lunes, 7 de abril de 2014

LAS MALAS VIBRAS, Orlando Ortíz

Orlando Ortiz
Las malas vibras

No me burlo, pero siempre me han dado risa –callada– las personas que, al llegar a determinado lugar, comentan: “aquí hay mala vibra”. Lo curioso es que por respeto a su sentir no averiguo lo que tal expresión significa. El “aquí hay mala vibra” se lo he escuchado a personas intelectualmente avanzadas y que para nada comulgan con ideas ocultistas o creencias esotéricas. ¿Qué quieren decir con eso? Nunca lo he sabido. Nunca lo supe hasta que lo sentí. Lo peor es que ni siquiera entonces pude saber lo que significa, mucho menos lo que hay en la raíz de esas palabras.

La primera capital del Cono Sur que conocí fue Santiago. Mi propósito era turístico, en el mejor sentido de la palabra: me impulsaba el deseo de conocer la ciudad, su gente, sus costumbres, su cocina, sus vinos, comprar algunos libros y disfrutar de todo eso. El cuartelazo de Pinochet y su atroz dictadura habían quedado décadas atrás. Puntualizo el carácter turístico del viaje para subrayar que no iba a alguna actividad académica, ni encuentro de escritores ni en la comitiva de algún presidente o funcionario del gobierno mexicano. Era un simple turista que viajaba con su esposa y llevábamos nuestra capacidad de asombro, nuestra curiosidad y nuestra proclividad a ver lo bueno de la vida y dejarnos llevar por nuestras inclinaciones sibaríticas.
Después de instalarnos en el hotel, con una guía de la ciudad en la mano, tomamos el Metro para ir al centro a cambiar moneda. Por el mapita supimos que estábamos muy cerca del Palacio de La Moneda y fuimos de una vez. Había obras de remodelación en los alrededores y poco pudimos apreciar del histórico edificio. A media cuadra vi la fachada del Café Bombay y a él nos encaminamos. (Soy un cafeinómano irredento.) Al entrar –iba con mi esposa– me detuve de golpe. Una jovencitas guapísimas y con microfaldas amponcitas atendían a la clientela, que en principio me pareció eran sólo hombres. En algunas mesas del fondo vi a varias mujeres. Además, en las mesas había sólo tazas y botellas de refrescos o de agua. Imposible que fuera un burdel, menos a media cuadra de La Moneda, me dije, y como estaba desocupada una mesa casi en la entrada del local, nos sentamos en cómodos silloncitos. Una de las jovencitas llevó la cuenta a la mesa de enfrente, y se agachó a recoger tazas y vasos de agua. Malos pensamientos me asaltaron. La llamamos y vino, disculpándose, “es que estoy muy cansada”. Desaparecieron las ideas lascivas. Me dio lástima. Era lo que, luego me enteré, llaman “café con piernas”, variante muy chilena de cafetería.

Más tarde un amigo nos llevó a dar un recorrido por la ciudad. Entendí por qué, en el último mensaje a su pueblo, Allende dijo: “Mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.” Me sorprendieron esas avenidas amplias y arboladas, los jardines. Pasamos por el club hípico, que me recordó las películas de Pardavé en el papel de don Susanito Peñafiel y Somellera. Nuestro amigo tomó por una avenida que nos condujo a una zona residencial, con mansiones espléndidas. De pronto hubo dos que me hicieron sentir algo que supuse era “mala vibra”. A mi pregunta, el amigo respondió: se dice que fueron centros de tortura durante la dictadura.
En los siguientes días me asaltó la misma sensación en dos ocasiones, una de ellas en el llamado barrio universitario. Los recuerdos del ‘73 revivían en esos momentos, y con ellos la pregunta ¿Por qué? Y sobre todo, ¿por qué la intromisión tan decisiva y descarada de Estados Unidos?

Un día antes de partir fuimos a la “Furia del libro” (así, con “u”, no con “e”) que estaba a un costado del centro cultural gam. (Disculpen si no se llama así.) Eran editoriales universitarias y marginales, con buenos títulos y libros de buena factura. Después de adquirir algunos entré a la cafetería del centro cultural. El expreso estaba bien, ocupé una mesita y oteando a mi alrededor descubrí, en el barandal de cristal del pasillo exterior, una leyenda grabada que decía más o menos: “Este centro se inauguró en mayo de 1973 y lo construyó el pueblo con el apoyo del presidente Salvador Allende…” Es decir, unas semanas antes de que fuera asesinado confirmaba su popularidad y fuerza, pues los cacerolazos no lo habían tumbado.

Creo que entonces me asaltó la respuesta a mis preguntas. Comprendí que para nuestros vecinos del norte lo peligroso no es un gobierno de izquierda, sino un gobierno de izquierda apoyado decididamente por el pueblo. Y si además del amplio apoyo llegó al poder vía democrática, peor.

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