viernes, 4 de abril de 2014

CONTAR, A PESAR DE TODO, Juan David Correa

Contar, a pesar de todo

Carlos Castillo

Los días que se arrastran, de Carlos Castillo

En medio de los diálogos de paz, el testimonio de Guillermo ‘la Chiva’ Cortés, y de quienes padecieron su secuestro, resulta esclarecedor. ¿Por qué?

Juan David Correa*


El 26 de abril de 2013 fue un día triste para los amigos de Guillermo ‘la Chiva’ Cortés. Ese día, el abuelo, el viejo, Pipipo, el director de Santa Fé, el primo de Pacheco, el secuestrado, el propietario de un noticiero, de una finca productora de plantas, de una parcela en Choachí, y testigo de una buena parte del siglo xx, se murió. Se murió a causa de un enfisema pulmonar que le pasó factura a pesar de haber dejado de fumar a los sesenta y tantos años. No era la primera vez que sus amigos lo despedían: trece años antes, un 22 de enero, en el municipio de Choachí, un grupo de cuatro hombres llegó hasta El Zancudo, una pequeña tierra que tenía en ese pueblo del oriente de Cundinamarca y se lo llevó hacia San Juanito, un municipio vecino por el cual salían muchos de los secuestrados de la época de la zona de distensión, en pleno año 2000. Se lo llevaron sin saber quién era. Lo hicieron subir a su carro, sin que nadie pudiera protestar, en compañía de una de sus amigas, y cuando la camioneta no arrancó él les dijo que lo dejaran manejar, que ellos no le tenían la maña al carro. De ahí en adelante, pasarían 205 días en los cuales su familia no lo volvería a ver, al menos en carne y hueso, sino a través de dos fotografías polaroid para las cuales las Farc habían montado una escena untándolo de sangre de gallina y atándolo a un palo. “Yo solo les decía: ‘No sean hijueputas’”, tal como se lee en Los días que se arrastran, el más reciente libro del sociólogo y periodista Carlos Castillo Cardona.
Esta es la historia de un libro que duró guardado casi nueve años en un anaquel; que fue impreso en fotocopias y empastado en cuero por Cortés con la leyenda “Este libro no se publicó por la terquedad de su protagonista”, y que hoy se publica gracias a que un editor creyó que no siempre son las coyunturas las que definen el destino de los libros de no ficción, sino su calidad literaria. Y el de Castillo la tiene, sin duda. Es un libro pensado, con una estructura cuidada, que se pasea por los días en los cuales una familia y un grupo de amigos intentaron lo imposible por recuperar a un hombre de 74 años, a quien los mandos medios de las Farc llamaron “el abuelo”, durante los siete meses largos de su cautiverio.
Carlos Castillo asumió, a partir del segundo día del secuestro de su amigo, como uno de los miembros de una pequeña comisión de negociación para hablar con los captores. “Desde ese día comencé a escribir”, dice sentado en un sofá de su apartamento una mañana soleada de marzo que promete una tarde lluviosa. “Tomé apuntes porque creí que estábamos viviendo una pesadilla de la cual iba a ser muy difícil que nos repusiéramos”. ‘La Chiva’, como todos le decían a ese hombre nacido en 1927, era una suerte de centro sobre el que gravitaban muchas cosas y amistades. Un tipo de clase alta, que perteneció al mundo del poder, pero que guardaba unas costumbres y una inteligencia que lo acercaban, también, a una idea del mundo más humana y comprensiva. Castillo dice que eso es cierto y que aunque sabe que los protagonistas del relato pertenecen a ese mundo, y probablemente tendrían más posibilidades gracias a sus conexiones con ministros y militares, lo cierto es que nada de eso sirvió para el caso de Cortés. Aunque hubo presión mediática, los jefes de las Farc insistieron primero en no tenerlo en su poder, para después responder mostrando, también, su poder arguyendo que no lo devolverían ante la presión de nadie: un pulso costoso para ambas partes. “Es que somos analfabetas los unos con los otros”, se lee en el libro. E insiste Cortés en varios de sus testimonios algo que podría ser de utilidad en el momento en que se celebran los diálogos de paz en La Habana: no tenemos un lenguaje común y creemos que cada uno por su lado tiene la razón. Hay que comprender que el conflicto tiene unas justificaciones, por brutal e injustificada que sea la experiencia del secuestro. Ellos, los campesinos, están allí porque han sido abandonados por el Estado. Eso es innegable. Ahora, que hayan caído en la brutalidad de negociar gente como ganado, eso es otra cosa, dice Cortés.  
Los testimonios que Castillo recogió después de que ‘la Chiva’ se hubiera volado de su secuestro, son elocuentes. Tienen una dosis de reflexión que no abriga odio, sino miedo, un miedo que quizá fue el detonante para que en vida, ‘la Chiva’ no quisiera que el libro se publicara. Castillo dice que cuando escribió el texto se cuidó de dejar que los hechos hablaran por sí solos, que nada fuera materia de juicios, sino que los personajes, a través de las acciones, fueran formando su propio devenir en medio de la terrible experiencia del secuestro. Incluso él, como autor, ideó la manera de no hablar en primera persona para no involucrar lo emocional en un libro que recuerda, de otra manera, a Historia de un entusiasmo, el tremendo libro de Laura Restrepo sobre el fallido proceso de paz con el gobierno Betancur. Aunque guardadas las distancias, pues aquí se trata de una experiencia particular, Castillo hizo lo que todo buen cronista debe hacer: esperó a que el tiempo encontrara el espacio adecuado y grabó durante horas y horas a Cortés quien, incluso años después de haberse escapado contaba las historias que  le cambiaron la vida para siempre. Luego ensambló lo que familiares y allegados habían vivido, y consignó testimonios de la guerrilla sobre el sentido de su lucha para armar un rompecabezas que escapa a lo maniqueo. Todas estas historias que reflejan, en toda su complejidad, un conflicto que no ha podido ser superado. Anécdotas de un hombre viejo metido en el monte, que se resiste a perder el humor como aquella en la que, después de una caminata de días, junto a otro secuestrado este pide adelantarse para ayudar a hacer el campamento. Ante el descuido de la columna, escapa y al viejo lo dejan solo, en la mitad del monte. Pasan las horas y Cortés sentado sobre una piedra siente cómo el aguacero comienza a caer sobre su cuerpo frágil. Empapado, con la noche cerrada, solo grita: “Hijueputas –a los captores–, sáquenme de aquí, no sean desalmados”. Un hombre, en todo caso, perdido en los laberintos de un país que muchos desconocemos.

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