domingo, 20 de abril de 2014

LA PARTIDA DE AMIRI BARAKA Y LEROI JONES, Juan Manuel Roca


Fotos: walterrodneyfoundation. org
Juan Manuel Roca

Fue en los ruidosos años sesenta cuando Leroi Jones, el poeta negro americano, “el mejor de todos” según Margaret Randall, empezó a dejar oír su inequívoca voz desde una parte de su país que recibía los aires revolucionarios del Black Power, las revueltas ya míticas de hombres y mujeres como George Jackson y Angela Davis. Y, por supuesto, años turbulentos cuya banda sonora era la palabra soñadora y  vigorosa de Malcolm X.

El Black Arts Moviment y la generación Beat, renovaban las costumbres y ponían un acento libertario en cada una de sus aventuras estéticas y políticas, a las que aunaban un tono de canción.

Muchos años después de que Leroi Jones ya fuera un poeta decisivo en el escenario poético de Estados Unidos, optó por dar de baja su nombre de pila para trocarse en Amiri Baraka, continuador y profundizador de una poética insumisa, cuando ya empezaba a languidecer y acartonarse, entre otras, la figura impulsora de  la corriente “beat”, Allen Ginsberg.

Lo conocí, o sería mejor decir los reconocí, a Jones en su poesía traducida a nuestra lengua en decenas de antologías, y a Baraka en su casa de Newark una noche del verano de 1992, tras un viaje en tren con el traductor Tim Pratt. Fue como sentarse con el poeta y su antifaz, y esto me hizo recordar unos versos suyos de “Un poema para Willie Best”, de su etapa primera: “Un renegado/ detrás de una máscara./ E incluso/ la máscara, un renegado encubre.”
Esa poesía vertiginosa, humana y desamortajada, nos llegaba a Colombia a ramalazos desde el corazón del Village en un gran fresco verbal que entremezclaba las imágenes de Ferlinghetti y Gregory Corso y a veces nos subíamos a una novela de Kerouac (“En el camino”, “Los vagabundos del Dharma”), como a un tren donde esperábamos encontrar a un paria tocando en su armónica una suave canción de Bob Dylan.

Muestra del talante libertario de Amiri Baraka, y esto me lo dijo mientras sonreía y mostraba el amplio teclado de su dentadura, se remite entre otros hechos memorables a su expulsión del ejército norteamericano, “por indeseable”.

Que el ejército más indeseable del planeta expulse a un hombre por remolón y por no entrarle con ganas a las órdenes siempre ligadas a “la banalidad del mal”, ya hablaba muy bien de mister Jones, una suerte de Bartleby con gorra de soldado.

Entre 1963 y 1965 radicaliza su quehacer poético, al abandonar la música blanca de las palabras para volcarse en la musicalidad negra de ellas, buscando en sus raíces y empieza a acompañar sus lecturas con músicos negros, variopintos intérpretes y creadores del jazz y del blues.

Lo entrevisté en 1992.

Recuerdo de mi visita y entrevista a Baraka su casa solariega en Newark, ese poblado con fama de loco y vocinglero, la calidez de su saludo y su voz pedregosa, la tonalidad melódica de su esposa, una bella mujer descendiente de negros e indígenas cherokee, las bellas máscaras africanas colgadas en muchas de sus paredes, la chimenea llena de libros en el espacio para la leña, como si se tratara de una metáfora sobre el fuego de la poesía y, en un sitio de privilegio del salón, una mola diseñada por las manos de alguna indígena cuna.
A mi pregunta sobre el significado del blues en su poesía, Amiri Baraka me dijo que se trata de una continuación histórica, que el blues es la memoria musical de los negros y que su nombre proviene del color azul de Guinea que usaban los esclavos.

Cuando le menciono a Malcolm X y le pido una palabra que lo designe, me mira con fijeza y de la misma manera responde. “Fuerte. Pero aún así lo mataron.”

Todas sus respuestas son rotundas, asertivas pero nunca carentes de humor, negro, naturalmente. “Los norteamericanos aman la poesía. No la poesía de la academia derechista, hecha para estupidizar a la gente. Están interesados por la muerte, porque la muerte es predecible. En cada época, cuando ha habido un levantamiento político, éste ha estado siempre apoyado en los artistas, y en esos momentos la poesía es la vanguardia. Por ejemplo, el rap es la continuación de los años 60. El rap es la poesía popular”.

Luego me hablaba del descubrimiento que hizo muy joven de un continente, así lo calificaba, llamado Federico García Lorca, leído en las traducciones que hiciera el poeta Langston Hugues. Esas lecturas del poeta andaluz las acompañaba a ratos de música gitana. También leyó a Neruda. Me cuenta emocionado de su primer viaje a Cuba seis meses después del triunfo de la Revolución, de su interés en dos poetas latinoamericanos: Roque Dalton y Otto René Castillo.

Entre otras cosas, le cuento que el día anterior tuve una reunión con un grupo de muchachos latinos, objetores de conciencia que se negaban a enrolarse en los respectivos ejércitos de sus países, y aprovecho para preguntarle, precisamente, cómo fue esa célebre expulsión suya del ejército norteamericano.

Vuelvo a reproducir sus palabras: “Fui meteorólogo y bibliotecario en ese servicio militar. Me mantenía como librero nocturno, pero con mi arma siempre a discreción. Con un grupo al que llamábamos la gallada, cerrábamos la biblioteca, poníamos música y nos emborrachábamos. ¡Ah!, éramos todos unos grandes intelectuales. Después de escuchar a los clásicos también escuchábamos absortos a Charlie Parker, para desquitarnos. Nada de música militar. Las óperas de Stravinsky y luego, blues y más blues. Nunca nos pillaron porque yo tenía la llave. Era como tener mi propia Academia: música, trago, libros. Por el licor era por lo que esto podría llamarse en verdad una Universidad: no hay nadie más serio que un borracho. Me expulsaron después de la Academia  y luego de la fuerza aérea. Dijeron que yo era comunista, pero en esa época yo era budista. Alguien mandó una carta acusándome de marxista. Entraron a mi habitación , me encontraron El capital... y adiós. Pero yo leía de todo: budismo, poesía, de todo. Me echaron: yo estaba rematadamente feliz. Me sacaron del grupo de aviadores y me pusieron a tender las camas de los oficiales.”

Y bien, acaba de morir a sus 79 años Amiri Baraka, sucesor de Leroi Jones, su alma siamesa. Aún lo veo en su casa de Newark entre músicos, o en las calles de Medellín, entre muchachas y poetas. Uno de los grandes insumisos se suma al coro de ausentes. Emociona saber que así como hay miles de estrellas muertas en el cielo que siguen alumbrando, también hay miles de poetas muertos que nos siguen, de la misma manera, alumbrando.
Así ocurre con la palabra luminosa del poeta Amiri Baraka.

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