Renato Leduc, hombre de pluma
Por José Falconi
Para el poeta Leonel Robles, en su cumpleaños
I
Renato Leduc. Un hombre que pasó por su tiempo con la sabia virtud de conocerlo y, por ende, dejando huella profunda en el periodismo, la poesía y aun la vida en sus inmediaciones, en sus lindes, con la leyenda urbana. Si bien él, más allá del mito o la leyenda, ocupa un lugar ganado a pulso, siempre en buena lid, en la historia social, política y cultural de “Este México triste que me duele/ en su alegría y en su desventura”, para decirlo citando a otro grande tan injusta y lamentablemente olvidado: Juan Bautista Villaseca, que en más de una ocasión se bebió un trago con Renato.
La vida y la obra de Renato Leduc, la poética, la narrativa, la periodística, atraviesa los diversos ámbitos geográficos e históricos de México y aún del mundo, verbigracia: los desiertos del Norte y la revolución villista; París y la ocupación nazi; la tragedia de los campesinos henequeneros de Yucatán; así como las ciudades –privilegiadamente la gran metrópolis del Distrito Federal– cifrando en un lenguaje potente, revelador, las luces y oscuridades que nosotros, los habitantes de estos ámbitos, hemos construido para nuestro bien o nuestro mal.
Renato Leduc escribió (escribe pues mientras se multipliquen sus lectores su obra estará anclada a un presente perfecto) haciendo uso de locuciones siempre bien ceñidas a sus intenciones periodísticas, narrativas o poéticas: intenciones de denuncia, celebración, crítica o parodia. Así pues, sus ritmos son diversos: ritmo privado o ritmo público; ritmo corporal o ritmo social; ritmo natural o ritmo educado, de artificio. En fin, lo que sin duda hay en la amplia obra de Leduc, es una pasión ciudadana por el diálogo; él, el ciudadano, el individuo social Renato Leduc siempre quiso situarse frente al otro (o los otros) para fraternalmente ofrecernos su sabiduría, sus verdades líricas, sus poemas que se amarran al oído, su fuego interno y aún la voz de aquellos que llamamos pueblo.
Renato Leduc fue un hombre sabio que sabía que la sabiduría no consiste en saber mucho o más que los otros, sino en saborear de mejor manera la vida. La vida y sus, para él, fuegos encendidos, chisporroteantes, que siempre hallaron cabida en sus vocablos, en sus voces que a veces fueron como harapos de arrabal, y en otras ocasiones, el más refinado descubrimiento literario. Para el hombre de pluma que fue Renato, la poesía era como un juguete para un niño. Tenía, sí, un sentido crítico de la realidad, pero siempre lúdico. El símil es más que conocido: el poeta es como un niño, y ambos, poeta y niño, al cambiar la realidad a través del juego (del poema) realizan su más aguda y certera crítica.
Sobre este asunto de la poesía, cabe decir que Renato Leduc fue siempre un poeta del tiempo, y no lo digo por ese su soneto en que lo canta; sin duda el más conocido de sus poemas pero no necesariamente el mejor, ni en factura ni en lirismo. Y es interesante advertir que este famoso soneto no surgió de una necesidad del yo lírico del poeta, sino como respuesta a un reto de un condiscípulo de la preparatoria. Leduc fue un poeta del tiempo que cargó de poesía (de corazón) el calendario. Es decir, como gran conocedor de la cultura clásica griega, sabía que los días, para ser en verdad los días humanos, los días de nuestra historia inclusive emocional, imaginativa e inconsciente, deben contener el fluir de los entes y de las cosas como diría Teócritode Siracusa, poeta jónico. Y eso precisamente hay en su poesía: la diástole y la sístole de la compleja realidad que habitó y que lo habitó. Fue un poeta (y un periodista, porque lo aquí dicho para la poesía puede aplicarse a sus afanes periodísticos) que para expresar la pluralidad de ese fluir de entes y cosas no dudó en romper las vajillas del buen decir.
II
“Aunque es bien difícil dar una definición de poesía pues el vocablo significa tantas cosas, creo que es una posición ante la vida para expresar el sentimiento humano; es decir, es un género literario en que se pretende que la expresión de ese sentimiento sea musical, porque yo entiendo que una poesía sin ritmo y sin medida es apenas prosa rimada…”Resulta curioso que un iconoclasta como Renato Leduc –un hombre que en muchos aspectos vivió a contracorriente y desafió normas, modelos, preceptos y estatutos– haya tenido una idea tan convencional de la poesía. Por fortuna, su práctica poética fue, y con mucho, más allá de esta definición. Tan más allá que la poesía de Renato Leduc tiene una característica muy singular, poco apreciada por aquellos que la han comentado: algunos de sus poemas,sospechosamente,mucho se aproximan ala crónica periodística de paródica sustancia,haciendo burla corrosiva –que para eso es la parodia, para corroer– de la educación sentimental de nuestra distinguida sociedad o de nuestros ínclitos politicastros.En ese sentido el complejo literario que fue Renato Leduc, debiera ser un capítulo de nuestra historia de las mentalidades, aún no escrita.
Este hombre de pluma –como él mismo se definió– que fue Renato Leduc, nació en el año 1895 –dos años antes que Carlos Pellicer y seis que José Gorostiza, dos figuras cimeras de las letras mexicanas y aun de la lengua española–; es decir, por temporalidad bien pudo pertenecer a la generación de poetas mexicanos renovadores de nuestra lírica que han pasado a la historia como Los Contemporáneos,y que entre otros afanes literarios y aun artísticos en el sentido más amplio (incluyendo el teatro, las artes plásticas, el diseño, etcétera) tuvieron el de la renovación de las formas expresivas; el vate (como se decía antaño) Renato Leduc estuvo muy distante de estos y muchos otros afanes. Sus afanes, los suyos propios, eran otros como ya se verá.Asimismo, la poesía de Renato Leduc dista un buen trecho, yo diría que está en las antípodas, de la moderación y el tono crepuscular y melancólico que dominó a la poesía mexicana de aquellos tiempos,y que aún cultivan buena parte de nuestros líricos actuales.
Lapasión poética de Renato Leduc se nutrió de los vertederos de su propia riquísima y casi alucinante vida –vida airada, diría él–: revolución y viajes, guerra mundial y toreros, cantinas y mujeres, sofisticados poetas franceses suprarrealistas y poetas mexicanosdel arrabal y pintores surrealistas y cafés de chinos y burdeles de diversas categorías: Renato Leduc hizo de sus poemas un espejo en que “se ve el que cambia”, como dice en memorable y breve texto mi amigo, el poeta Víctor Manuel Cárdenas.Sin embargo, el poeta Leduc, que explícitamente reconoció como sus influencias al Arcipestre de Hita, a Góngora, a Enrique González Martínez, a López Velarde y muy señaladamente al colombiano Luis Carlos López (nacido en Cartagena de Indias en 1883 y fallecido en 1950 en su ciudad natal, poeta conocido como el Tuerto López por su estrabismo), quien si bien no fue un renovador de nuestra lírica, si fue un poeta que aportó una serie de tópicos y matices poco, muy poco cultivados en nuestra poesía.
Renato Leduc es, en el panorama de la poesía mexicana, un atípico, bizarro, extravagante, un poeta excéntrico que “puede ser incluido igualmente en el “Manual del declamador sin maestro” y en una antología que dé cuenta de los cambios de temperatura de nuestra lírica”, como bien apuntara el académico Vicente Quitarte hace ya varios años (“ya llovió”, diría Renato) en el Bar Mancera de la ciudad de México con motivo de la incorporación de la obra del poeta a la colección Letras mexicanas del Fondo de Cultura Económica. Pero, además, Leduc es ave rara de nuestra poesía porque reunió –o amalgamó– el cultivo de formas métricas y estróficas tradicionales y clásicas en la versificación castellana con un gran sentido del humor –poco frecuente en nuestro medio–, con giros idiomáticos de la cantina, la pulquería y el barrio. En otros términos: hizo uso de formas consagradas por la tradición, por la preceptiva, para emitir mensajes irreverentes y hasta francamente léperos; si bien, como él mismo señalara en repetidas ocasiones, esta su maledicencia procedía de un linaje clásico: Quevedo, Cervantes, Lope de Vega, muy siglo de oro español. “Así descrito –diría el gran Carlos Monsiváis– la imagen de Leduc encaja sin problemas en la del bohemio, el artista marginal que descree de la disciplina y para quien el arrebato todo lo vindica. Esto, a su pesar, fue Leduc en el espacio del reconocimiento social: el último bohemio, sumergido en anécdotas y en el santo olor de las malas palabras…”.
En la poesía de Renato Leduc, como bien apunta el crítico Juan Leyva, a veces “el chiste opaca los procedimientos: fusión de géneros cultos y populares; rima obscena y bilingüe; alejandrinos de pie quebrado, verso libre y prosaísmo. El sarcasmo oculta la lírica; la risa, todo viso de seriedad; el juego alivia la melancolía. Ése es el temple de su primer libro, “El aula, etc…” (1929), imprescindible para entender la poesía de aquella década, y una contraparte festiva de las solemnidades “contemporáneas”. A pesar de la advertencia incluida (“No haremos obra perdurable. No/ tenemos de la mosca la voluntad tenaz”), nunca, ni siquiera hoy, han faltado críticos que le reprochen su falta de seriedad y disciplina, sus salidas de tono, su aplomo antipoético. Pero, con todo y los pleitos tras bambalinas en torno a su poesía, ya en “Poesía en movimiento” (1966) el autor empezó a ser aceptado dentro del canon, sin olvidar los esfuerzos anteriores de Maples Arce o Monsiváis. Así, parecería que a nadie asustan ya los versos de las Oceánidas a Prometeo, preso esta vez por robar los secretos del placer sexual, en el durante años prohibido, oculto, vergonzante” Prometeo sifilítico”:
“Desdichado titán, hemos venido
veloces desde el fondo del océano
para tenderte una piadosa mano
en el momento en que te ves jodido.
Relátanos por qué quiso el Cronida
tenerte así, con la cabeza erguida,
con los brazos en cruz y ¡oh, cruel tirano!
con un falo metido por el ano”.
De una irreverencia tan intensa fue la poesía de Renato Leduc que Octavio Paz, nuestro Premio Nóbel, Alí Chumacero, Homero Aridjis y José Emilio Pacheco en “Poesía en movimiento. México 1915-1966”, apuntan: “Su poesía [la de Leduc] se aparta de las corrientes naturales de los últimos lustros y buena porción de ella, por ciertas razones, se aviene con la persistencia que otorga la tradición oral”. Y aún, agregan: “Su profesión es la de periodista y sólo al margen de esa vocación, acaso porque desdeña el afán de hacer perdurables los sentimientos, escribió una poesía que se distingue muy incisivamente de la de sus contemporáneos [...] De López Velarde y del colombiano Luis Carlos López, principalmente, Renato Leduc hizo derivar en un principio el léxico y las intenciones de su obra [...] Algunos de sus poemas, particularmente inclinados a lo erótico, han sido impresos sin su nombre, y muchos, decididamente directos, se han conservado al través de los años en labios de amigos y desconocidos…”. Y también, claro está, muchos poemas de ocasión, escritos o improvisados en ambientes cantineriles, se extraviaron sin remedio, sin posibilidad alguna de recuperación, y en esto Leduc vuelve a semejarse a los poetas del áureo siglo español.Sin embargo, en algunos linderos poéticos Renato Leduc tiene similitudes con Salvador Novo; con el poeta socarrón, alburero, de tópicos soeces, que es el Novo de “Sátira”, libro publicado en 1925 y de circulación casi clandestina.
Renato Leduc fue una especie de lobo estepario que repudió la llamada vida literaria –le aburría soberanamente el ambiente de los intelectuales; prefería, y con creces, “a la gente del toro”– y, por lo mismo, no formó parte de grupos, capillas o cofradías. Inclusive en cierta ocasión aseveró que para él la poesía no había sido ni madre, ni amante, “si acaso, tía”, pero este aparente demérito de la poesía se ve refutado por algunos textos de excelente factura e inclusive por su primer poemario, “El aula, etc…” (publicado en 1929 que junto con “Canciones para cantar en las barcas” (1925) de José Gorostiza, “Colores en el mar y otros poemas” (1921) de Carlos Pellicer y “Biombo” (1925) de Torres Bodet, figura entre los mejores libros de la década de los maravillosos y, poéticamente, muy vigorosos años veinte, hecho no suficientemente reconocido, reseñado o comentado por la crítica literaria, la de antaño y la de hogaño, tal vez por esa condición de marginalidad que siempre tuvo y procuró Renato Leduc; un poeta difícil de encasillar pues transitó por un sendero casi unipersonal: ni romántico, ni modernista, ni posmodernista, ni afecto a las estridencias del Estridentismo de Maples Arce, Arqueles Vela y List Arzubide; su arte –a él tal vez no le gustara esta nominación, pero sin duda Renato Leduc fue un artista– un tanto desaforado, con sabor rabelesiano que fustigó al México racista, intolerante (si bien él no pudo desvincularse de esta tara social, pues en más de una ocasión hizo y escribió comentarios homofóbicos y misóginos), al México de la política corporativista con rasgos fascistas y muy inclinado al chanchullo, a la corrupción, viene de una visión muy crítica de la realidad mexicana que él aprendió a ver in situ, desde miraderos privilegiados y poco frecuentados por los intelectuales de mayor prosapia, que en veces sacralizan realidades que no conocen del todo. Como poeta de envión, de poderoso arranque, Renato Leduc fue en contra de toda mixtificación de la dura realidad mexicana: iniquidad, desigualdades abismales, políticos y funcionarios públicos deshonestos, palurdos, oportunistas y mafiosos –en aquellos años… ¡y en los que corren, también!– pero, como alguien ha señalado, “Leduc no se resigna, pero tampoco se flagela; ríe, critica, es solidario, amplía el espacio de la cantina y el burdel hasta las esferas de la poesía. Se trata de una jovialidad igualatoria que viene de lejos, de la herencia paterna y el relativismo milenario y campesino, pero también de la vida en vecindad y la noción abierta del otro, por más diverso que fuera; de la tropa y el baile, de la fiesta y el aula, de la guerra y la oficina, de Tlaxcala y París”.
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