Reseña: El vergel amurallado
Por: Adrián Curiel Rivera
La torre y el jardín (Océano, 2012), la novela más reciente de Alberto Chimal, es un texto desconcertante que resiste cualquier encasillamiento y no deja indiferente a quien acepta internarse en sus páginas. Y digo desconcertante en el mejor de los sentidos. No se inscribe en la tradición narrativa nacional ni en ninguna corriente estética reconocible, pese a los numerosos guiños literarios y cinematográficos fáciles de identificar. Alguno como la cita expresa al marqués de Sade en la dedicatoria, y muchos otros procedentes de la literatura fantástica y de la ciencia ficción. No obstante, el largo colmillo retorcido de Chimal impide que este corpusintertextual derive en mero pastiche. Por el contrario, se apropia de él de un modo extraño y original, lo carga de significaciones insospechadas dentro de una obra que es por completo otra. Es una verdad conocida, y confirmada en las redes, que Alberto Chimal no se conforma con crear brillantes historias sino que también fabrica a sus lectores (algún crítico ha tildado de zombis a quienes lo leemos). No creo que La torre y el jardín esté destinada a ser una novela de recepción masiva, pues su lectura exige un esfuerzo a la altura de su trama elaborada y de la compleja estructura. En cualquier caso, se trata de un libro ambicioso e imaginativo, abierto a un rico repertorio de interpretaciones.
La torre y el jardín relata lo que sucede en el Brincadero, un paradójico burdel donde lo único que el cliente no hallará serán furcias o prostitutos. En cambio, podrá dar rienda suelta a sus perversiones y fantasías zoofílicas más oscuras. El Brincadero no delata a simple vista su particularidad. Se asienta en un edificio insulso parecido a muchas otras construcciones de la ciudad de Morosa (espacio ficticio pero enclavado en México). Por dentro, sin embargo, adquiere proporciones variables que escapan a las leyes de la física. Cada piso está integrado por diversas celdas que se abren al conjuro de los versos del libro azul, claves mágicas en poder de la administradora Isabel García. Las habitaciones se adaptan como escenarios ad hoc dependiendo del gusto de los visitantes y de las características de los animales instrumentos de placer. En ellas se despliega un atrezo que incluye utensilios comunes y sofisticados aparatos de tortura.
Entre los clientes se encuentran dos desconocidos: Francisco Molinar y Horacio Kustos, ubicados en cuartos limítrofes. De su conversación a través de la pared se infiere que su propósito coincidente, lejos de saciarse con un variopinto catálogo de bestias, es hallar el jardín que yace oculto en algún sitio de esa torre de concreto. Sus motivaciones son distintas. Molinar, un proctólogo rollizo, necesita exorcizar un trauma de infancia. A Kustos, reportero profesional y viajero de vocación, lo impulsa una curiosidad irresistible. Ha intentado engañar a Constantino Júnior y Edith Barba, siniestros moradores de la torre, para que lo conduzcan al dichoso parterre. Pero su estratagema fracasa y lo llevan a un falso jardín de paneles de metal donde se desarrolla un macabro experimento con animales mecanizados. En un juego de temporalidades, Kustos aparece al principio de la novela vestido con un overol blanco y botas, el traje que le han obligado a vestir (se revela más adelante) al ingresar en el huerto apócrifo, antes de que lo descubran y lo confinen en una cámara junto a Molinar. Allí, luego de un rato de charla, Kustos rompe la pared de utilería que los separa. Salen por el cuarto de Molinar y comienzan sus delirantes andanzas en pos del jardín a lo largo de corredores idénticos que se desdoblan e imbrican, dentro de ascensores que no tienen botones y aparecen y reaparecen en medio de apagones repentinos. Deambulan por pisos que tiemblan, descienden por una escalera de servicio que se abisma en las entrañas de la tierra. Chimal actualiza eficazmente recursos del teatro del absurdo por medio de diálogos desopilantes y ágiles. Los espontáneos amigos irán entendiendo que al edificio lo gobierna un temperamental cerebro electrónico. En su procesión laberíntica conocerán a una cicerone, la rusa Nata, y entrarán en contacto con otros clientes grotescos. Sabrán también del nefando proyecto de Constantino padre. Por fin Isabel se reunirá con ellos y accederá a llevarlos al verdadero jardín, un espacio adánico y cálidamente iluminado que anida en los cimientos. En él acechan manadas de protoanimales y una neoraza de hombres.
Quizá el aspecto más sorprendente de La torre y el jardín radique en la afortunada compaginación de una situación en esencia estática, el peregrinaje casi a ciegas de Molinar y Kustos por el interior del Brincadero, con una cascada de historias que van ocurriendo dentro y fuera de ese contexto. La novela no descarta la crítica social ni el humor y plantea diversos dilemas morales. Ingredientes que dan la tónica de ese insólito vergel amurallado que nos entrega Chimal. Prostíbulo de engañosas paredes, sinécdoque del mundo.
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