martes, 22 de abril de 2014

LAS DISCULPAS DE JOSÉ EMILIO PACHECO, Luis Marina

Las disculpas de Pacheco

luis-marinaLuis Marina, poeta y diplomático español, ahora consejero cultural de su embajada en Portugal, ante la noticia de la muerte del polígrafo mexicano, recrea una reunión gastronómica con él a través de una de esas múltiples enseñanzas de José Emilio, como quien no quiere la cosa.


Las disculpas de Jose Emilio Pacheco
Luis Marina
Cuando me informaron desde México que José Emilio Pacheco se había ido a escribir a la otra trinchera. Me vino inmediatamente a la cabeza la última vez que lo vi, hace ya sus buenos cuatro años. Comimos en un restaurantito de la Condesa. Recuerdo que hablamos profusamente del General Prim. Quiero decir, habló José Emilio. Yo, atónito (suponía que íbamos a conversar de poesía, quizás de su obra), oí cómo disertaba apasionadamente durante cuarenta y cinco minutos, que a mí se me pasaron en un santiamén, sobre el león liberal de Reus y, en particular, sobre su participación en aquella poco gloriosa intervención tripartita que acabó instalando aquel extravagante Imperio de Maximiliano de Austria en México. Una intervención en la que Prim tenía intereses contantes y sonantes: había casado con Francisca Agüero y González, huérfana de un “peninsular” con prósperos negocios en México (ferrocarriles, minas), y por tanto su familia política era una de las afectadas directamente por la suspensión del pago de la deuda decretada por Benito Juárez, y que, al menos sobre el papel, fue el argumento empleado para justificar la intervención franco-anglo-española. Creo que lo que más fascinaba a Pacheco del “affaire Prim” era justamente cómo la Historia, al menos la que se construye en las academias, busca borrar las motivaciones de los individuos que cambiaron su curso, como si tales motivaciones fuesen impuras por comparación con las grandes palabras rituales que todo lo justifican: economía, política, sociedad. Una conclusión, por cierto, que mucho tiene que ver con una cierta veta de su poesía, que opera diseccionando los grandes conceptos con que nos han enseñado a pensar para colocar, en el interior vacío de cada uno de ellos, el corazón batiente del hombre.
A los postres, Pacheco me pidió disculpas por su verborrea, mientras con esa media sonrisa tan suya me decía que por lo menos así me había evitado tener que aguantar la insoportable perorata del viejo poeta que dicta sus cartas a un joven poeta.

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