sábado, 6 de septiembre de 2014

VICENTE ROJO, José Emilio Pacheco (1981)


José Emilio Pacheco (1981)
Así pues, lo primero que debo a Rojo es mi actividad de periodista literario que ya se ha prolongado más de veinte años, casi el doble de lo que suele durar en este país.

Luego Jaime García Terrés me llevó a México en la Cultura, como secretario de redacción, en el que iba a ser su último año (1961) pero no lo sabíamos. Comencé a trabajar con Rojo y desde entonces no he dejado de hacerlo. He colaborado con él en medio millar de números de suplementos y en centenares de libros, folletos, revistas, catálogos.

Ha hecho las portadas de casi todos mis libros, o más bien he escrito casi todos mis libros para que él haga las portadas. Y, sin embargo, como nuestra labor sólo de vez en cuando deja de ser anónima, únicamente Jardín de niños lleva nuestros nombres. Un año de secretario de México en la Cultura, diez como jefe de redacción de La Cultura en México, transformaron para mí al señor Rojo y al señor Benítez en Vicente y Fernando, mis mejores amigos, invariablemente generosos. A tal extremo que hemos resistido la prueba de hacer revistas juntos, ordalía que acaba con los más firmes afectos.

Me resisto a ver nostálgicamente aquellos tiempos y a escribir «memorias» de un proceso que aún no ha terminado. Porque si algo me enseñaron Vicente Rojo y el periodismo es que el trabajo de ayer no importa y es preciso recomenzarlo y reinventarlo todos los días. Sólo quiero recordar que, democráticamente aplicada al libro, la revista, el cartel, el folleto y aun la invitación, la maestría del pintor Vicente Rojo ha cambiado nuestras relaciones con las artes gráficas y aun nuestra manera de mirar.



Cada una de sus obras es un objeto de belleza y una fuente de placer que niega por un instante la fealdad sin límites que nos rodea por todas partes en la capital más horrible del mundo.

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