domingo, 16 de febrero de 2014

CARTA SOBRE UNA LITERATURA PERIFÉRICA, Simona Sora


Maria-Simona Constantinescu-Sora
Carta sobre una literatura periférica
Simona Sora

Estimado Hugo:
Mi primer contacto con el México real se superpone, hasta el punto de identificarse, con su rostro. La extrañeza que una rumana recién aterrizada en Guadalajara hubiera podido sentir fue apaciguada desde el primer día, no sólo por el empático elogio con el que usted obsequió a la literatura rumana –de la cual es un gran conocedor– sino también por sus recuerdos llenos de cariño sobre el Delta del Danubio, Sighisoara y los insólitos monasterios del norte de Bucovina.

A la hora de despedirnos, me sugirió –tras haber hablado durante unos días, en el jurado del Premio FILde Guadalajara, especialmente sobre literaturas y escritores– que trazara un breve panorama de la literatura rumana de hoy en día, presentando algunos escritores representativos del momento: un poeta, un prosista y un ensayista. Su experto en “literaturas periféricas” (es decir, pequeñas y con un público inevitablemente restringido desde el punto de vista numérico) le había hecho saber que, ciertamente, algo se mueve en la literatura rumana. ¿Cómo podría contarle yo a usted, fino conocedor, en qué estado está la literatura rumana? ¿Usted, que me habló, desde el interior de la misma, de Sadoveanu, Caragiale, Marin Sorescu o Eugen Jebeleanu? Usted, que hablándome un día sobre México, aludía de hecho a la Rumanía del presente: “Vivimos tiempos trágicos, en un país asfixiado por la mentira, la manipulación, la violencia patológicamente cruel, la pobreza de las mayorías y el crecimiento, propiciado por el modelo neoliberal, de la extrema miseria, ésa que tiene como panorama terrible la propia miseria.” Las huellas de aquellos tiempos las descubrimos en la literatura rumana de hoy en día.


Hace poco, al recibir el Premio Nobel de Literatura, Herta Müller, una maravillosa escritora en alemán, oriunda de Rumanía, evocaba con plasticidad su impotencia al tratar de deslindar la vida de la escritura: “Yo no hago una diferencia entre la estética y el resto de la vida. Tal vez otros tengan más aposentos: en uno guardan su catadura moral, en el aposento contiguo, el abrigo estético. Yo lo único que tengo es un armarito, bastante pequeño, y todo está en el mismo sitio. Yo no puedo ponerme hoy algo estético y mañana algo moral. No sé cómo se lleva a cabo la diferencia. Nunca lo he sabido.”

Yo no puedo hacer, estimado Hugo, la diferencia entre la literatura y la vida –ni siquiera cuando escribo prosa–, ni siquiera ahora, mientras trato de esbozar, con este criterio vital, un brevísimo panorama de la literatura rumana contemporánea.

sin duda, un recorrido a vista de pájaro por la poesía rumana contemporánea supone detenerse en los poetas del “grupo de Bistriţa” (una ciudad de Transilvania que seguramente usted habrá visitado cuando era embajador de México en Bucarest): Dan Coman, Marin Malaicu-Hondrari, Ana Dragu y Florin Partene. Y ningún otro panorama poético de la generación literaria más joven estaría completo sin hacer referencia a los insólitos poemas vitales de Claudiu Komartin, V. Leac, Doina Ioanid, Robert Serban, Dan Sociu, Elena Vladareanu, Bogdan-Alexandru Stanescu, Stefan Manasia o Radu Vancu. Demorarse en Radu Vancu –uno de los poetas más personales de la nueva generación– se debe a que, a lo largo de la última década, ha representado la conciencia poética de esta inusual hornada literaria. Discípulo de M. Ivanescu, gran poeta y traductor rumano, Radu Vancu vive en Sibiu, otra población transilvana, imparte literatura en la universidad y escribe como un verdadero “maestro” de la crueldad. Su poesía es una continua autoflagelación que alcanza (con cada libro, desde su primer volumen, Epístolas para Camelia, pasando por la Biografía literaria,Sebastián en el sueño o el más reciente, La soga florecida) la perfección de unharakiri. Su huella poética es, en realidad, esa mezcla de crueldad, exactitud poética e intertexto literario, heredado de los escritores rumanos de los años ochenta (Mircea Cartarescu, Traian T. Cosovei o Alexandru Musina).

En el último volumen publicado por Radu Vancu, La soga florecida –un libro extraordinario que ha provocado en mí una vibración profunda–, figura el retrato de M. Ivanescu. Se trata de un retrato “desde el interior”, realizado con amor y talento, a través del cual M. Ivanescu llega a ser, después de su muerte, partícipe de la biografía de Radu Vancu. Se trata de un retrato de familia, en el que el poeta, apenas presente en otros libros a través de un puñado de alusiones poéticas, sin duda se hubiera reconocido:
lo que decía el anciano maestro era maravilloso y triste como sus antiguos poemas, en cambio la voz ya no era su voz de antaño, desenvuelta, como de fast-forward, igual que su caminar por la calle, leyendo. Caminaba a mucha velocidad llevando el libro delante, como un Charlot a quien un Magritte libresco le hubiera colocado a la altura de la cabeza un libro y no una manzana. Aquella voz ya se había convertido en recuerdo; un recuerdo era también el joven que llevaba mi nombre y escuchaba durante horas, derrumbado por la fascinación que sentía por el viejo maestro sentado en un sillón, con la cabeza inclinada hacia atrás, mirando directamente hacia la luz de la lámpara, con los ojos inmensos, agrandados casi de forma caricaturesca por las lentillas-telescopio, y quién sabe en qué abismos astrales rebuscaba, mientras que, por delicadeza, fingía estar a tu lado.
Querido Hugo, estos versos me recuerdan un poema, “Acerca del tiempo”, que forma parte del volumen que usted publicó, Los pasos del peregrino: “Mi corazón/ tu corazón/ dos voces/ en un tiempo de olvido/. Deshabitados en el sueño/ tus pasos y los míos.”

si del archipiélago poético contemporáneo de Rumanía, estimado Hugo, me ha resultado tan difícil elegir un poeta, la tarea de hacer lo mismo con la prosa me resulta imposible. Tal vez porque los prosistas rumanos tienen un aire minimalista y realista compartido igualmente por la “nueva ola” de la cinematografía rumana premiada en Cannes y en Berlín y nominada recientemente en Hollywood, al otro lado del charco.

Este aire común no pasa únicamente por un imaginario compartido, de desinhibición y desafío, sino también por una redefinición de lo literario y de la literatura. Los autores que escriben en la Rumanía de hoy “sienten enormemente y ven monstruosamente“, como diría el clasico IL. Caragiale, al que ambos conocemos bien. Los jóvenes escritores apuestan en igual medida por la autenticidad, la parodia y la ironía, de modo que el producto resultante es de lo más variopinto. Sin embargo, como ocurre siempre en la literatura, abundan las individualidades poderosas e irreductibles a un aire de grupo: escritores más próximos a la novela nocturna centroeuropea (Filip Florian, Florina Ilis, Simona Popescu, Razvan Radulescu, Ioana Parvulescu), escritores del filón autobiográfico (Varujan Vosganian, Radu Aldulescu), escritores aficionados a lo autóctono y la recuperación (auto)irónica de la historia reciente (Lucian Dan Teodorovici, Dan Lungu, Florin Lazarescu, TO Bobe, Ruxandra Cesereanu, Radu Pavel Gheo).

Un caso realmente especial lo constituye Mircea Cartarescu, un escritor que ha cosechado múltiples premios y que ha sido extremadamente traducido (también al español), nominado al Premio Nobel y cuya trilogía, Cegador, en forma de mariposa (El ala izquierda, El cuerpo, El ala derecha), es, digan lo que digan –yo también tengo mis momentos de devaneo estético– la obra maestra del momento literario rumano.

El prosista que yo elegiría, de forma subjetiva, es Radu Pavel Gheo, con su novela¡Buenas noches, niños! Es esta la novela de los “niños del decreto” (es decir, la generación que surgió “por órdenes” de Nicolae Ceausescu, en los primeros años siguientes al Decreto 770 de 1966, que prohibía el aborto en Rumanía); esta generación, según dicen, es la que “hizo la revolución de 1989”, ahuyentó a Ceausescu y guardó, en todos sus gestos públicos y privados, cierta melancolía, quizá porque no tendría que haber venido al mundo... ¿quién sabe? Tal vez no sean más que simples historias... La novela de Radu Pavel Gheo es, sin embargo, uno de los mejores textos escritos en rumano, estructurado de forma excelente, repleto de color local y, al mismo tiempo, perfectamente traducible gracias a su humor; un libro que debería ser traducido y leído en todos los idiomas del planeta, dado que habla no solo de nuestras vidas sino, en idéntica medida, de la esencia de la literatura.

¡Buenas noches, niños! es la novela de una generación que maduró pensando en cómo evadirse de la Rumanía comunista. Escrita a través de varias voces, entretejiendo una multitud de historias sobre una pandilla de amigos desde la infancia, sobre sus destinos y también sobre la tentación de la gloria literaria y sobre el fracaso, el libro oscila entre el presente y el pasado. Tras años como migrante en Estados Unidos, el protagonista regresa a Rumanía por asuntos de negocios, a bordo de un Chevrolet Corvette color rojo, uno de sus sueños de adolescente. En su antiguo país no lo esperan sólo recuerdos luminosos y el placer de hacer gala de su prosperidad y del éxito americano, sino también las tinieblas del pasado. ¡Buenas noches, niños! representa un periplo en el tiempo y en el espacio por el lado oscuro de Los Ángeles, por los lugares de su infancia, en la aldea de sus abuelos en Banat, en otra aldea de Moldova, donde debe saldar antiguas cuentas pendientes, por el mundo literario de Iasi. Si tuviera que definirla en una sola frase, diría que estamos ante una novela madura sobre la juventud eterna.

el ensayo actual en la literatura rumana es un emblema de la Escuela de Timisoara. Muy buenos ensayistas hay igualmente en Iasi (Luca Piţu, Valeriu Gherghel, Dan Petrescu, Liviu Antonesei, Andrei Corbea), en Cluj (Ion Vartic, Marta Petreu, Sanda Cordos) o en Bucarest (Andrei Plesu, H.R. Patapievici, Andrei Oisteanu), pero la escuela de Timisoara, cuajada alrededor de la Fundación La Tercera Europa, representa la escuela ensayística más europea. Mircea Mihaieş, Cornel Ungureanu, Livius Ciocarlie, Alexandru Budac o Adriana Babeţi son algunos de esos cruzados rumanos que todavía siguen buscando el “Grial de la idea centrouropea”. Sus antologías (Europa Central. Temores, dilemas, utopías, 1997; Europa central. Memoria, paraíso, apocalipsis, 1998; o Le Banat. Un Eldorado aux confins, Université de Paris-Sorbonne, 2007) son únicos en la cultura rumana posterior a 1989.


Hugo Gutiérrez Vega, 2013.
Foto: Felipe Carrasco
Adriana Babeţi no es sólo una magnífica prosista (escribió la novela La mujer en rojo, el manifiesto del postmodernismo rumano, junto con Mircea Mihaieş y Mircea Nedelciu), sino también una de las figuras representativas del ensayo rumano contemporáneo. El dandismo. Una historia traza la historia de esta “vaga institución, igual de extraña que la del duelo” de una manera extremadamente personal, con un humor melancólico propio de un final de siglo y del imperio. Con un florete fino y agudo, la escritora esgrime la superficie (palabra clave para el héroe que “vive y muere delante de un espejo”, en palabras de Baudelaire), de historias frágiles que rozan lo fisiológico, pero que dejan entrever los albores de la modernidad. Y es que la autora parece decir: el dandismo –vocación, maldición, fenómeno histórico, mito, decandentismo– es la sexta cara de la modernidad, junto a las cinco ya teorizadas por otro gran ensayista rumano, Matei Calinescu (Cinco caras de la modernidad). A partir de unos rasgos precisos y simétricos se conforma un retrato polifacético, camaleónico y sorprendente de un tipo vital, artístico y cultural, oriundo de Dandyland, que ha marcado la historia.

A finales de 2013, Babeţi publicó Las amazonas. Un cuento, sobre el que la propia autora, un ser humano encantador que narra en un estilo único, afirma: 
“Para conquistar por fin la gran ciudadela de las amazonas y al lector, al mismo tiempo, he reunido las tropas más imponentes, con armas, escudos brillantes, prestas en cualquier momentos a embelesarte y seducirte. He preparado dos unidades de asalto. La primera tenía la misión de preparar una acometida por el amazonstyle, pues las capturas prometían mucho: cómo es el cuerpo de las guerreras, cómo estaba preparado para los enfrentamientos, de qué se alimentaban, cómo se armaban y cabalgaban, cuál era la moda en un campo de batalla, pero también cómo se travestían aquellas guerreras. En cuanto a la segunda unidad, que tenía que luchar bajo la bandera de Eros, su objetivo era fácil de adivinar. Allí mismo hubieran destacado las apasionadas historias de amor que despiertan las guerreras... Así nació Las amazonas. Un cuento.”

no sé, querido Hugo, qué impresión te causarán mis pinceladas subjetivas y fatalmente incompletas sobre una literatura que, para mí, representa el ombligo del mundo. Lo único que me absuelve es que, mientras vivía en España y estudiaba literatura hispanoamericana, el centro del mundo estaba en Hispanoamérica, y cuando vivía en Suiza el centro de mi mundo literario era la literatura francesa con su derivación francoprovenzal. Me has dicho que en cada país en el que permaneciste un tiempo escribiste un libro: uno en Washington, otro en Río de Janeiro, otros dos en Londres y Puerto Rico y cinco en Grecia. Quizás esta sea la mejor forma de volver a definir de manera vital la literatura, de estar simultáneamente, con tu propio centro incluido, en todos los demás centros, de no separar la vida de la escritura, tal como quería Herta Müller.

Desde el Bucarest que nos une, con cariño.

Radu Vancu, Mircea Cartarescu, Radu Pavel Gheo y Adriana Babeti

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