lunes, 10 de febrero de 2014

AMOR, Ana Clavel


ANA CLAVEL
| DOMINGO, 9 DE FEBRERO DE 2014 | 00:10
Según Stendhal, el amor es una fantasía del espíritu que se crea de manera semejante a cuando se arroja una frágil rama de arbusto en el interior de una mina de sal. Si se la recoge al día siguiente, se la encontrará transformada, cuajada de irisados diamantes que la rama original no tenía… Un auténtico fenómeno de “cristalización”.

Si bien es cierto que lo anterior suele acontecer en toda clase de parejas, ¿qué pensar de aquellas en las que muchos de esos cristales son verdaderas obras de arte? Obras alentadas tal vez por el apoyo devocional delamante, pero sin duda reflejos iridiscentes de una personalidad creadora que también sabe infatuar, seducir, magnificar la fantasía del amor. No en balde el carácter legendario de parejas como Nahui Ollin y elDr. Atl, cuyos alaridos de pasión podían escucharse en las cercanías del exconvento de la Merced, adonde tuvieron sus encuentros amatorios. Siempre intensa y desbordada, escribió así Nahui al pintor de volcanes por quien abandonaría a su marido: “… la noche no existirá sino para amarnos —una noche que será más luminosa que el día mismo, cuando nuestras carnes se junten—. Es nuestro destino”. A la pasión abrasadora —que la llevó a ella a plasmar libros y poemas; a él textos, óleos y murales— siguió un infierno de celos y escenas violentas. La más afamada: una noche en que Nahui se montó desnuda sobre el cuerpo del Dr. Atl, que dormía con placidez. Con una pistola que apuntaba a su corazón, lo amenazó en estos términos:
 
—Ha llegado la hora de tu muerte, mujeriego de mierda.
—Pero, Nahui —respondió él—, si sólo eran un par de chiquillas que querían aprender a pintar…
 
Por fortuna, el forcejeo desvió milagrosamente las balas hacia el piso, pero esa escena marcaría el comienzo del fin.
 
Cómo no recordar también las veleidades de un Diego Rivera capaz de hacerse perdonar por sus sucesivas mujeres: Angelina Beloff, Lupe Marín, Frida Kahlo. Hasta que la paciencia se agotaba ante el abandono y las nuevas infidelidades, y el glorioso himeneo terminaba en estridente divorcio. (Sin embargo, muchos años después de la separación, Angelina le recriminaría amorosamente a un Diego a quien ya había perdonado: “Eres un sinvergüenza”.)
 
Tolstoi había dicho en esa otra historia de amor desmesurado llamada Ana Karenina que todas las familias felices se parecen pero las infelices lo son cada una a su manera. También es cierto que cada historia de amor es única. En mayor o menor grado se trata de pasiones que nos hacen salir de nuestros límites. No podía ser de otro modo: eros es siempre un impulso transgresor que nos lleva a inaugurarnos de formas desconocidas para nosotros mismos —de ahí, la luminosidad luciferina del amor.
 
Claro, hay amantes que sobreviven a la pasión, que llegan a consolidar en el terreno de la intimidad cristalizaciones que van más allá de los reinos devastadores del amor. Al menos así lo revela el gesto de fidelidad de un Rufino Tamayo al agregar a la firma de sus pinturas una sugestiva “O” para reconocer la presencia de la mujer que lo acompañaría en su trayectoria como artista y como hombre: Olga.
 
Fatalidad y éxtasis del amor, sosiego, traición, entrega… Las historias de amor en los terrenos del arte o en la vida cotidiana conforman brillantes, tornasoladas, oscuras facetas de una misma gema que lleva tallada la frase:"Érase una vez el amor", ese cuento maravilloso que reinventamos y nos reinventa a diario, esa historia que inaugura el mundo con un solo beso. Lo decía el poeta Octavio Paz en estos afamados versos de Piedra de sol:
 
Todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan…

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