LA FUERZA DE UN HOMBRE.
Basta con escribir en cualquier buscador de internet "cómo ganar", para que aparezcan resultados como “El Arte de la Guerra”, “Las 48 Leyes del Poder” o “El Príncipe de Maquiavelo”. Tan sólo con eso sabemos que un hombre desea derrotar a un oponente, que no busca justicia sino revancha, y a veces, hasta venganza. Pero, ¿acaso la revancha o la venganza dan justicia o sólo placer? Porque no está mal el hombre que pelea por lo justo, pero aquel que en medio de su coraje o dolor desee vengarse nunca vivirá tranquilo aunque lo logre. No hay escena que describa mejor esto que el final donde el Padrino muere entre los rosales de su jardín, mirando a un nieto que casi no conoce, y reclamándose a si mismo en la vejez sin que sea necesario mencionarlo en un dialogo en la película: “Hubiese sido mejor vivir en paz que haber ganado siempre el todo de nada”. Y es cierto, porque se necesita más fuerza y coraje para vivir al día que para pelear en contra de alguien que busca sólo un beneficio personal o una revancha.
En la serie House of Cards nos muestran a un manipulador encantador, un hostigador psicológico que aparentemente siempre gana, el Congresista y después Vicepresidente Frank Underwood, pero es falso que “se salga con la suya siempre” porque como el personaje principal de la película El Ciudadano Kane, Charles Foster Kane, un tirano manipulador rodeado de lacayos se quedará y sentirá finalmente solo, tanto, que tratará de menguar su dolor con su pasado más remoto como Charles añorando los tiempos de Rosebud, o tan profundamente que como la esposa de Frank Underwood sólo permanecerá a tu lado por agradecimiento –también manipulado psicológicamente-, pero aprovechando cada oportunidad que le permita sentirse libre de ese yugo.
No hay nada más absurdo que ejercer el poder, porque el poder aparenta ser omnipotente y eterno, mas no es así, porque siempre llegará un tiempo en que el afectado, viéndolo o sin atestiguarlo, recibirá justicia de mano de la propia vida, porque la maldad no se combate con guerra, se combate con perdón, porque no hay nada más doloroso para un hombre acostumbrado a ganar peleando que un oponente que no pelea. Porque no hay nada más justo para aquel que tiene la razón que dejar que ésta misma ejerza la justicia, pues cuando el justo entra en el juego del poder del manipulador se está queriendo convertir en su oponente, pelear como éste, y entonces no ganará, porque lo habrán arrastrado hasta un terreno que desconoce y sus armas no serán las mismas que las de su oponente, y finalmente, peleando por la justicia, morirá.
La fuerza de un hombre no se demuestra con poder, la verdadera fuerza de un hombre está en sus metas, en su talento para crear, no para combatir ni destruir. Esto no significa que uno no se defienda, que se deje, por el contrario, significa que un hombre que sabes sinceramente que la razón y la verdad le asisten deberá quizá padecer el ataque de su oponente, pero en lugar de pelearle en su territorio lo hará desde el suyo, donde sabe que ganará, porque si lo domina, entonces el oponente no podrá salvo competirle desde ese terreno, y comúnmente, por perder el tiempo en diseñar estrategias y pensamientos maquiavélicos, no tendrá el talento para derrotarlo, no podrá generar algo efectivo para vencerlo.
Hace cinco años me encontré a un hombre agobiado por su empleo actual y por un emprendimiento con el que intentaba dejar ese trabajo que tenía, emprendimiento que le costaba en ese momento más caro sostener de lo que ganaba con éste. Hace cinco años yo era despedido de un trabajo en el que tenía muchas ganas de demostrar el poder de un internet en el que aún nadie que dirigiera las áreas de marketing consideraba relevante como lo es ahora, y analizaba la manera de hacerles ver que el futuro de la comunicación era digital. Hace cinco años que le platiqué esto mismo a los headhunters que me puso esa empresa que me despidió, y al hombre que no encontraba la manera de hacer rentable su emprendimiento para poder dejar el empleo que tenía: hace cinco años le compartí mi pasión a un manipulador que vio en ello la oportunidad de hacer lo que no había podido con su emprendimiento, dinero.
Aquel mediodía que me despidieron de la empresa donde creí que finalmente me dejarían demostrar lo que internet pude lograr, pasé por una sala donde había cinco escritorios con sillas de cada lado, botellas de agua y pañuelos desechables. A mi lado otros empleados lloraban, algunos no querían firmar y otros amenazaban a las personas que sólo hacían su trabajo como si fueran los dueños de la empresa, dueños que se encontraban a miles de kilómetros y para quienes nosotros sólo significábamos un gasto que ya no tendrían que hacer en medio de la crisis financiera más severa que ha vivido la sociedad capitalista.
Cuando salí de esa empresa cargando la caja con mis cosas, sólo pensaba en las responsabilidades que tenía y en cómo las afrontaría, pues a pesar de que me habían liquidado con un cheque que me servía para vivir unos meses, yo no deseaba regresar al mundo corporativo donde el internet era visto como un jugo: yo anhelaba revolucionar con él y ser parte relevante del invento más importante de mi época, ser parte de la revolución digital.
El peligro más grande para uno es uno mismo, porque en el afán de lograr sus metas, uno cede ante lo que sea. Así lo hice yo ante un Frank Underwood en busca sólo de dinero, no de una meta. Así caí yo, embriagado por mi pasión por el internet y el mundo digital, en las manos de un Padrino que me dio lo necesario para montar un negocio con un cariñoso beso.
Pero es falso, nadie siente la misma pasión o amor que uno, nadie porque para que coincidan dos deseos semejantes se necesita escribir un cuento y las hadas madrinas no existen como tampoco sucede que el espejismo de “yo puedo ayudarte a hacerlo” deje de ser un oasis en el desierto de las ganas y la incertidumbre. En ese momento caí en las manos de un manipulador, porque mis ganas de realizarlo eran tan grandes, que sólo bastaba que alguien me sugiriera, “hagámoslo”.
Así pasé los últimos cinco años de mi vida, entre obsequios dados sólo a cambio de darle yo más, entre besos de un Padrino que sólo pasaba por las cuentas al negocio y si éstas no daban lo que él esperaba, el beso se convertía en cachetada sin importar el trabajo y el empeño.
Una mañana me desperté preguntándome, ¿por qué tendría que buscar yo la receta del pastel, ir a comprar los ingrediente, cocinarlo con otros cocineros, abrir temprano la tienda, ponerlo a la venta y convencer a quienes entraran de llevarlo a cambio de recibir sólo un parte? Una mañana me desperté preguntándome, ¿y tú qué hace? Esa mañana se me ofreció ser formalmente parte de una Sociedad de lacayos, de una Sociedad en la que yo tendría que poner el sudor y lo demás pretextos. Esa mañana no pude ser más inocente por creer que lo que me apasiona, le apasiona igual a los otros.
El Tipo de Abril hace recetas y cocina pasteles, pero no tiene el talento de sonreírle a todo mundo para que los compren, no tiene la diplomacia de explicar lo que estudiando se explica por si mismo, no tiene las herramientas para hacerlo todo, porque aquel que quiera quedar bien con todos, sólo quedará mal con muchos.
Así que yo sólo estudio, como lo hago desde siempre, y analizo y reflexión el por qué lo hacen, cómo lo hacen y para qué lo hacen los que lo usan. Esa es mi capacidad, no sonreírle a cada posible comprador que pase, jamás hacerlo por darle cuantas positivas a otro, porque en realidad prefiero experimentar con cosas nuevas que hacerlo como lo han hecho otros, y en la búsqueda de innovación, a veces se gana y otras se pierde, pero siempre se obtiene aprendizaje para el siguiente intento.
Les platico esto porque hoy, en un agosto, el Tipo de Abril vuelve a salir a la calle preocupado por sus responsabilidades pero cargando una caja en la que no sólo van sus cosas, sino los mismos deseos de hace cinco años de llevar más allá el digital, a aplicaciones que pasen de ser sólo algo más de lo mismo, a ser relevantes, a experiencias de usuario que dejen de ser únicamente visuales para ser verdaderamente convenientes por prácticas y funcionales. Les platico esta experiencia porque deseo que jamás, nunca, sus deseos y objetivos los dejen arrastrarse hasta las manos de un manipulador encantador, pues a veces quien te sonríe y te da algo, te lo cobrará dejándote sin nada a pesar de que lo que tiene, lo hayas hecho tú.
Esta noche estoy seguro de una cosa: pelearé por la justicia desde mi territorio, porque sé, desde hace diez años, que me he entrenado y preparado para ganar cualquier batalla en donde la creación y la producción digital son mis armas, y en ese terreno de batalla, tendrá que venir muy bien preparado el contrincante para poder vencerme, porque ya no basta con que me halaguen, me obsequien –a cambio de lo mucho que yo doy- ni que me ofrezcan el oro y el moro, porque esta vez, el Tipo de Abril lo hará siendo justo con otros que persigan el mismo fin, no sólo dinero. Porque a quien le apasiona lo que hace, ningún encantador manipulador lo puede vencer. El futuro es mucho, y en él, el tiempo dirá quién termina diciendo: Rosebud… Rosebud.
Un gran abrazo,
El Tipo de Abril.
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