver hasta en el detalle más preciso cómo se acumulaba el horror. Guillermo Sánchez Trujillo, en El crimen de Kafka, señala a éste como un plagiario deCrimen y castigo, de Dostoievsky, para la creación de El proceso. Marthe Robert arguye que se debe a la ruptura de su compromiso matrimonial con Felice. Si bien no hay certeza, Reiner Stach concluye: El proceso, de Kafka, es un monstruo.
Kafka es un monstruo o encarna una inmensa Inocencia. ¿Un hombre destructivo, consciente de que escribía al servicio ulterior de la muerte masiva; siendo judío, un hombre más demencial que Adolf? Y esto no nos lo dice Tardewski, ni Renzi, ni Piglia incluso tras resaltar que Kafka le cree al nazi y que Kafka hace en su ficción, antes que Hitler, lo que Hitler le dijo que iba a hacer. Entonces, dado que el mismo Franz aseguró a Brod que todo lo que había representado iba a ocurrir verdaderamente, ¿la imaginación de Hitler y la escritura de Kafka; escribió Kafka y lo implementó Hitler? Hitler quemó la obra de Kafka.
¿Qué es lo que realmente ha leído Piglia en Kafka? De éste, en otro párrafo de El último lector, se lee que su metáfora es la guerra, la vida militar. Que la guerra le sirve para describir su relación con la literatura. No obstante que Piglia circunscribe al lenguaje tal supuesto, no sé cómo leerlo.
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