sábado, 8 de junio de 2013

LA NOCHE Y LA PALABRA, Diana Galindo


La noche y la palabra
Por Diana Galindo

La noche se abre para nosotros, como si fuera la eternidad misma que nos traga. En lo efímero de la noche, ante el crepúsculo del hombre, la palabra se abre camino, nos desgarra, nos alienta a escribir un poco más, antes de amanezca, de nuevo y para siempre.
La noche es invitación para el filósofo y para el poeta, para el amante y el artista, la noche entrega en sus dulces aras la puerta de los sueños, ensoñaciones y delirios para todo el mundo.
Bien lo ha dicho el filósofo Emil Ciorán en uno de sus aforismos: “la muerte es lo sublime al alcance de todos”, es la noche como una especie de muerte que se repite, para muchos, aunque para algunos más que para otros. Un eterno retorno, quizás una “petitemort”. El aíre nocturno esta henchido de suspiros de amantes, de cuerpos que tiemblan y almas agitadas.
Fotografía: Gabriela Chávez
En el crepúsculo la palabra parece más peligrosa, más colmada de una esencia desgarradora y cruel, mortecina a pesar de que busque ser suave y acariciar los pechos de los amantes. La palabra se abre paso por entre los senderos interiores y se vuelve invocación, conjuro que se disipa apenas es terminado de decir como el humo, como el humano.
La palabra lleva la muerte en su seno, instante efímero para que quepa en ella eternidad centelleantes, que abren caminos de luz, caminos de dios, caminos de amor. Estamos hechos de palabras, como ha dicho el filósofo alemán Martin Heidegger: La palabra es la casa del ser.
Fuimos creados por el verbo divino, la noche se llena de palabras, estalla y queda en silencio que es la antecámara de la muerte, prefacio de la nada y el absoluto.
Mientras tanto las palabras iluminan la noche, nos revelamos a nosotros mismos, como humanos, como maquinas-pensantes. Se escinden en nuestro pecho tantas posibilidades, como formas de morir, como formas de herir del silencio, de la ausencia de palabra, de la razón que fracasa y la muerte de cada uno, que espera a que lleguemos a la cumbre, la tierra prometida, la palabra perfecta que nos lleve ante el tan presentido orgasmo.
Hacemos antropología, y le damos la medida del hombre a todas las cosas que nos rodean.
Las palabras, a pesar de ser un número limitado y finito, nos esperan, nos ofrecen la oportunidad de crear mundos infinitos, de expresar los lugares comunes, los sentimientos comunes, de manera íntima y nueva, para que el corazón se desborde de vida, que al final de cuentas es el lugar común y maravilloso que todos habitamos al igual que la palabra.
Como se ha referido Nietzsche en cuanto un hecho entra en nuestra conciencia y es expresado por el lenguaje deja de ser íntimo y se convierte en un asunto público, debido a que el lenguaje es algo público. Así mismo nos refiere que el asunto de Dios es asunto meramente del lenguaje, ya que el lenguaje esta divinizado. Todo es una trampa que nos conduce siempre a pensar en un origen, en dios como ese origen. El lenguaje, como instrumento de construcción del mundo y del hombre.
Ante el grandioso y humilde poder de la palabra divinizada, que nos lleva a intentar buscar nuevos lenguajes para superar al hombre, lenguajes como el de la ciencia, la matemática, el poético, el alegórico, el de parábolas, el filosófico hasta el filológico nos encontramos y chocamos. El golpe de la palabra nos lleva a profundidad de negros abismos que es como la noche, divinatiode la muerte que nos espera,divinatio como símbolo de la adivinación y lo divino al mismo tiempo. De la perfección de ese dios que para muchos a muerto, al cual muchos le seguimos rezando.
Hegel, en las primeras páginas de su libro: historia de la filosofía, nos habla del desarrollo del espíritu que se lleva a cabo a través de la razón y lo explica con una analogía de que el espíritu del hombre es como una semilla en potencia.
El espíritu, espera agitado, para revelarse, para desarrollarse y crecer, desde la nada, desde la infinitud de una semilla que se desarrolla como si fuera un árbol, abre sus posibilidades, acude cada uno a algún llamado que le sea hecho, para llegar cada quien a su fin, a su máximo desarrollo, y entonces entre sueños, entre noches y días, desarrollamos nuestra vocación para la vida, y un desarrollo personal, que nos conduzca a la cima, la conquista de nosotros mismos, nuestras pasiones, nuestros miedos, y nuestras noches como prefacio para el descanso eterno.


Diana Galindo Barajas, (1994, Estado de México) Ha ganado un premio de poesía por parte de la Universidad Autónoma de Querétaro, donde actualmente estudia la licenciatura en Filosofía, así como publicado en periódicos algunos textos. Ha asistido a diversos cursos y talleres de ciencia y literatura.

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