México
en las cartas de Cortázar
Ricardo Bada
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Quinientas cincuenta y tres veces se menciona a México y/o a los mexicanos en la correspondencia de Cortázar, y el espacio de un artículo es deveras insuficiente para lo que, con clamorosa evidencia, está pidiendo un ensayo. Pero un artículo sí ofrece espacio bastante como para aproximarnos al tema con un par de buenos ejemplos.
El primero de ellos, y el primero de todos, se encuentra en una carta del 14/VI/1952, desde París, a su mejor amigo, Eduardo Jonquières, en Buenos Aires. En ella le platica que acaba de escribir dos cuentos, uno de ellos el más mexicano de todos los suyos, “Axolotl”. Luego le refiere que acudió a una exposición de Tesoros de la Edad Media en Italia, donde descubrió un Cristo de Andrea Pisano con “los brazos en alto y la cruz también: Y. Aquello adquiere un ímpetu de vuelo casi terrible.” Y que le dijo a Sergio, un amigo común: “Si yo fuera pintor o escultor, iría más allá: ¿por qué no tallar un Cristo que sea a la vez su propia cruz? [...] Cuatro días después entro en una inconcebible exposición de arte mexicano en el subsuelo del Musée d’Art Moderne. En una sala de obras coloniales veo mi idea realizada por un imaginero indio: una terrible cabeza de Cristo que se continúa por la cruz en sí. Créeme que tuve casi miedo.”
Dos años más tarde, en una carta a Damián Bayón, crítico de arte e historiador argentino, fechada también en París, 20/VII/1954, le pregunta: “¿Vas a escribirnos desde México? México es uno de los países que están en mi lista, pero pasan los años sin que me llegue la hora de ir a verlo. Si por casualidad conoces o ves a Orfila Reynal, dale muchos saludos míos. Y lo mismo a Octavio Paz, que es un muchacho simplemente extraordinario, y todo un poeta.” Al final se despide así: “Hasta siempre, Damián, y escríbenos desde algún rinconcito mexicano, entre dos chamales (no sé lo que son pero suena a mexicano).”
Dos meses después, siempre desde París, el 27/IX/1954, le escribe a Alfonso Reyes: “Muy querido maestro: Emma Susana Speratti Piñero y Ana María Barrenechea me han enviado la carta que Don Alejandro Quijano remitió a usted el 7 del corriente, y la cual consiente en otorgarme una credencial como colaborador de Novedades. No me será fácil encontrar las palabras para darle a usted las gracias por su generosa intervención en este asunto, cuyo buen éxito habrá de permitirme continuar residiendo en París. Ahora más que nunca siento de veras no haber tenido el gusto de conocer a usted personalmente, pues me hubiera sido más fácil decirle hoy por carta lo que valoro su gesto, y todo lo que representa para mí. En los días que usted vivía en Buenos Aires yo era demasiado joven para acercarme en otra forma que a través de sus libros. Y hoy me separan muchas aguas y muchas tierras de su mano que, sin embargo, se ha tendido hacia la mía y que estrecho con tanto cariño y tanta admiración. De todos modos Emma y Ana María que me conocen bien, sabrán decirle mucho más de lo que hallará usted en estas malas líneas. Delego en ellas la forma viva y presente de mi gratitud y mi amistad. Acepte el gran abrazo de quien lo admira y lo quiere, Julio Cortázar.”
A Eduardo Hugo Castagnino, 15/VII/1955: “Espero la aparición de un libro [Final del juego, Los Presentes, 1956], que me están editando en México, donde de golpe han aparecido unos admiradores que se han hecho cargo de la edición, con particular regocijo por mi parte.
Ya tendrás un ejemplar, si no me despierto antes y descubro que era un sueño.”
A Eduardo Jonquières, 27/V/1956: “El libro de cuentos está por salir en México; me prometen ejemplares para este mes o el que viene. (Los relojes aztecas son tan blandos como los de Dalí, y sus calendarios deben responder a la teoría de la expansión del universo).”
Cartas de un hombre en París
A Paul Blackburn, 20/IV/1958: “Lo único que se me ha escapado de tu traducción es ‘una caballeriza llena de mexicanos’. Sé que los mexicanos aman mucho a los caballos, como los argentinos, pero un establo lleno de mexicanos es demasiado para mí. Me he quedado muy perplejo.”
A Carlos Fuentes el 7/IX/1958 sobre La región más transparente: “No siendo mexicano, ignorándolo todo del ambiente que suscita y refleja a la vez una novela como la suya, tengo ventajas y desventajas igualmente peligrosas con respecto a los lectores de allá. Las desventajas son obvias, [...] pero, en cambio, creo tener alguna ventaja que quizá falte allá: en primer lugar la falta de compromiso con esa realidad en que usted está comprometido y, dentro del mismo juego, todos los lectores mexicanos. Puedo leer el libro como si fuera una novela de, digamos, Joyce Cary o Boris Pasternak; ¡qué diferencia cuando me llega de Buenos Aires alguna tentativa de explicación o crítica de los problemas argentinos!”
A Amparo Dávila, 25/I/1964: “Me maravilló la película Memorias de un mexicano, que sin duda conoces; jamás me hubiera imaginado que existían tantos documentos gráficos de la revolución, y que algunos fueran tan hermosos.”
A Paco Porrúa, 19/V/1964: “¿Conocés a un crítico de Excélsior, de México, llamado Francisco Zendejas? Se mandó tres artículos seguidos sobre Rayuela, a cual más delirante, y acabó diciendo que el libro era la declaración de independencia de la literatura latinoamericana. Pues mira, mano, cómo vamos mero mero...” Y al mismo corresponsal, el 4/IV/1966: “Un mexicano quiere filmar Rayuela. ¿Locura, hongos halucinógenos [sic] o sonso nada más?”
Ilustraciones de Gabriela Podestá |
A Julio Silva, 23/VIII/1966: “Trabajo mucho en La vuelta al día en 80 mundos, que así se llamará el libro-collage que saldrá en México el año que viene. Nada me haría más feliz que contar con tu consejo y ayuda para la diagramación de ese libro, que será una especie de almanaque de textos cortos y muy diversos, un libro para cronopios. El editor me da bastante carta blanca para meter viñetas, mapas, galletitas secas, gatos disecados, etc. Además me propone cajas fabulosas, incluida una de 24 x 20, que es una exageración.”
A Francisco de la Maza, 4/VI/1967: “Quiero agradecerle su hermoso Antinoo, que acabo de leer en estos días. Desde luego, un libro a tal punto exhaustivo es de por sí un documento de un valor fuera de lo común; pero en su caso, afortunadamente, hay mucho más que eso, hay la presencia continua de un escritor y un artista, de alguien para quien el tema resulta evidentemente consustancial.”
A Paco Porrúa, el 26/VII/1967, le habla de la editorial Siglo XXI, que va a publicarle La vuelta al día en 80 mundos: “Parece muy dinámica, y en todo caso ha hecho todo lo posible por demostrarme que hasta mis zapatos viejos pueden ser editados ventajosamente en México.”
Y el 21/I/1968, al mismo corresponsal: “Me alegró lo que me decís de La vuelta al día, que está muy lejos de ser un libro ‘importante’ pero en cambio tiene, creo, muchas páginas divertidas. En México y en Cuba el libro es una especie de explosión, y me dicen que también en la Argentina. En todo caso yo tengo aquí ríos de cartas con toda clase de comentarios, desde el amor hasta el insulto.”
A Roberto Fernández Retamar, desde París, 20/I/1968: “Octavio Paz renunció a su cargo de embajador después de la masacre de México. Me manda un poema y una carta que explica y da su terrible y hermoso sentido al poema.” Y el mismo día, a Omar del Carlo: “Hiciste bien en divertirte con lo que llamas mi malhumor subterráneo, porque en todo caso no estaba dirigido contra vos ni mucho menos. Estos son tiempos de malhumor metafísico, histérico, lo que quieras: Biafra, México, Vietnam, las opciones son diversas. En todo caso, perdóname la posible brusquedad; te repito que nada tiene que ver con vos.”
A Paul Blackburn, 19/XI/1968: “Como recibo más dinero que antes, de México, la Argentina y ahora de los Estados Unidos, confío en poder trabajar menos en la Unesco y otras mierdas.”
A Eduardo Jonquières, 1/VIII/1969: “Maduro despacito la idea de irme a México el año que viene; de golpe tengo tanta libertad entre las manos que casi me da miedo.”
A Lezama Lima, 16/VIII/1970: “Sí, conocí al poeta [José Carlos] Becerra en Londres, me lo presentó Vargas Llosa, y era tan tímido que llevaba su libro para mí, ya dedicado, y no se animó a sacarlo del bolsillo aunque pasamos una velada juntos; lo dejó en manos de Mario, que me lo entregó más tarde. Su muerte me ha dolido profundamente, y he pensado en la extraña paradoja de que haya encontrado las Tijeras por manejar de noche su automóvil, cosa que no había hecho jamás pues era muy distraído y sus amigos le suplicaban que solamente guiara de día para no perder demasiado el rumbo. Curioso, sí, que el poeta, ese licántropo, no haya podido llegar al fin de la etapa en la oscuridad, que unos faros o una sombra de álamo lo hayan desviado hacia el barranco donde había de matarse.”
A Félix Grande, 15/II/1971: “Pues no, viejo, no tengo ningún domicilio de Octavio en México, pero pienso que si le escribes al Colegio de México, en el cual como quizá sabes tiene que hacer un curso este año, la carta le llegará sin problema. La otra solución es escribirle c/o Mortiz. Vi apenas de paso a Octavio cuando vino unos días a París, pues yo estaba ya yéndome a La Habana y todo se redujo a unos tragos y un abrazo.”
A Evelyn Picón Garfield, el 15/X/1973: “¿Te acuerdas de esa parte en que te cuento que un señor mexicano, en casa de Allende, juró haberme visto en la TV mexicana, entrevistado por una muchacha rubia? Era en febrero de este año. Pues bien, hace una semana, y por primera vez en mi vida, acepté dejarme entrevistar por la televisión, pues me daba la oportunidad de atacar a la Junta militar de Chile, hablar de Pablo Neruda, y definir mi idea de la revolución en América Latina. Me filmaron aquí, en París, hace seis días. La persona que me entrevistó se llama Silvia Lemus, y es una muchacha rubia. Y me entrevistó para la televisión de México.”
A Ana María Hernández, 21/I/1975: “Hubiera sido muy hermoso encontrarnos en París o en otro lado durante tus vacaciones, pero la frase anterior te estará diciendo ya que no será posible esta vez. En febrero (dentro de tres semanas más o menos) tengo que ir a México por la reunión del Tribunal de Helsinki, que se reúne para ocuparse de Chile. Me lo pidieron la Tencha Allende y Carlos Altamirano cuando nos vimos en Bruselas; también estará García Márquez, y no me puedo negar.”
A Rosario Santos, 31/III/1975: “En México, después de una semana agotadora de trabajo, pude escaparme en un auto y recorrer todo el país, quedándome en los pueblitos, hablando con la gente y conociendo todo lo que no puede dar la capital.”
A Ángel Rama, 16/IX/1975: “Cristina Peri Rossi está en unos líos terribles en España, y tendrá que irse en algún momento porque no le renovaron el pasaporte. Yo le voy a buscar colaboraciones en diarios de México, y te pido que si hay una chance en Caracas, me lo digas. Cristina tiene una cantidad de cuentos y poemas inéditos, y además ha escrito notas periodísticas, reseñas, etc. Sus calidades vos las conocés mejor que yo. Gracias por ella y por mí de antemano.”
A Evelyn Picón Garfield, 24/VIII/1976: “Lamento que los puritanismos mexicanos te hayan malogrado un poco las vacaciones; esa gente es en verdad muy extraña y yo no termino de comprenderla. Cada vez que he ido a México, he esperado una especie de revelación sobre su carácter, pero es inútil, me vuelvo a París con la misma ignorancia.”
A Ofelia Cortázar, desde Zihuatanejo, el 13/VII/1980: “Estamos en una playa bastante solitaria, pasando nuestras vacaciones con el hijito de Carol. El lugar es bellísimo y el mar azul y caliente, de modo que es perfecto para descansar y tostarse; falta nos hacía después de tantos viajes y tanto trabajo en París.“ Y una semana más tarde, desde el mismo lugar, le cuenta a Luis Tomasello maravillas de la playa y el sol y el descanso que están teniendo allá. En los mismos términos se expresa en cartas a su madre, el 18/VIII/1980, desde Zihuatanejo, y luego desde San Francisco, el 23/IX/1980: “Nuestro viaje final por México fue muy hermoso. Combinamos autos alquilados con aviones locales para recorrer diversas partes del territorio, y así en dos semanas pudimos ver una gran cantidad de cosas hermosas. Yo ya conocía parte de eso, pero Carol era la primera vez que venía a México, de modo que fue muy agradable mostrarle ciudades, ruinas y paisajes; luego fuimos a otros lugares que yo no conocía, y entonces el placer fue todavía más grande.” Un mes después, 23/X/1980, y asimismo desde San Francisco (donde Cortázar ha ido para dictar un curso de literatura en Berkeley), vuelve a decirle a su madre: “Cada vez que pensamos en esta temporada en México nos parece todavía más hermosa.”
Last but not least, remataremos esta cosecha de citas con la de una carta a Jaime Salinas, también desde Berkeley y también el 23/X/1980: “Me gustaría mucho que me acusaras recibo de la llegada de este envío, pues aunque el correo de aquí es seguro (el de México me llevó casi al harakiri), lo mismo prefiero estar seguro de que no te has quedado esperando sin que yo lo sepa.”
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