Honorio Robledo
"La bamba" y el haikúPara los aztecas, el Paraíso Terrenal se encontraba en Xicalanco, territorio tabascruzano donde floreció la cultura Olmeca. Las buenas noticias trascienden; cuando los españoles se enteraron de la posibilidad de acceder al Edén sin pasar por las penosas exigencias que en esa época imponían la religión y sus reyes católicos, armaron sus carabelas para cruzar el Atlántico y se establecieron como dueños indiscutibles.
Pero faltaba un grado para que este paraíso fuera perfecto: ¿quién les iba a servir el cafecito endulzado a los nuevos administradores? Fueron entonces a la Madre África para invitar a sus habitantes a gozar del Edén, sin advertirles que iban a quedarse cortando caña hasta el final de sus días. De la mezcla de esas tres razas primordiales, india, española y africana (con salpicones berberiscos y gitanos), surgió la cultura jarocha, acuñada a lo largo de quinientos años.
Esa cultura variopinta se apropió de la aristocrática Versada del Siglo de Oro y, primordialmente analfabeta, la utilizó como memoria estética y expresión popular: los grandes cantores y las grandes hazañas se han conservado y transmitido en una métrica llamada Décima, que consta de diez versos octosílabos como el conocido “hombres necios que acusáis”.
Los inspirados poetas sotaventinos y los músicos jarochos se han expresado, por centurias, en ese troquel. Pero, a la par, han acuñado una versada sin paralelo: el son de “La bamba”: esta melodía caribeña tiene la cualidad de compartir su esencia campirana y festiva con la métrica budista del haikú.
El haikú proviene, como todos los grandes ramales de la poesía, de las expresiones populares. En el Japón medieval, donde convivían cantos y melodías, el gran poeta contemplativo Matsuo Basho depuró una de esas versiones; apartando su variable cómica y chocarrera estableció la métrica para una poesía novedosa, mesurada y mística: el haikú. Esta fórmula se aclimató en nuestro hemisferio desde los trabajos de Tablada, y se ha convertido en una herramienta sensible para muchos escritores; baste recordar a Octavio Paz:
Troncos de paja:
Por las rendijas entran
Budas e insectos.
En nuestro idioma, en la convención aceptada la métrica del haikú mantiene una conformación de diecisiete sílabas, repartidas en tres líneas: cinco para la primera, siete para la segunda y cinco para el remate. ¿De qué manera misteriosa esta medida se estableció en la versada del popular son de “La bamba”? Revisemos, remarcando el silabeo:
Para subir al cielo (7)
Se necesita (5)
Una escalera grande (7)
Y otra chiquita (5)
Lo que nos deja una especie de haikai, versión menor y festiva; retirando el primer renglón obtenemos un haikú redondo:
Se necesita
Una escalera grande
Y otra chiquita.
Lo mejor de esta melodía, quizá equiparable a los cantares antiguos de Japón, es su eficacia como herramienta creativa; basta acompañar nuestro nuevo haikú con la melodía caribeña para comprobar lo adecuado de la métrica.
Rivas, poeta de alta mar, nos previene que la similitud prosódica se extiende en una corriente estética por toda la humanidad; esta manera expresiva del sotavento no es una aclimatación, sino otro de los milagros del imaginario colectivo. En cambio, el pintor Pepe Maya sugiere que aquellos primordiales expedicionarios, ancestrísimos nuestros que cruzaron el estrecho de Behring, ya portaban en sus genes la estética que después se convertiría en haikú; por ello los jarochos, herederos lejanos, se encuentran muy cómodos en esta versada y la mantienen a toda voz. (Claro, estirpe marisquera, su versada está llena de sabores y de carnavales, muy aparte de la mística apacible de Oriente.)
Los genetistas ya trabajan activamente para desglosar cuál elemento en la cadena de los aminoácidos es la depositaria de las virtudes estéticas de los jarochos. Mientras realizan su labor y logran despejar esa tremenda incógnita, ya con esta me despido, cantándoles un haikú:
Ya me retiro
No me llores, Gitana,
Por ti suspiro
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