domingo, 6 de abril de 2014

LA VIDA DE FEDERICO..., Pilar Remartínez

La vida de Federico se había convertido en una auténtica tortura. Se pasaba todos los días intentando complacer a su mujer haciendo las cosas como a ella le gustaban, pero nunca era capaz de contentarla. Elena, que así se llamaba su mujer, era una persona dominante y muy egoísta. Federico era consciente de ello, se habían enamorado siendo unos críos y muy pronto descubriría con el ser maligno que se había casado. De joven Elena había sido una niña calculadora e inaguantable, la única niña de tres hermanos, siempre hacía lo que le daba la gana. A Elena le daba lo misma todo “Es mejor estar sola que en malas compañías” solía decir. Cuando salía a la calle disfrutaba metiéndose en asuntos ajenos buscando gresca. Muchos de los transeúntes se cruzaban de acera para no tener que toparse con ella. Se enorgullecía de que nadie le tosiera encima, siempre tenía que quedar encima como el aceite.
Elena disfrutaba como la demente que era, con todas las broncas que ella iniciaba, le subía la adrenalina que ella necesitaba y poder ver como se pelaban esos seres insignificantes era para ella el mejor de los regalos. De esta manera el rencor la iba carcomiendo, pero ella continuaba,  eran  los demás los malos.
El marido de Elena estaba sometido a sus caprichos y no solo lo dominaba a su antojo, sino que si ella metía la pata, no lo reconocía nunca, siempre era su marido el que tenía la culpa.
A Federico le gustaba escuchar música clásica, le relajaba mucho, como era costumbre los lunes a las nueve de la mañana Federico se duchaba, siendo el único momento en el día que podía relajarse. Uno de estos días  sonó el timbre de la puerta.
—Llaman a la puerta tú —vociferó Elena a su marido —, no te quedes hay quieto y mueve ese culo gordo, que no sirves para otra cosa.
—Estoy en la ducha ahora mismo— contestó Federico — ¿puedes abrir tú la puerta
—Joder, siempre tengo que hacer las cosas por ti —recriminó Elena  —, que no se diga que hasta para eso necesitas que te la tengo que sostener.
Una vez más Federico obedecía sin rechistar lo que su mujer le recriminaba constantemente, era mucho su temor hacía ella, así que se puso un albornoz encima para no coger frío, se dirigió para abrir la puerta de la calle. Al otro lado de la puerta estaba el cartero con un paquete, cuando el cartero vio a Federico que salía con el albornoz puesto y enjabonado hasta la cabeza, no se extrañó nada. Le hizo firmar una multa de tráfico y guiñando un ojo maliciosamente, se fue por donde había venido, Federico cerró la puerta con la carta en la mano, no se atrevía a enseñar la multa a su mujer, pues, le tenía prohibido hacerse cargo de este tipo de correspondencia, cuando ella se enterara se lo descontaría de los quinientos euros de la paga que le daba cada seis meses.
Federico recordaba perfectamente, lo que pasó aquel día y cuál había sido el motivo de la multa. Elena, tenía una fiesta con sus amigas y había pedido cita con su estilista, como era habitual, tenía que acompañarla hasta la puerta, para luego esperarla en el portal hasta que ella saliera. Elena se enfadaba mucho si no le encontraba esperando a que ella saliera, no le gustaba que le hicieran esperar, así que Federico prefería la multa, a lo que le suponía luego la regañina de su mujer.
—¿Quién llama a estas horas? —preguntó Elena con soberbia
— El cartero —contestó Federico a su mujer con un hilito de voz —, es el cartero con una carta certificada con acuse de recibo.
Elena, se estaba enfadando por momentos, su cara se estaba poniendo de todos los colores, del rosa, pasó al rojo, del rojo, al morado y en esta tonalidad de cara estalló, con un huracán de palabrotas saliendo sin desenfreno de su boca.
—Inútil, eres un desgraciado, no sabes hacer nada, no sé porque me casé contigo —vociferaba Elena sin ningún ápice de compasión en sus palabras —lo tengo que hacer yo todo. Anda, sigue duchándote, que luego te quejas cuando te llamo cerdo.
Federico sin decir nada, se dirigió al cuarto de baño y muy nervioso se puso la bañera caliente, para poder relajarse y tranquilizar sus nervios. Se colocó los cascos eligiendo las cuatro estaciones de Vivaldi y llenó la bañera con su gel preferido.
Llevaba diez minutos en el baño, cuando volvieron a llamar en la puerta, esta vez Federico no abrió la puerta, más que nada porque no lo oyó y fue Elena la que se encargó en abrir. “Debe ser el repartidor del gas” pensó Elena y una sonrisa picarona se dibujó en su boca. Tras la puerta se encontraba su amiga Ricardina, que venía de visita.
—Hola Ricardina —la saludó Elena, Muak, muaack, le dio los dos besos de rigor.
—Hola Elena —Saludó Ricardina —no sé, hija, a mí todos los estúpidos se me pegan.
—Hija, vaya recibimiento me haces—comentó Elena —, ¿te pasa algo?
—Estoy hasta las narices del desgraciado y tonto de mi marido —dijo Elena.
—Tu marido no tiene remedio —contestó Ricardina —, menos mal, que tú eres un pedazo de pan y le tienes mucha paciencia.
—El otro día se puso mala la criada —comentó Elena —el estúpido de mi marido, le dijo que se marchara a su casa y no me lo consultó, ¡pero si solo tenía cuarenta de fiebre!
—Pues a mí por un lado, no sé cómo te puedes rebajar tanto —le explicaba Ricardina —a mis estas….criadas me las manda la agencia y si ocurre alguna cosa, me comunico con ellos y yo no tengo que intervenir para nada. Estos individuos me dan mucho asco, porque oye, derecho a una vida digna, pues que quieres que te diga Elena, lo tiene todo el mundo. Pero por otro lado...
—Sí tienes toda la razón del mundo—afirmaba sin dudar Elena.
—Desde luego, ¿hasta dónde vamos a llegar Elena? menos mal que nos apoyamos tú y yo y para mí es muy importante esa muestra de confianza que me demuestras constantemente. Aparte de que no nos podemos fiar de cualquiera, que luego nos ponen verdes.
—“Sí dicen, que dizan, mientras no hazan ”—respondía en tono de chufla Elena —digo yo, te has dado cuenta de cómo camina la del tercero, el otro día vertí aceite en la escalera y cuando lo pisó se resbaló y cayó rodando hasta abajo, no veas que gritos daba mientras caía por la escalera, no tuve más remedio que salir a decirle que hiciera el favor de callarse y como no lo hacía, le tiré  los palos de la escoba a la cabeza produciéndole una brecha de unos diez centímetro... veinte puntos le han tenido que dar ¿qué cosas?
—Pues no te creas Elena, que de todo lo que me estas comentando, no me extraña nada de nada —comentó Ricardina — ¡Fíjate! Algunos vecinos del barrio tienen costumbres muy raras, desde luego ¡qué íbamos a esperar si se trata de chusma! y desde luego, jamás de los jamases por la izquierda no, nunca me verás paseando junto a ellos... ¿a ver si me van a pegar alguna enfermedad de esas tan contagiosas?
—Acompáñame a la terraza Ricardina que no quiero que me escuche el estúpido de mi marido, ven que quiero enseñarte una cosa—invitó a su amiga a seguirla.
En la terraza le enseñó una planta muy rara.
—Has visto Ricardina, he conseguido esta planta importada de Colombia, me la ha regalado el marqués de la mota de polvo, ¡tiene unos pectorales que quitan el hipo!
—La verdad que es muy bonita —comentó Ricardina —, sin embargo, esta otra es muy fea no me gusta. Con las mismas y sin pensárselo tiró por la terraza la planta, desde una décima planta.
Desgraciadamente, en ese momento pasaba un señor con su perro y la maceta fue a impactar en su cabeza. En un momento todos los vecinos se amontonaron en la calle atendiendo al hombre que quedó  inconsciente y sangrando, tirado en la calle.
El tendero de la esquina se encargó en llamar a  una ambulancia, la cosa era muy grave. Rápidamente acudió al lugar una ambulancia y con la ambulancia, llegó la policía local.
—¿Alguien ha visto algo? —preguntó un policía a los que allí se encontraban.
Pero nadie había visto nada, solo un niño de doce años que estaba jugando a la pelota, fue testigo de lo que había acontecido y así sin pensárselo, se acercó a la policía.
—Señor policía—comentó el niño —, yo he visto como una señora desde esa piso de ahí con el toldo rojo, tiraba una maceta y luego se asomaba con otra señora y se lo debían estar pasando muy bien, porque se reían mucho.
Mientras, en casa de Elena, no sospechaban lo que estaba sucediendo en la calle y estaban inquitas y su curiosidad era mucha.
—Pero por Dios Ricardina ¿Qué es lo que acabas de hacer? —Recriminaba Elena a su amiga lo que había hecho.
—Calla, mujer, no seas agorera, y apártate un poco que no me dejas ver.
—La maceta era de una porcelana muy antigua y muy cara— se lamentaba Elena.
—Bueno Elena, te compraré otra, ya sabes que con eso no hay ningún problema.
—Pero si eres una roñosa —le contestó Elena —, hace un año, me tiraste el cuadro con el retrato de Federico,  eso sí, valía más el marco que la pintura y tú me traes un marco que compraste en los chino…mala amiga.
Desde arriba no se veía bien lo que estaba pasando,  pero desde luego lo que no iban hacer era bajar para ver lo que pasaba, eso de mezclarse con la chusma no iba con ellas.
Mientras tanto en la calle, ya habían metido al hombre en la ambulancia y con la sirena encendida, se fueron perdiéndose de vista.
Con el revuelo que se había organizado, los vecinos del barrio se enfadaba más. Arturo, uno de los que solía siempre ser la voz cantante dijo:
—¡Vecinos  y vecinas! Muchos desprecios y ataques de esta señora hemos sufrido. Esta señora, hace lo que le da la real gana, el diálogo, el respeto, no van con ella...Si ahora dejamos que continúe haciendo daño, corremos el peligro de que se cargue a alguien. Porque no nos engañemos, esta gente se piensa que son superiores y no se quieren  integrar. Estamos ante una invasión y...
— No exageres Arturo —comentó el carnicero —, no voy a decir que sea una señora simpática, no voy a decir que sea una señora amable, no voy a decir que sea una señora esplendida con el dinero, no tengo nada bueno que decir de la doña. Desde luego lo que está haciendo con todo el mundo no tiene perdón.
Arturo hombre práctico donde los hubiera, zanjó la discusión antes de que se eternizara.
—Ahora que hay una acusación en curso por parte de la policía —comentó Arturo, los que estamos aquí vamos a poner otra denuncia, no podemos cerrar los ojos ante la evidencia.
Mientras, en el baño Federico había terminado su baño relajante, tranquilamente se vistió, se echó la colonia que le regaló su madre y que odiaba Elena y se dispuso a salir, con el temor de la reprimiendo que iba a recibir de su mujer. Cuando se escuchó el timbre de la puerta.
Al comprobar que nadie abría la puerta, Federico se dirigió hacia la misma y sin imaginar lo que había pasado, abrió la puerta.
—Hola muy buenas soy el inspector de policía Miguel Cardaño —le mostró la placa de identificación —, ¿puedo pasar?
—Sí, no faltaba más —contestó Federico —acabo de darme un baño relajante, sabe usted, estoy mal de los nervios.
—¿Cuál es su nombre? —le preguntó el policía
—Mi nombre es Fedrico Gutierrez—, contestó a la pregunta de la policía —, ¿me podría decir, qué es lo que hacen en mi casa?
—Naturalmente que se lo voy a decir —contestó el policía —esta tarde se ha producido un incidente, alguien ha tirado un objeto, en concreto una maceta desde este piso y ha caído en un hombre hiriéndole gravemente, un testigo ha ratificado que se ha lanzado desde esta terraza y los sospechosos de este atentado son dos mujeres.
—Pues entonces está  muy claro —comentó Federico —como le he explicado antes, acabo de salir de darme un baño relajante y no he podido oír nada pues tenía puestos los cascos. Pasen hasta dentro, seguro que mi mujer estará en la biblioteca.
La policía se dirigió hacia donde le había indicado Federico, entró sin llamar a la habitación…encontrando en su interior a las dos mujeres muertas. Al darse cuenta de lo que habían hecho, decidieron las dos terminar de esta manera con sus vidas. Y en una nota muy escueta se leía “no somos criminales”.

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