La plateada voz de
Georg Trakl
Georg Trakl
Marco Antonio Campos
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LA CIUDAD: Invitado por la Berchtoldvilla, la casa de pintores, por mediación del poeta Christoph Janacs, para hacer ambos una lectura, volví a Salzburgo luego de más de dieciocho años. Junio en Austria está lleno de sol. En el centro histórico, infestado de comercios y restaurantes, se observa algo triste y decadente. El turismo se da la mano con la miseria: en casi cada esquina acampa un mendigo. Ya no es, quizá ha dejado de ser para siempre, “la ciudad silenciosa”.
El 3 de noviembre de este año se cumple el centenario de la muerte de Georg Trakl en Cracovia, Polonia, a causa de una sobredosis de cocaína, cuatro meses y días después del inicio de la primera guerra mundial. Tenía apenas veintisiete años.
Desde el 20 enero empezaron las actividades conmemorativas y terminarán el 12 de diciembre: develación del busto, conferencias, lecturas de sus poemas, exposiciones, filmes, puestas en escena teatrales, conciertos…
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LA CASA: En la fachada de la casa subsiste la placa que recuerda que allí nació el poeta Georg Trakl (1887-1914). En el muro frontal del patio hay otra placa con el poema “Die Schöne Stadt” (“La bella ciudad”), que es acaso el más alto homenaje que hizo Trakl al Salzburgo en que nació. Se encuentra asimismo en un ángulo del patio un busto de bronce de Hans Pacher, basado en una famosa foto de 1914, que se develó el 20 de enero, donde en el rostro de Trakl se ven ya las marcas del principio de la locura y de su paso por el infierno, pero el cual es muy inferior en su parecido e intensidad al que Joseph Humplick hizo en 1926 y que se halla en el cuarto de los documentos de la casa. Al lado derecho del patio se miran, pendiendo de una ligera cuerda, tres máscaras negras de rasgos estremecedores que parecen a punto de precipitarse sobre el pozo profundo y vacío.
Subo. La familia Trakl moraba en el primer piso. Antes, a la casa natal, situada en Waagplatz 3, podía entrarse sin necesidad de cita o visita guiada. Ahora sólo se ofrece una visita a las dos de la tarde; pero sólo yo entro. En el cuaderno de visitas veré después que las visitas son esporádicas, entre ellas, la del poeta peruano Mario Pera. Hay dos cuartos en la casa dedicados a Trakl. En uno, en una mesa en el centro, detras de los vidrios, pueden verse piezas recordatorias y documentos que son pequeños trozos que hablan de instantes de una vida de quien nació con la estrella rota. Se hallan entre otros: el retrato de “la hermana favorita”, Grete o Gretl, a la verdad poco agraciada, en cuyo rostro ya se advierte el uso, o más bien el abuso de las drogas, que experimentó también con el hermano; un ejemplar deMadame Bovary, que tiene tres líneas escritas con su letra, la cual parece mínimas estalactitas, y que contiene una dedicatoria a Grete; manuscritos de poemas (“Die Sonne”, “El sol” y “An meinem Schwestern”, “A mi hermana”); el diploma de su título de farmacéutico expedido por la Universidad de Viena del 21 de julio de 1910; los retratos de sus padres, Tobias Trakl (1837-1910), con una mirada de hombre bueno, y María Halik, con rostro de rasgos severos; la primera edición de 1913 de su libro de poemas inicial (Gedichte), que dan ganas de tomarlo y hojearlo; la primera edición del libro sobre Trakl de su amigo Erhard Buschbeck, publicado pocos años luego de su muerte… En una pared cuelga la pintura de su autorretrato con cara de desquiciado, el cual hizo luego de ver pintar varias horas a Oskar Kokoschka. En el cuarto contiguo está en libreros mucho de lo que se ha escrito sobre Trakl y traducido de él.
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LA FARMACIA: Todos los días cruzo el río que corta en dos la ciudad, tomo un café en el Wein and Co., y subo la calle Linzer. Desde la primera vez quedé estupefacto. La farmacia (Zum Weissen Engel), donde Trakl trabajó de adolescente y donde empezó a experimentar con el cloroformo, se mudó al inmueble de junto. Ya no está en el número 7 sino en el 5 y se llama sólo Engel.
En donde se erguía Zum Weissen Engel, en el número 7, hoy se halla una tienda de la cadena de bolsas y cinturones femeninos Liebeskind. Siento como un ahogo en el pecho, como si borraran un trozo de la vida de Trakl, y que el poema, que escribí sobre él en 1996 frente a la farmacia, se desdibujara tras los árboles. Permanecen en la fachada el gran medallón de piedra con el rostro del ángel y el poema “Im Dunkel”, que ya estaban antes. También, abajo de la vidriera, los dos primeros versos de “Helian”, su poema preferido: “En las solitarias horas del espíritu/ es hermoso ir con el sol.” En una de las visitas me acompaña Christoph Janacs. Me hace notar dos cosas en el inmueble de la antigua farmacia donde en verdad laboró Trakl: la primera, que enterradas en el suelo hay tres suertes de pequeñas piezas circulares en bronce, donde se lee, en cada una, el nombre de los miembros de la familia judía Löwy, padres e hijo, deportados en 1942 desde Theresienstadt y desaparecida en Auschwitz. Ni un mínimo de perdón o de autocrítica. Los austríacos históricamente, sobre todo en lo que se refiere a la segunda guerra mundial, con rara maestría utilizan un lenguaje impersonal. Como si quisieran hacer a un lado que fueron, con los nazis alemanes, el Deutsches Volk, el pueblo alemán. Lo segundo que Janacs señala es que departamentos de la casa donde se hallaba la farmacia trakliana pertenecen a asociaciones de estudiantes de ultraderecha: Corps-Frankonia-Bünn zu Salzburg y Burschenschaft Germania Salzburg. Janacs hace el apunte de que en las reuniones, menos importante que la discusión política, es la competencia entre los jóvenes para ver quién toma más cervezas.
Subo hasta la iglesia de San Sebastián. Desde antiguo he creído que Trakl se inspiró en el santo que se halla en la iglesia, para crear el que es acaso su poema más hermosamente nostálgico (“Sebastián en el sueño”). La iglesia es de un barroco admirablemente sencillo. El altar se divide en tres partes: abajo hay una cruz, en medio la Virgen con el niño, y en lo alto la figura de San Sebastián.
Salgo. Miro en la fachada la conmovedora imagen en piedra de San Sebastián herido por tres flechas y un par de ángeles niños, quienes, en su tristeza, uno trata de sacarle la flecha del muslo, y el otro lo cura de una pantorrilla. Y me vienen a la memoria los versos finales de su poema que dio título al libro: “Oh qué leve/ se destruye el jardín en el pardo silencio del otoño,/ aroma y melancolía del viejo saúco,/ cuando en la sombra de Sebastián se apagó la plateada voz del ángel.” Como se apagó hace un siglo la plateada voz de Georg Trakl, cuya poesía, aún en vida del poeta, encomió Karl Kraus, der Hohepriester, y en la cual Ludwig Wittgenstein advirtió la alta llama del genio.
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