lunes, 24 de febrero de 2014

UNA FÓRMULA DEL CAOS, Jorge Herrera Velasco


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Una fórmula del
caos
Jorge Herrera Velasco

En México nos hemos acostumbrado a sobrellevar la lastimosa y pertinaz situación de inseguridad, violencia, corrupción e impunidad a la que se ha llegado. Las élites políticas y económicas nos han tendido garlitos; unas mediante sus campañas de autoelogios y otras con su televisión chatarra y el estúpido y discriminador consumismo que impulsan. Colonizando nuestras conciencias, nos insensibilizan y esclavizan.

Urge delatar los crímenes que perpetran los delincuentes, pero también los abusos de no pocos gobernantes y funcionarios que han estructurado una red nacional de corrupción e impunidad, cuya desvergüenza ha sido arropada por leyes y normatividades que los privilegian. Es indispensable actuar solidariamente y denunciar los hechos que lastiman y degradan a nuestra sociedad, ya postrada en un estado de indefensión.

Martin Niemöller fue un pastor protestante que estuvo encarcelado por el gobierno de Hitler; fue él quien escribió estas conocidas líneas: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista/ Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío/ Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista/ Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante/ Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada.”

Un texto similar sobre el avance de la violencia aquí diría: “Primero fue Chihuahua y no dije nada porque yo vivo lejos de allí, después fue Tamaulipas y no dije nada porque yo no vivo en ese estado, después fue Michoacán y no dije nada porque vivo en la Capital, después…”
Muchos pueblos han sido subyugados por su indolencia y desunión. No podemos callar quienes no hemos sido afectados directamente por la violencia; por solidaridad con las víctimas, y por nosotros mismos, hay que alzar la voz y denunciar la lacerante miseria, los abusos y la colusión de las élites, la corrupción y la impunidad.

En la edición digital del diario El Universal del 29/VII/13) se lee: “Entre 2010 y 2012 aumentó la pobreza en el país, al pasar de 52.8 millones a 53.3 millones de personas. Además, 40.7 millones de habitantes son vulnerables y podrían caer en pobreza.”, y en la página web de Forbes México del 30/XII/13), se menciona a los treinta y cinco hombres más ricos de México –¿cuántos embozados habrá?– cuyas fortunas oscilan entre 558 millones de dólares –del más “pobre”– y 73 mil millones de ya se sabe quién.

La insultante inequidad que rige en nuestro país es causada en buena medida por la legislación que favorece la creación de enormes fortunas y lacerantes miserias que matan. Hay muchas maneras de matar: pueden darte un balazo, quitarte el pan, no curarte de una enfermedad, inducirte al suicidio por el desempleo, no contar con un efectivo sistema de justicia… Pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro país. Claro que quien se siente amenazado de muerte como secuela de la miseria en que vive busca acabar con tal acoso y actúa. No encontrar una salida honesta puede hacerle actuar sin importar los medios, opción forzosa para algunos y cómoda para otros. Muchos son “lanzados” a delinquir para sobrevivir.
Hay “lanzados” dispuestos a perder la vida para lograr lo que se propongan, y también a que la pierda quien estorbe a su propósito. Esto es un riesgo, pero menor si se considera que, con frecuencia, el delito no se denuncia ante las autoridades, por desconfianza a quienes se ocupan de los procesos judiciales. En el libro Justicia inútil, de Bibiana Belsasso y Jorge Fernández, se afirma que “de 22 millones de delitos que se cometieron en el 2010, sólo el 10 por ciento se denunció, pero sólo el 2 por ciento causó el encarcelamiento de los presuntos responsables, pero también más de ochocientos de esos acusados se fugaron de las cárceles.” Desolador panorama de vulnerabilidad e indefensión ante la impunidad.
Otra amenaza a la sociedad es la constituida por no pocos funcionarios y gobernantes que abusan de los dineros públicos, cobijados por un sistema de complicidades. Uno de tantos abusos “legales”, común en los tres poderes del Estado, se realiza gracias a la facultad que les otorga la ley a los cuerpos de legisladores, magistrados y funcionarios de ciertos organismos, para asignarse el monto de sus ingresos. La élite del sector público –nuestros empleados– dispone a placer del dinero del erario sin quebrantar las leyes; esto podría llamarse “corrupción legal”, que no necesita de impunidad sino de desfachatez. Por ejemplo, Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, acaba de percibir un aguinaldo de 886 mil 910 pesos.

Sin negar que existan empresarios capaces y honestos, no sería posible que acumularan fortunas “tipo Forbes” sin contar con los privilegios “legalizados” por los gobernantes. Además de jugosas concesiones monopólicas, la élite del sector privado disfruta de regímenes fiscales cercanos a la exención tributaria. Está bien documentado que unas cuarenta empresas han arrastrado adeudos fiscales durante años, mismos que han llegado a sumar 214 mil 665 millones de pesos. Tales condenables adeudos son “legalmente” condonables, como el muy conocido caso de la condonación de 3 mil millones de impuestos a Televisa. Al respecto, el titular del Servicio de Administración Tributaria aseguró que se trata de una acción legal, pues fue determinada por el Congreso.

Los 53 millones de pobres, la riqueza concentrada y la enajenación social, son características del país que han forjado las élites a la medida de sus privilegios. Una forma matemática de expresar nuestro presente es: Corrupción + impunidad + miseria + indolencia = México violento.

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