Obedeciendo a ritmos cíclicos impredecibles, a veces generacionales, el influjo del constructivismo y la herencia de la Bauhaus aparecieron de nuevo en el horizonte posible, y el diseño de Vicente Rojo empezó a cobrar lentamente una animación creadora, original.

El punto extremo que alcanzó su experimentalismo puede verse en muchas de las páginas de la Revista de las Bellas Artes (segunda época) que tuve la dicha de editar con él en 1982 y 1983.
Le había propuesto hacer precisamente una revista que rompiera —como hubiera roto Miguel Prieto— con aquella severidad formal que había pasado ya a las revistas publicitarias de los laboratorios y a prospectos médicos. Y Vicente Rojo acogió la idea con gusto y se permitió en aquellos diez números de la revista del INBA libertades que no creo que se haya tomado en ninguna publicación periódica. Era ya un maestro que, en plena madurez, se permitía esos destellos de juventud, que son la primera señal de identidad de los auténticos creadores. (Y la otra: la de abrir la vía a varias decenas de diseñadores, discípulos suyos, y hoy ya maestros, que siguen contando cotidianamente con la generosidad despilfarradora y cordial de su interminable bagaje de imaginación y de buen gusto).
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