Aquel que conmigo va
viste, algo más pulcro, mis propios trajes,
se detiene en las mismas aceras
y tiene la misma fingida sonrisa
a primera hora de la mañana.
Aquel que conmigo va
es, cosa fácil, unos centímetros más alto,
saluda cortésmente a las transeúntes
y desaprueba, con homérico desdén,
cuanto escribo sobre mi hombro.
Pero aquel que conmigo va
nunca está contigo a solas, creo,
ni conoce aquellos lugares recónditos
que exhibes feraz cuando me regresas.
Aquel, como un fantasma,
aguarda discreto en algún rincón oscuro
seguro de sí y de su victoria,
mientras gozo por unas horas
del dulce placer de la derrota.
(El otro)
No hay comentarios:
Publicar un comentario