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Huellas de luzEra / Conaculta, México, 2006 Cuarto de hotel Era / SCSLP México, 2007 |
Luis Paniagua |
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Los rumbos por donde se desliza la voz poética de Coral Bracho (Ciudad de México, 1951) son ya harto conocidos y mencionados por sus numerosos comentaristas, a lo largo de los decenios de trabajo verbal donde la autora ha desarrollado un estilo personalísimo que ha marcado una de las propuestas más importantes dentro de las voces actuales de la poesía escrita en español. Dueña de una riqueza léxica particular y de un agudo sentido de las relaciones sintagmáticas, Bracho se ha echado a andar por un camino que la ha llevado a encontrar la poesía y a expresarla desde distintos registros vocales y diversas construcciones versuales. Para muestra, contamos con un par de libros a la mano: Huellas de luz y Cuarto de hotel, su reunión de poemas más reciente. No queda más que echar un vistazo a las páginas de los mencionados textos para acudir a la construcción de un mundo autónomo, autosuficiente, de relaciones asombrosas.
Huellas de luz es un conjunto que reúne tres de los volúmenes de poesía más emblemáticos de nuestra autora: Peces de piel fugaz (1977), El ser que va a morir(1981, el cual mereció el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes) y Tierra de entraña ardiente (1992, en colaboración con la pintora Irma Palacios). Esta muestra nos permite una visión panorámica del trabajo de la creadora, desde sus inicios hasta sus nuevas exploraciones. En la primera parte, Peces de piel fugaz, asistimos a la creación del mundo por la palabra; no obstante, éste es un orbe saturado y húmedo, reverberante como lecho marino. El ambiente en el que nos “sumerge” es leve y recargado. Leve, pues toda la atmósfera del texto apela al movimiento ligero, a la flotación, de la mirada y del cuerpo, ya que es una propuesta totalmente sensible, que se “lee” con los ojos pero que se delecta con cada uno de los órganos sensoriales. Recargado, ya que existe una saturación verbal que da la sensación de estar en una tupida foresta, en una vieja iglesia, hundida y llena de retablos, enclavada en un fondo que se mueve lento, con el ir y venir de las corrientes subacuáticas. La autora nos invita a recorrer una “selva encantada” un locus amoenus donde concurren la palabra y el asombro, o mejor, donde ocurre el encuentro del asombro mediante la palabra. Ya desde el primer poema pueden destacarse los elementos de los que hablo: “la quietud de los templos y los jardines”; “(En los atrios: las velas, los amarantos.)”; “(Desde el templo:/ el perfume de las espigas,/ las escamas,/ los ciervos. Dicen de sus reflejos.)”; etcétera. Así, el peso real del material constituyente del libro se nos ofrece franco desde el primer poema. A lo largo de las páginas, los poemas se van condensando y espesan su materia: la fauna acuática crece a la par que los follajes cerrados. Y este aglutinamiento material lleva a la confusión de la conciencia racional que, compactada, cede ante la realidad de la poesía: el tiempo se distiende y posibilita nuevas realidades: “El tiempo,/ de pronto, se arremolina; deja pasar/ esa presencia anfibia,/ esa cauda imprecisa/ por los canales, por los esteros, por las orillas. Deja/ que se desborde”. Las orillas, los bordes. Este elemento resulta esencial en Peces de piel fugaz. Si bien los materiales constituyentes de los poemas son de naturaleza opuesta (vegetación, altura, aire, abertura vs petrificación, profundidad, agua, cierre), el verdadero prodigio ocurre en territorio de nadie, es decir, en el terreno de la poesía. “No es agua ni arena la orilla del mar”, decía Gorostiza; esto es, hay una zona franca donde el tiempo no domina y los extremos se tocan. Esta zona es la orilla, el borde, que se anuncia en varias partes del libro: “El borde. Es el perfil externo de la esfera. Su complexión frontal es muy variada, más voluminosa que plana”; “El borde es una boca finísima, una escisión aguda y deslumbrante”; “toda la orilla era como un incendio”; “En sus bordes escuetos, las voces, las aguas cambian”; etcétera. Así, es en el último poema del libro donde se revela como se alcanzan las dos naturalezas, esto es, los dos bordes, las dos orillas (la acuática y la aérea) para abrir un espacio que posibilite ese mundo autónomo que esPeces de piel fugaz: “De aquí, los troncos y la maleza brillan su nitidez intacta. Virgen que exhala una cadencia tibia y ensimismada. Los peces saltan.// Los monos saltan. En el fondo la luz se angosta y los cuerpos empequeñecen”. La segunda parte de Huellas de luz la conforma El ser que va a morir. Dividido en cuatro instancias (dos poemas que abren tres cuadernillos), este libro es la apología de lo sensorial en la obra de Bracho. Abundan en sus páginas las alusiones al ámbito corporal y sensitivo. Aquí, la palabra recorre la hoja impresa a la vez que recorre la sensibilidad toda. El tacto, el gusto, la audición y la vista son elementos que van construyendo, poco a poco, la red de los poemas. Una vez más, la humedad se convierte en escenario propicio: el agua y lo que en ella habita, las profundas frondas de lo hundido o lo celeste, el mundo mineral que refulge al ritmo cambiante de las corrientes, todo ello conforma una escenografía en donde se desenvuelve el poema. De esta forma, El ser que va a morir se yergue como una continuación natural del libro anterior, Peces de piel fugaz; es decir, el primero se lee como antecedente y ensayo del segundo, ya que los mismos derroteros escriturales y, por decirlo de algún modo, paisajísticos saltan a la vista del lector y terminan por redondear un camino y una historia que comenzó con el libro publicado en 1977. La última parte de Huellas de luz, Tierra de entraña ardiente, es una veta nueva explotada con maestría por la autora. Una voz fresca y renovada surge de las espesuras y las profundidades de los dos libros anteriores. La atmósfera de estos poemas ha dejado de ser densa y recargada, ha adoptado una sintaxis diferente a la anterior. No obstante esto último, los poemas no pierden “el sello de la casa”: son altamente cadenciosos, potentes detonadores de realidades alternas. Tierra de entraña ardientees, como se consigna en su título, un vistazo a los bajos fondos minerales, una construcción verbal que se vale de lo profundo, de la piedra, para dar razón de ser a la poesía. Viaje en descenso, hacia un abismo de fuego, de luz, hacia un “huerto ceñido/ que se extiende hacia adentro”. Esta cualidad incandescente que presenta la tierra, a medida que se recorre, poema tras poema, ilumina las imágenes y el camino de la voz que las enuncia. De esta manera, el viaje que ocurre en el poema nos lleva a pensar en la diseminación de los límites, mencionado ya líneas arriba, para encontrar el sitio exacto y adecuado para la aparición de la poesía verdadera: si en los dos apartados anteriores era el aire y el agua lo que se juntaban, aquí son la tierra y el fuego quienes se fusionan para dar lugar al asombro; es decir, a medida que se recorre un camino de densidades y conglomerados, la voz, en su avance, se va volviendo cada vez más sutil y luminosa. De esta forma, con herramientas y elementos distintos, la poeta apuesta a un mismo hallazgo: es lugar propicio de la poesía. Finalmente, en este recorrido por la obra de Coral Bracho, nos encontramos frente aCuarto de hotel, la más reciente creación de nuestra autora. Dividido en seis partes, el libro representa una unidad que sólo halla diferencias mínimas, esto es, la división del texto podría parecer arbitraria en principio, pero toma sentido pensando en que dicho seccionamiento es en realidad un espaciamiento temporal en los poemas. Sorprende percatarse que, a pesar de la propuesta escritural tan alejada de los poemas de Huellas de luz, la autora no quite el dedo del renglón en cuanto a obsesiones: una vez más, hay un lugar propicio para la aparición de la poesía. Ese lugar aquí es el cuarto de hotel. Sin embargo, el sitio resulta altamente perturbador. Es un lugar en ruinas, más adivinable que verificable. El ese lugar se mueven sombras, espectros que hacen pensar en realidades paralelas y, por ende, en una anulación temporal: “Cuando alguien entra en el cuarto/ reemplaza el tiempo, la trama/ de su red de incidencias”. De esta forma, sin “cuarta dimensión”, el funcionamiento de este mundo es meramente poético, es decir, de situación límite, incandescente. Y es que a lo largo de todo el libro la luz juega un papel importantísimo: es gracias a ella que el ojo dibuja el paisaje ruinoso, es gracias a la luz que lo exterior toma forma: “Sabemos que hay un ángulo y una alteración de la luz/ que corresponden a nuestra cama,/ pero no lo sabemos con certeza”. Así, la luz construye, en este caso, un mundo devastado. La alteración temporal, a la que aludimos arriba, da sentido a la pluralidad de realidades que convergen. De este modo se explican las irregularidades cotidianas, que son agua corriente en ese hotel: todo está alterado, todo funciona de modo absurdo pero, curiosamente (y aquí aparece otra obsesión de la autora), es gracias a la fricción de los límites que, traspasados, disparan una existencia anómala, desconcertante, inquietante: “Está la maleta ahí,/ en el borde del cuarto, al borde/ de la playa/ o de caer/ al mar/ […] Difícil saber/ cuáles son sus confines y lo que sus maneras/ quieren decir”; “¿De dónde a dónde abre esta puerta?/ ¿Qué va dejando/ poco/ a poco/ fuera?”. Extrañeza ante un mundo que funciona de modo irregular; asombro frente a lo Otro, a lo Distinto. Y es que Cuarto de hotel es el testimonio de un Yo que vio más allá de la temporalidad y descubrió una cara terrible de lo Distinto. El libro es el testimonio de la conjunción de ese Yo y su mundo con lo Otro y su realidad, bruta y dura. “No encuentro el modo/ de salir del hotel. Los pasillos/ se enredan/ y se revierten unos en otros. Algunas ventanas/ ven hacia fuera,/ pero la ciudad, vacía también,/ parece trazada de la misma manera/ y con el mismo fin,/ en apariencia ininteligible.” En este poema queda clara la alteración de la realidad que presenta al yo un exterior anómalo, laberíntico, tergiversado; es un espacio que funciona de otro modo y el descubrirlo resulta demoledor: “Tal vez conozca la fisionomía de mi cuarto/ por su revés”, nos dice la voz poética. El otro lado, “el revés del revés”, como diría Juarroz, es el lugar de los escombros, el sitio donde se alza el hotel. De este modo, entre paisajes desgastados y muros derruidos, entre ensombrecidos sujetos grises y siniestros, logramos mirar que la abolición del tiempo pare un lugar transitable con sólo abrir las páginas del libro.
Al pasar revista por tres décadas de poesía de Coral Bracho hemos podido observar que ha arriesgado por técnicas y tratamientos distintos en la construcción del poema, que ha experimentado y tomado distintos derroteros en su viaje hacia la poesía pero, en todos los casos, nos hemos percatado que a pesar de sus distintos acercamientos los resultados han sido hermanos y los diversos caminos la han llevado al mismo sitio: al encuentro con la Poesía.
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