Juan Domingo Argüelles
Más de Hermann Hesse y la poesíaA decir de Hermann Hesse (1887-1962): “Un hacha es un hacha y con ella se puede cortar leña o también cabezas. Pero un barómetro o un reloj sirven para otros fines y, cuando con ellos se pretende cortar leña o cabezas, se rompen sin que nadie saque provecho.”
Explicaba esto porque durante la guerra se convirtió a los artistas, poetas e intelectuales en soldados y peones. Y añadía: “Ahora se pretende ‘politizarlos’ y convertirlos en órganos del desarrollo actual. Es como si se quisiera utilizar un barómetro para clavar clavos.” Enfáticamente advertía que el mundo no va a progresar con mayor rapidez porque convirtamos a poetas en demagogos y a filósofos en ministros. “Progresará –sostenía– allí donde el hombre hace aquello para lo que está allí, lo que su modo de ser exige de él, lo que, por tanto, hará bien y a su gusto.”
Para Hesse la poesía era, en efecto, un barómetro para saber el grado cultural de una sociedad, de un pueblo, de un individuo. Una sociedad antipoética, un pueblo antipoético, un individuo antipoético aceptan más fácilmente a Hitler que a Picasso. Pero el poeta tampoco es un dios (ni pequeño ni grande): es un ser humano que sublima sus sentidos para tratar de comprenderse a sí mismo, y que a veces lo consigue a tal grado que, en esa comprensión íntima también se reflejan (y se comprenden) los demás.
Es sintomático que en la primera página de Demian: Historia de la juventud de Emil Sinclair, el protagonista exprese: “Los poetas, cuando escriben novelas, acostumbran a actuar como si fueran Dios y pudieran dominar totalmente cualquier historia humana, comprendiéndola y exponiéndola como si Dios se la contase a sí mismo, sin velos, esencial en todo momento. Yo no soy capaz de hacerlo, como tampoco los poetas lo son. Sin embargo, mi historia me importa más que a cualquier poeta la suya, pues es la mía propia, y además es la historia de un hombre: no la de un ser inventado, posible, ideal o no existente, sino de la de un hombre real, único y vivo.”
Como buen lector de poesía y como poeta que supo a tiempo que su mayor talento estaba en la prosa, Hesse sabe dotar a su narrativa de un espíritu poético extraordinario, y sabe más verdades sobre la poesía que muchos poetas. Por ejemplo, sabe que “la poesía no sirve a fines, excepto inconscientemente y en el sentido de que todo lo vivo se presta un servicio mutuo”; por ello, “el destino de las poesías didácticas es fracasar tanto más como poesías, cuanto más se preocupan por la enseñanza que pretenden comunicar”.
En cuanto a la “explicación” didáctica o puramente académica de la poesía, Hesse también tenía este punto muy claro: “Contentarse con arrancarle a un poema o a una narración los pensamientos, la tendencia, lo educativo o lo constructivo que contiene, es conformarse con poco y equivale a perder el secreto del arte, lo real y verdadero.” Cuántos estudiosos y críticos de poesía jamás han sentido una emoción a la hora de la lectura y de aplicar una determinada hermenéutica; cuántos lectores comunes, en cambio, se emocionan y comprenden lo que hay en un poema, sin más herramienta que su sensibilidad y su inteligencia. ¿Por qué? Porque, como bien lo dice Hesse, “en el momento en que una obra poética tropieza con un lector inteligente, surge de inmediato algo nuevo y vivo: la peculiaridad y el mundo imaginativo del poeta se entrelazan y mezclan con el carácter y el mundo de asociaciones del lector”. Tratándose de “racionalizadores” y “esquematizadores” del poema, stos “profesionales” todo lo vuelven un asunto de didácticas al uso.
Y esto sin olvidar que la poesía es un ejercicio que conjunta la emoción y la razón, pues tratándose de la cursilería o la sensiblería (una manifestación arcaica o primaria del sentimiento), Hesse hace notar que “escribir versos ‘salidos totalmente del corazón’ es una falsa ilusión, es algo que no existe. Necesítase la forma, el lenguaje, los versos, la elección de las palabras, y todo esto no tiene lugar en ‘el sentimiento’, sino en la razón. En la lírica de los grandes maestros, desde Píndaro hasta Rilke, no hay nada escrito ‘exclusivamente con el corazón’. Con el corazón se escriben en caso de apuro cartas o folletines, pero no versos”.
Finalmente, para Hesse, la función del poeta “es ante todo la de recordar, la de no olvidar, la de conservar en la palabra lo pasajero y conjurar lo pasado”. Y es obvio que el poeta trabaja con palabras, pero también es claro que los poemas, en general, no tratan de las palabras sino de la vida. Es por ello que “hacer versos malos depara mucho más felicidad que leer los más bellos”. El ejercicio poético, el hacer, el obrar está, por naturaleza, en el espíritu esencial del ser humano, más allá de sus logros.
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