viernes, 4 de abril de 2014

SAUDADES, Antonio Acevedo Linares

SAUDADE

Junto al cadáver de mí mismo
no lloro un poco ni arrojo unas
súbitas rosas rojas sobre la hierba
seca entre piedras y lagartijas
y hojarasca y en la lápida blanca
leo una inscripción con mi nombre
y una fecha de nacimiento y muerte
y miro que solitaria una mujer viene
y llora un poco a mi lado y deja unas
blancas y frescas y olorosas rosas rojas
y lee mi nombre en la lápida bajo la lluvia
y me inclino a verla partir bajo el paraguas
vestida de negro como en una película
de Francis Coppola en la última primavera
de octubre en Buenos Aires, Madrid
o Dublín, porque soy el hombre muerto
aquí en una calle de la ciudad que amé
y odié herido por la ternura, la poesía
y el amor, que hicieron de mí un
hombre peligroso perseguido
por los atardeceres y la lluvia


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